0.
Nada más ayer en la isla el hambre
se hacía siempre de féculas, agua y leche y my poca sal.
El sol a fuego lento y luego alto, alto, quedando su calor
aderezando las noches entre los cantos del animalito aquel.
Nada más un poco del pasado, ayer, decía,
el hambre hacía de la yuca harina, flor de trigo,
arroz.
Poco a poco la harina desleída agitándose con cucharón de madera
como el olvido se cuece y se espesa
igual que un domingo en la mañana.
El recuerdo se aparta y se sirve.
1.
Al enfermo, quién será,
se le dará la carne del ave
majada en un almirez con un pedazo de pan y caldo,
¿quién será el que acerque el bocado?
A quien sufre, ¿por qué no el drama
de vivir en la orilla y lavar los cangrejos
que luchan a muerte en la olla con agua y sal?
Los jueyes huelen a historia y a marea baja
que huele a manteca
donde los ajos y los ajíes dulces suenan a aguaceros.
Los jueyes caminan como el sabor de los tiempos.
Al enfermo, ¿por qué no se le ofrece pescado a la parrilla
con el agrio sanador de dos limones?
2.
El lechón se coge
se mata y se pela
como en tiempos lejanos hacían los celtas,
como en tiempos aún más lejanos hizo
el distraído carnicero chino
según cuenta el aún más distraído
Charles Lamb.
Y así como hubo una ruta de la seda,
hay una ruta de la grasa
que nos define de alguna forma
atravesados por una vara
asados con leña.
* El poeta chileno, Pablo de Rohka, ofreció al mundo su Epopeya de las comidas y bebidas de Chile. En Puerto Rico, Salvador Brau historió sin decirnos que comía el hambre. Quizás Palés Matos es el único poeta puertorriqueño que pensó en eso. En 1859 se publicó un “formulario para confeccionar toda clase de alimentos” que pretendía atender “las circunstancias especiales del clima y de las costumbres puertorriqueñas” (El cocinero puerto-riqueño ó Formuario para confeccionar toda clase de alimentos, dulces y pasteles, conforme a los preceptos de la química y la higiene y a las circunstancias especiales del clima y de las costumbres puerto-riqueñas. Ediciones Puerto. 2004)