Las mujeres debemos contar que la vida y sus trampas se desafían (Para algo deben servir las palabras)

Cegados por el presente perpetuo, padecemos de lo que llamo la ilusión de igualdad. Creemos que nuestros derechos son naturales y lógicos. Como si las prácticas cotidianas, individuales o sociales, no tuvieran que ver con un lugar en el mundo, con un contexto que las posibilita.

Esa falsa ilusión de igualdad supone que la agenda feminista está agotada. Marean las feministas, son unas lloronas, aquí vienen las aguafiestas… Pues lamento recordarles: los derechos civiles no son universales ni ahistóricos, se juegan todos los días. Estudiar, votar o tener autonomía sobre nuestros cuerpos ha costado largas luchas en un extenso proceso histórico que no cesa. Aterra el retroceso de nuestros derechos hoy. Como muestra, el Proyecto de Ley 950 del Senado de PR Ley para la protección de la mujer y la preservación de la vida que se discute en la legislatura.

El derecho de las mujeres puertorriqueñas a decidir sobre la terminación o continuación de un embarazo es fundamental para nuestro desarrollo emocional, psicológico, laboral, profesional y económico. Decidir es central para la igualdad. Un estado que no garantice el derecho a la intimidad, la autonomía y al control sobre el cuerpo perpetúa una sociedad de inequidad. No le corresponde al Estado tomar la decisión al respecto. El interés de legislar el control sobre la reproducción femenina la sostiene una ideología religiosa, social y cultural que mitifica la maternidad como el estado supremo de la mujer. Como si ser mujer fuera ser madre. Según esa mirada conservadora, el Estado debería controlar las decisiones de las mujeres sobre sus cuerpos. Incluso, se pierde de perspectiva que el aborto es parte de una maternidad y paternidad responsables. En el campo constitucional es un retroceso de por lo menos cuarenta y cinco años, cuando el Tribunal Supremo de EE.UU., decidió a partir del caso Roe vs Wade en 1973 que el acceso al aborto legal y seguro está amparado por la Constitución. Los derechos constitucionales de la autonomía, la integridad sobre el cuerpo y la igualdad son centrales a nuestra noción de libertad.

Las mujeres mayores debemos contar nuestras historias a las más jóvenes. Ellas deben saber que la vida y sus trampas se desafían. El futuro comienza con decisiones que parecen temerarias, difíciles, arduas y solitarias. Abortar puede ser una decisión espinosa porque, aunque en la mayoría de los casos las consecuencias físicas son inocuas, supone derribar farallones de creencias, murallas de ideología cristalizada en una cultura sustentada por la ignorancia. Para algo deben servir las palabras.

Debemos señalar que detrás del debate y la legislación del derecho al aborto, lo que prima es el derecho constitucional a decidir sobre nuestro cuerpo y futuro; consignar que la experiencia del aborto es común e inofensiva, en la mayoría de los casos. La extracción de una muela o una colonoscopia puede ser más arriesgado que una terminación de embarazo en el primer trimestre. Un parto supone más riesgo que un aborto en el primer trimestre. Habría que recordar aquí que el parto fue una de las razones principales de muerte femenina hasta el siglo XX.

Tenemos que contar que, por ejemplo, en décadas anteriores había más clínicas de aborto; hoy solo existen seis centros en todo Puerto Rico. Relatarles que algunas decidimos utilizar nuestro derecho a terminar un embarazo a los diecinueve o veinte años sin el consentimiento de los padres, porque así lo garantizaba la Constitución. Otras lo hicieron muchísimo más tarde en sus vidas, a los treinta o los cuarenta, sin necesitar el consentimiento del esposo, ni del Estado. Un día, luego de sopesar la decisión sobre el control de nuestro cuerpo y nuestro futuro asistimos a una clínica de Planificación Familiar y pudimos confiar, porque así nos lo garantizaba la ley, en excelentes servicios médicos de primera que velaban por nuestra salud. Nuestra experiencia no fue traumática ni terrorífica. Nuestra decisión no fue irresponsable, ni a la ligera. Tomamos las riendas de nuestra vida, asumimos nuestra responsabilidad con nosotras mismas, utilizando nuestro derecho a la intimidad, a la autonomía, al control sobre nuestro cuerpo que el estado garantiza y con ello, diseñamos un futuro para nosotras más humano y liberador. No hay melodrama, tragedia, cuento de horror en esta historia. El aborto es un procedimiento de salud femenina al cual se tiene y debe tener derecho.

Hay que contar también que otras, mayores que nosotras, cuando antes del caso Roe vs Wade no se les garantizaba su derecho a la intimidad, tuvieron que ir a clínicas clandestinas, salir del país a terminar sus embarazos o tener hijos indeseados, como les ocurre hoy a las mujeres que viven en países donde todavía esa práctica médica es ilegal o en estados de EE.UU., donde se restringe a las mujeres el derecho a decidir sobre su cuerpo. Retroceder constitucionalmente, como propone el proyecto de Ley 950, no evitará los abortos sino que aumentará la cifra de muerte de mujeres y perpetuará la inequidad en nuestra sociedad.

Hay que construir y apoyar una retórica liberadora de las terminaciones del embarazo. Debe saberse que muchas así lo hicimos y lo hacemos, a diferentes edades, por múltiples razones, garantizadas por nuestro derecho a la autonomía y la intimidad. Y aquí estamos, dispuestas a organizar nuestras palabras como redes que apoyen a esas mujeres jóvenes autónomas en este presente y en el devenir.

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