La radicalidad del pensamiento de Alejandro Tapia y Rivera y Eugenio María de Hostos

 

 

Especial para En Rojo

En un país zarandeado por el desafuero neoliberal nace la serie Desfleques y Desafíos: Ensayos de Literatura Puertorriqueña del siglo XIX. En medio de este marasmo nacional surge esta notable colección de crítica literaria dedicada a voces del siglo XIX, mentes que nos han legado una obra extraordinaria y pertinente. Celebrando su centenario, el tomo III se dedica a René Marqués. Estos escritores reflexionan en el marco contradictorio de un Caribe colonizado y una Europa Ilustrada que genera notables avances científicos, tecnológicos, sociales y políticos ensombrecidos por una descarnada explotación laboral y una criminal campaña imperialista.

En el volumen I, Rafael Bernabe, Juan J. Berríos Concepción, Félix Córdova Iturregui, Jorge Enrique Lefevre Tavárez y Roberto Vela Córdova analizan textos de Tapia y de Hostos. Intentan desperezar nuestra memoria histórica sobre un olvidado pero vibrante siglo XIX. Para ello, revisitan La Sataniada, La leyenda de los veinte años, Póstumo el transmigrado y Póstumo el envirginado, de Alejandro Tapia y Rivera y La peregrinación de Bayoán de Eugenio María de

Hostos. No es posible ofrecer una mirada cabal sobre el notable trabajo que nos ofrecen los ensayistas en este importante libro, por lo que enfocaré algunos temas claves en cada ensayo.

La conversación se inicia con dos ensayos sobre La sataniada de Tapia. En su sugerente ensayo “Un liberalismo extravagante: ‘La sataniada’ de Alejandro Tapia”, Rafael Bernabe resalta la profundidad y la radicalidad con que Tapia examina su espacio-tiempo. En este monumental poema, Tapia construye espacios que remiten a la realidad histórica de la humanidad: Diablópolis, regido por un Satán engañoso, Leprópolis, poblado por “personajes vinculados al surgimiento de la ciencia moderna y a la Ilustración; [a] luchas democráticas y…la Revolución Industrial” y Limbópolis, sede de los que rechazan el cuerpo y el mundo.

Bernabe subraya el desasosiego mental que experimenta Crisófilo al tener que elegir el rumbo ético de su vida, una angustia ancestral, “…el drama de una conciencia individual” (45). El narrador debe elegir entre convivir en el absolutismo desmovilizador, la modernidad ilustrada o un ascetismo alienado y deshumanizado. El crítico destaca que Tapia enfrenta también su propio conflicto: conjugar un régimen liberal que garantice libertades y derechos medulares, mientras desarticula facciones sediciosas dentro del marco de la ley.

Bernabe apunta que el autor no idealiza; Tapia sabe que el más noble y el más ruin de los empeños humanos contienden entre sí y que pueden producir saldos positivos y negativos a tono con el impulso dominante. Dramatiza en Tapia, nos dice Bernabe, la búsqueda de un sistema político de convivencia y gobierno que torne nuestras peores inclinaciones en superfluas. Su ideario implica “la revolución sin Terror, la crítica del culto de oro sin atizar la lucha de clases y al anti-clericalismo sin ateísmo” (48).

Félix Córdova Iturregui también centra su atención crítica en La sataniada. En esta especie de Aleph poético, Tapia, nos dice el ensayista, despliega una lucha escatológica. El crítico expone la complejidad de ese conflicto al advertir que “la lucha por el bien no puede darse sin una encarnizada batalla contra las formas de representación social del mundo autoritario de Satanás” (126). En efecto, los códigos socializadores e ideológicos surgen de esas formas. Prescriben y proscriben el desempeño de los individuos en la sociedad e imponen idearios y modelos de pensamiento. De aquí, apunta Córdova, la necesidad imperiosa de apoderarse de los elementos de representación porque inciden sobre la conciencia de los individuos posibilitando o descalabrando un mundo inclusivo, un proyecto de amor.

Córdova identifica los bordes de La sataniada, el ¨Proemio escrito por un lepropolitano¨ y el ¨Post Scriptum¨, como una especie de fractura que remiten a sí mismos, que parecen acortar distancia con la audiencia para privilegiar su mensaje. Operan como una discontinuidad que enmarca la continuidad lírica, algo similar al Póstumo putrefacto anunciando el amanecer. O como expresa Córdova: “Si el viaje de Crisófilo…por las tres ciudades…se hizo bajo la forma del sueño, el paratexto, por consiguiente, se convierte en el lugar narrativo del despertar” (120).

Estos paratextos acogen la conciencia, la razón desperezada. En su lectura, el amor surge como asunto medular. Crisófilo, implica el ensayista, ha descubierto la endeblez de lo material contrapuesto a la plenitud que destilan los afectos, que el hollín no puede corroer al corazón. El amor restaura la plenitud del ser, su dignidad inherentemente humana. Asimismo, el arte reconstituye su plenitud al sustraerse de su cosificación por las fuerzas del mercado. Se reestablece el papel relevante que juega el arte en nuestras vidas como atestiguan las pinturas rupestres de las cavernas de Lascaux. En su obra milenaria, nuestros ancestros neandertales plasmaron su visión unos 15 mil años atrás, develaron lo vitalmente humano del arte.

Posicionado fuera del texto, implica el reseñista, el editor percibe la devaluación de la obra a raíz de su inserción en el mercado. Inmerso en la historia, el documento registra vaivenes propios de su disponibilidad en la economía de mercado. El editor, no solo incide sobre la calidad del documento, sino que además logra restaurar su identidad creativa, su aleación intrínseca de semiosis y sentimiento. Como apunta el crítico: “Esta dualidad de desplazamientos, de perdida y recuperación de su función semiótica, abre un espacio metafórico que le sirve de marco a la ironía de Tapia” (115).

Tapia, expone el ensayista, ridiculiza instituciones culturales dominantes, inscribe un espacio que priva a la palabra de su confiabilidad, demuestra el piso falso que sostiene a la institucionalidad cultural, carnavalizada por Tapia hasta el punto de inducir a gendarmes de la cultura a emular impensadamente el lenguaje paródico que formula el escritor: “Tapia se burló, con un lenguaje más paródico que irónico de la necedad institucionalizada en una Academia subordinada al poder político…” (119) .

En su ensayo “Las ninfas, La femme fatale y una isla pétrea: tribulaciones de un héroe del siglo XIX”, nuestro colega, quien nos ha dejado a destiempo, Juan J. Berríos Concepción examina la novela de Tapia La leyenda de los veinte años (1864).

Eduardo, dice el reseñista, encarna a un Puerto Rico deseoso de integrarse a la modernidad en aras de un futuro libre del fardo colonial. Al igual que su patria, Eduardo intenta sobreponerse a las pulsiones que impulsan su voluntad hacia direcciones opuestas, deseos atrayentes que entorpecen a la razón. Eduardo desea vivir en armonía con normas socializantes, con la moral burguesa. Ello, sin embargo, implicaría casarse con una mujer “angelical” que no ama. Luego de ser rechazado por Elena, una mujer casada, el hombre se decide por Carolina, en busca de una aventura que se pueda novelar.

Eduardo y Puerto Rico, nos dice el crítico, dirigen su mirada hacia Europa en busca de un futuro venturoso: “El sujeto nacional debe buscar sus aspiraciones fuera de su lugar nativo, no tiene lo necesario en el país para sus pretensiones y visión de desarrollo…” (77). Esa aspiración discurre cónsona con su interés de clase: “Eduardo no encuentra en la colonia los elementos esenciales para el adelanto de la clase que representa, la burguesía y la pequeña burguesía…” (77).

En “Los Póstumos de Alejandro Tapia y Rivera o los diálogos con un prisionero político”, Roberto Vela Córdova concluye que Tapia acciona “el desarrollo de un pensamiento fundacional en las Antillas sobre el carácter del poder metropolitano en el proceso de dominación y hegemonización” (177). Tapia, observa el ensayista, noveliza espacios de interlocución problematizando los andamiajes de poder. La novela es la expresión artística idónea para un escritor que subvierte parámetros, amparándose en un género literario que se bifurca hacia nuevas direcciones, que contraviene restricciones. O como expresa Vela, “En ese sentido la novela tiene el carácter formal de poder narrar el vacío desde el vacío mismo” (178).

¿Quién habla?, pregunta retóricamente Michel Foucault, proponiendo, según sea el caso, la legitimación o deslegitimación de la voz desde su distancia relativa del poder. ¿Quién piensa y desde dónde?, pregunta Roberto Vela. El hablante, o sea Póstumo, se decanta Antillano y universal, expone los frutos del pensar Antillano, un cúmulo de saber que acciona su potencial centrífugo, conectando con la innegable luz que irradia la Ilustración. Habla Póstumo, nos dice el ensayista, consciente de la necesidad de rearmar su cuerpo, de reinsertarse en la historia como agente histórico. Como expone Vela, “Su movimiento pasa a ser el movimiento de una conciencia histórica para la voz crítica en su relación privada y pública que le permite reiterar dimensiones más amplias de su devenir histórico” (181).

El Póstumo putrefacto, propone el estudioso, potencia “nuevos estadios de reflexión crítica”; su disolución se anula a sí misma dando paso a una especie de eterno retorno, Eros aniquilando la pulsión de muerte para replantearse como sujeto que se afirma en la historia. La degradación corporal es natural; la degradación de los espacios literarios a la luz de la represión es anormal. O como expresa el reseñista: “Póstumo es la novelización misma, y ahí es que emerge el potencial para articular el poder de transformación social y en ello su conciencia como un cuerpo social histórico” (180).

Vela nos ofrece una importante cita de Póstumo/Virginia: “[En la sociedad]…la mujer no es mas que una paria coronada de flores; y donde hay parias no hay verdadera sociedad ni progreso moral posible” (188). A la luz de esa expresión extraordinaria, bien dice el ensayista: “Pocas posturas en el contexto de la sociedad puertorriqueña del siglo XIX nos parecen tan radicales desde una posición intelectual o política” (206).

En “La problemática de la esclavitud en La peregrinación de Bayoán”, Jorge Enrique Lefevre Tavárez aborda la presunta apatía de Eugenio Maria de Hostos al espinoso asunto de la esclavitud. El ensayista contrapone su lectura convincente de temprana obra hostosiana. Así concluye el crítico: “Lejos de ser obra de una juventud reformista, creemos que, con respecto a la problemática de la esclavitud, La peregrinación de Bayoán se presenta como uno de sus momentos de mayor radicalidad”. De Hostos, propone el ensayista, traza estrategias narrativas con el fin de eludir la censura española. No intenta, por tanto, una condena sostenida a la esclavitud en su novela. Esparce claves significativas sobre su ideario abolicionista en el texto creando la sensación de escribir sobre asuntos marginales. Vistos en su conjunto, expone Lefevre, se aprecia la recia postura moral antiesclavista del joven filósofo de apenas 24 años.

El crítico ofrece una importante cita del escritor que aparece una década más tarde en su segundo prólogo: “¿Cómo conseguir que un libro de propaganda antiespañola se leyera en España y se dejara leer por España en las Antillas?” (156). En este empeño por acceder al público español, de Hostos elabora lo que Beatriz Sarlo llama “las tretas del débil” para burlar a los censores. Lefevre identifica las instancias de sutileza textual como los detonantes del antiesclavismo en el pensador mayagüezano. Bien apunta el reseñista: “Nos parece, sin embargo, que los momentos más reveladores respecto a la problemática de la esclavitud son los menos explícitos, los que casi pasan desapercibidos y que la crítica en su abrumadora mayoría ha desatendido” (165).

En el contexto histórico que se nos ofrece, resulta imposible soslayar a Haití, trenzado hoy por una crisis de proporciones catastróficas ignoradas por Occidente. Lefevre destaca que la histórica revolución haitiana supuso un fin imprevisto al racismo y al colonialismo. Bayoán, afirma el ensayista, reconoce en Haití la una respuesta política racional al régimen deshumanizador del coloniaje francés. Su mirada trasciende su inmediatez histórica visualizando un futuro de justicia y equidad racial, toque de piedra de “una posición abolicionista…que podría verse como una apuesta por la revuelta y…la necesidad apremiante de terminar con la esclavitud lo antes posible” (169).

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