Especial para En Rojo
Los historiadores argumentan que las raíces más antiguas del performance radican en antiguos ritos religiosos egipcios representados en el Ikhernofret Stela, un texto grabado en piedra que documenta una ceremonia en honor a Osiris en el 1864 a. C. Así como el teatro se origina en el evento religioso, creo que mi interés por el teatro comenzó en mi aburrimiento con la iglesia católica. Recuerdo tener que ir a misa cada domingo porque serví de monaguillo en la iglesia Fátima de Hato Rey. Esa hora se sentía como una eternidad. Para pasar el rato, me fijaba en toda la belleza visual bizarra que me rodeaba en la iglesia: las representaciones sangrientas y oscuras de la pasión de Cristo; los vestuarios de los sacerdotes; los ritos que me parecían hechizos; la inmensidad del espacio que siempre olía a madera y a velas; y el altar y toda la utilería sacra que incluía campanas, crucifijos de todos los tamaños y el cáliz dorado. Todavía siento que cuando nos congregamos para ver una obra de teatro, hay algo religioso y mágico en la decisión del espectador en creer con cierta fe en una realidad alterna que se abrirá dentro del espacio escénico. Los escenarios y teatros son indiscutiblemente templos. La más reciente película de Edward Berger, Conclave (Reino Unido y EE. UU., 2024), resalta la teatralidad y el poder visual de la iglesia. No quiero decir que la película es como una obra de teatro. El poder del arte escénico está en su fisicalidad y en los mundos tridimensionales que se construyen para el público. Pero Conclave demuestra la fascinación visual que tiene Berger con la iglesia y la capital del catolicismo, el Vaticano. El director acentúa la espectacularidad de la sede de la iglesia católica, que nos recuerda a los teatros de ópera de Amadeus (dir. Milos Forman, EE. UU. y Francia, 1984) y las intrigas míticas en The Lion in Winter (dir. Anthony Harvey, Reino Unido y EE. UU., 1968). Ambas películas que menciono son adaptaciones fílmicas de obras de teatro (la primera escrita por Peter Shaffer y la segunda por James Goldman). Estas películas reflejan cierta teatralidad en los golpes visuales en las actuaciones tanto de Tom Hulce (Mozart) y F. Murray Abraham (Salieri) como de Peter O’Toole (Henry II) y Katharine Hepburn (Eleanor); en los ambientes coloridos y dinámicos de los teatros de ópera vieneses del siglo 18 y los grises castillos medievales; y en los fabulosos vestuarios de ambas películas. Aunque Conclave está basada en la novela homónima de Robert Harris, Berger también explora en su película la monumentalidad teatral del Vaticano y las míticas intrigas de palacio en el marco épico de lo que se siente como una obra de Shakespeare.
En Conclave, el cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) es el decano del Colegio Cardenalicio del Vaticano. Cuando muere el papa, Lawrence, junto al comité de cardenales, es responsable de llevar a cabo las elecciones para escoger al próximo sumo pontífice. Los candidatos para la posición incluyen al aparentemente humilde pero ambicioso Bellini (Stanley Tucci), al nervioso y poco confiable Tremblay (John Lithgow), al tradicional y prejuiciado Wozniak (Jacek Koman), al posiblemente virtuoso Adeyemi (Lucian Msamati) y al misterioso arzobispo mexicano de Kabul, Benítez (Carlos Diehz). La trama gira alrededor de los conflictos políticos entre las figuras principales mientras Lawrence trata de llegar al fondo de algunos secretos que tiñen la reputación de varios candidatos. La película es la batalla mas pasiva-agresiva entre religiosos que rara vez pierden la chaveta, pero que son tan venenosos como un nido de serpientes. Dentro de este mundo de hombres pulula la hermana Agnes (Isabella Rossellini) con una cara de constante preocupación que presagia el descubrimiento de algún grave secreto que impactará las elecciones.
En su película previa, All Quiet on the Western Front (Alemania, EE. UU. y Reino Unido; 2022), Berger nos da una poderosa experiencia inmersiva en la Europa de la Primera Guerra Mundial. La película nos sumerge en las trincheras grises, polvorientas y llenas de muerte donde el protagonista, Paul Bäumer (Felix Kammerer), lucha por sobrevivir. James Friend, el director de fotografía de All Quiet on the Western Front, retrata un mundo que estalla en violencia y que devela el colapso interior del protagonista. Paul tanto como Lawrence en Conclave, se enfrentan a sus entornos con una inocencia que se desquebraja a medida que progresa la acción. El director de fotografía de Conclave, Stéphane Fontaine, también sumerge al espectador en un escenario de sotanas negras, puertas selladas con lazos rojos y cuartos escondidos que encierran confesiones oscuras. Fontaine retrata a los personajes resaltando sus proporciones colosales en una lucha que nos aleja progresivamente de la presencia de dios. Es precisamente este contraste entre el grandioso conflicto humano que oscurece ese mítico reino celestial donde la película triunfa. Para Berger, la fe y la divinidad se redefinen en la complejidad de la realidad.
Conclave es una película de suspenso e intriga efectiva. Las actuaciones y la construcción detallada de un universo ordenado por jerarquías eclesiásticas demuestran la genialidad de Berger como director. Aunque me parece que el personaje de Isabella Rossellini pudo ser desarrollado tanto como los hombres que la rodean, Conclave es una experiencia visual que debe verse en la pantalla grande para sentir su potencia. No se la pierdan.