Los nuevos libertadores

 

 

En el En Rojo pasado, me referí entre otras cosas a una obra del maestro escultor José Buscaglia que habría sido robada en Guaynabo hace poco más de quince años. El artista responde a la nota publicada, añadiendo información al respecto de lo ocurrido con su escultura del prócer Betances. Además, nos regala otros textos en los que se expresa sobre el asunto de los símbolos nacionales.

Rafael Acevedo, director En Rojo

Muy estimado amigo Acevedo,

Te agradezco que mencionaras en tu excelente editorial de anteayer sobre el derribo de la estatua de Ponce de León,https://claridadpuertorico.com/la-historia-esta-mal-contada-que-dicen-las-estatuas/ el robo de la estatua de Betances en el 2006 y el agravio que representa el Paseo de los Presidentes frente al capitolio.Veo que mencionas el artículo de El Adoquín por Daniel del Valle referente a la escultura de Betances (te incluyo copia). Aunque he extraviado el informe que le hice llegar a la Policía de Puerto Rico, destaco algo significativo que recuerdo relevante a los hechos. ¡El robo se efectuó el 4 de julio del 2006! Tan pronto supe con cierto atraso la noticia me reuní con el maestro fundidor de Paul King Foundry acá en Rhode Island. Juntos hicimos un recuento de todo lo requerido para llevar a cabo la operación y un listado de todo el equipo necesario: camión de arrastre, planta eléctrica, grúa con suficiente altura para tirar desde arriba y cargar con el peso de la estatua, etc. Con un simple examen del lugar podrían haber encontrado las huellas dejadas atrás por los diversos equipos utilizados y claras indicaciones de cómo y por dónde cortaron las dos anclas (de acero inoxidable y 24″ de largo partiendo de cada pierna), además de otra evidencia aclaratoria que no se molestaron en examinar.

Todo esto con casas aledañas al lugar y casi al frente del «Police Department» de «Guaynabo City» — a mi entender con su colaboración. Hicieron lo suyo y nadie vio nada ni escucho nada. Si luego trocearon la estatua y la desaparecieron era de esperarse. Lo que nunca se supo es quién encargó la operación y quién la financió. A mi entender creo que vendieron y sacaron del país los pedazos para remover toda evidencia y refundirla en el extranjero. (¿Santo Domingo, Méjico? ) Basta con lo ya dicho para concluir que se trató de un acto de terrorismo político.

Te incluyo además un ensayo titulado La Inconveniencia de la Cultura. El mismo plantea, desde la perspectiva de la sicología cultural, nuestra propia problemática con los símbolos y la importancia de nuestra cultura puertorriqueña ante el asedio del asimilismo radical. Este escrito data del 2009 cuando me encontraba bajo el bloqueo gubernamental con relación a La Plaza de la Identidad Puertorriqueña.

Te anexo además como colofón a lo ya dicho un par de notas sobre el maldito Paseo de los Presidentes que hasta el presente proclama su injuria. Tienes toda la razón al afirmar que la historia está mal contada». En Puerto Rico, como la de cualquier pueblo colonizado, nuestra historia se ha deliberadamente contado con la agenda de afirmar y perpetuar la dependencia colonial. Basta con revisitar a Said, Memmi y los otros que incluyo en la pintura adjunta para corroborar este fenómeno universal. Me parece genial lo de un «Boy Scout of Spain» para satirizar a Ponce de León.

Atentamente, José Buscaglia

 

Los nuevos libertadores (Les nouveau libérateurs) obra pictórica en medio mixto de 50’’ x 38’’

José Buscaglia

Aunque, en última instancia, el dominio de un individuo, de un grupo o de una sociedad sobre otra tiene ancestrales orígenes de índole biológico, en nuestra especie adquiere complejas modalidades cónsonas con nuestra particular naturaleza. El intelecto humano nos permite idear formas de dominio y subyugación que rebasan por mucho los límites del resto de las formas de vida de las que tenemos conocimiento. Nuestra creatividad e inventiva sirve tanto para determinar el justo trato en la convivencia social como para reprimir violentamente al semejante mediante los medios más crueles e insensibles. En ausencia de los valores humanos y de la moral social, de nada valen los productos y los atributos del pensamiento. El comportamiento humano solamente inhibe la conducta depredadora que forma parte de nuestro acervo genético cuando media una cultura humanística en afirmación constante de la dignidad inviolable de cada ser humano.

Entre los pensadores contemporáneos que con mayor claridad han descrito y denunciado todas las modalidades de discrimen y represión social, se destacan Frantz Fanon, Jamaica Kincaid, Edward Said y Albert Memmi. Los dos primeros nacen y se exponen desde temprana edad a los prejuicios raciales y al dominio imperial de Francia e Inglaterra prevaleciente en nuestra región caribeña—Fanon en la Martinica y Kincaid en Antigua. Said nació en Palestina y Memmi, en Túnez. Ambos comparten con Fanon, quien desarrolla su vida profesional en Argelia, el trasfondo de la represión francesa en el norte de África y Said, además, la del consorcio entre Israel y EE.UU. en el Medio Oriente.

Debido al entrenamiento de Fanon como psiquiatra existencialista y a su práctica profesional en el hospital psiquiátrico de Blida-Joinville, éste aborda el tema desde una perspectiva particularmente centrada en las anomalías psicoafectivas imperantes en el colonialismo. Fanon llega al entendimiento que solamente mediante un proceso revolucionario se puede romper el nefasto ciclo interactivo entre el colonizado y el colonizador, lo que le motiva a integrarse al Frente de Liberación Nacional Argelino. En principio, todo problema que condicione la totalidad de un conglomerado social requiere de una solución política. Sin embargo, bajo circunstancias de una persistente y violenta represión política, la resistencia del colonizado justifica implementar estrategias revolucionarias radicales que pongan fin al colonialismo.

La presente obra centra en la figura y el pensamiento de Fanon ubicado dentro del contexto del los otros tres grandes críticos del colonialismo y del racismo contemporáneo. La cita de Fanon tomada de Les Damnés de la Terre determina la iconografía de la obra –‘’Pour le colonisé, la vie ne peut surgir que du cadavre en décomposition du colon.’’ Al centro, los dos revolucionarios antillanos Fanon y Kincaid. Fanon porta como estandarte emblemático la máscar, en referencia directa a su otra magistral obra, Peau noir, masque blanc. Kincaid, en alusión a su personalidad y a su obra, sostiene una mata espinosa que culmina en una rosa. Al fondo de estos personajes centrales, los símbolos compartidos por ambos de la cultura esclavista cañera de las Antillas. A los pies de Fanon, literalmente, el cadáver en descomposición de la colonia. A la izquierda de Kincaid, Edward Said sostiene en alto la bandera palestina y, a la derecha de Fanon, Albert Memmi porta la bandera de Túnez.

Rodeando la escena central con los cuatro personajes reales ya descritos, la obra adquiere un sentido alegórico representativo de la degradación de la personalidad y del estigma de la inferioridad que provoca la subyugación colonial. Al lado derecho aparece un grupo representativo de las adoratrices del imperio, quienes se unen en devota humillación ante el águila imperial de EE.UU. En un primer plano, dos figuras alegóricas simbolizan el estadio psicoafectivo de los que viven como agregados en finca ajena y sometidos al dominio extranjero. Al lado izquierdo se muestra un grupo de individuos representativos de la degradación de la personalidad de los que se consumen en la impotencia ante la destrucción de su autoestima. Sobre éstos, aparece el águila helíaca euroasiática, símbolo del imperialismo europeo, eslavo y asiático. En un primer plano, un soldado francés de la Legión Extranjera somete violentamente a un musulmán argelino, haciendo referencia directa a la causa que animó a Fanon y a Sartre a denunciar la represión europea en todo el continente africano, así como a nivel mundial.

La universalidad del fenómeno del racismo y la imposición del colonialismo se combinan a través de la historia universal. Las manifestaciones contemporáneas de tal fenómeno varían en forma y estilo, mas sin alterar en esencia la crueldad y la violación de los derechos naturales del ser humano. Siempre en riesgo de deshumanizarnos, tan sólo nuestra constante vigilancia nos permite mantener la dignidad de nuestra particular naturaleza.

‘’Villa Pitirre’’ , Rhode Island, noviembre 2013

Los trece peldaños – la infamia legislativa

(manifiesto del autor de la Plaza de la Identidad Puertorriqueña)

La legislatura de Puerto Rico ha aprobado, como parte de su revisión del Código Penal         (P. del S. 2021), una disposición que condena a una pena fija de tres años de cárcel a cualquier ciudadano que “cometa cualquier desorden a la inmediata vista y en presencia de la Asamblea Legislativa…”, o que de alguna forma “perturbe, interrumpa o impida la realización de los trabajos de la Asamblea Legislativa …”. La abarcadora ambigüedad que conllevan los términos “perturbar” y “cualquier forma de desorden”, a determinarse según el juicio discrecional de cualquier legislador, convenientemente se presta para utilizar cualquier trivial alegato para limitar el ejercicio democrático de la libre expresión y para perseguir, aún de forma violenta, a todo aquel que se manifieste en contra de las acciones y disposiciones del régimen autoritario que a todas luces están tratando de legalizar. La historia contemporánea europea y latinoamericana evidencia que los más nefastos regímenes totalitarios sistemáticamente han comenzado con disposiciones semejantes. Evocan estas disposiciones aquellas de las que fuimos testigos durante el régimen franquista que permitían transportar y torturar en la prisión de Carabanchel a cualquier individuo que ofendiese o se manifestase contrario “a la dignidad del Estado o la figura del Caudillo.”

Por otra parte, carece de igual amplitud el nuevo reglamento en lo referente al derecho ciudadano a exigir la reparación de agravios, ni establece pena de encarcelamiento a ofensas perpetradas por legisladores contra los ciudadanos, ni por intervenir maliciosamente contrario al ejercicio libre y democrático de los derechos naturales y de afirmación cultural de los puertorriqueños — derechos que en los más elevados convenios y foros internacionales se le reconocen a todo individuo, particularmente bajo regímenes coloniales.

La manifestación más palpable de una ofensa injuriosa de la dirección legislativa por intentar perturbar, desnaturalizar y humillar nuestra naturaleza cultural la constituye el llamado Paseo de los Presidentes, cuyas heroicas esculturas y tarjas biográficas y conmemorativas dominan con actitud prepotente la entrada principal del Capitolio de Puerto Rico. La prominencia desaforada de semejante aberración resume y representa todas las demás medidas violentas y persecutorias adoptadas por el actual gobierno con la intención de reemplazar nuestra lengua, debilitar nuestras expresiones culturales y trastocar nuestro acervo histórico con la incorporación de elementos foráneos. No solamente son extranjeros estos presidentes en nuestro suelo, sino que además simbolizan todo el nefasto peso de los controles políticos, económicos, sociales, territoriales e imperiales que rigen la vida diaria de todo puertorriqueño desde el Tratado de París del 1898.

Dichos presidentes comienzan campechanamente su paseo en el lado oeste del predio capitolino y culminan la afirmación sin restricciones de su dominio territorial frente al ala este del capitolio con la figura del presidente Obama. Cierra el paseo un enorme banco que aparentemente invita al público a sentarse y reflexionar sobre la preeminencia de estos personajes, elevados ya al nivel de deidades olímpicas en un extraño ritual de culto al asimilismo.

Si recorremos este paseo, siguiendo un orden protocolario desde el interior del capitolio, desemboca esta procesión de dignatarios imperiales en unas escalinatas constituidas por trece peldaños. Al descender del elevado sitial que ocupan los presidentes, el público se encontrará en la Plaza de la Identidad Puertorriqueña, cuya iconografía representa en inequívocos términos nuestra historia, nuestra cultura, nuestra dignidad y nuestra aguerrida resistencia nacional.

Desde que se inició la construcción del paseo presidencial hemos afirmado públicamente que el mismo constituye una flagrante ofensa al pueblo de Puerto Rico. ¿No sería justo requerir, como derecho retributivo que se desprende de la nuevas disposiciones del Código Civil, que el pueblo de Puerto Rico imponga pena carcelaria o, en su lugar, una condena de exilio por trece años, uno por cada peldaño, por semejante acto de lesa patria?

Ha sido precisamente a principios de julio, cuando se conmemora la independencia de los EE.UU., que la administración legislativa ha ordenado la ubicación del Relieve de la Historia y la Cultura Puertorriqueña y el Altar de la Patria trece peldaños por debajo de los presidentes de la potencia extranjera que rige a Puerto Rico con el denigrante rango de posesión.

Ha de quedar claro que la referida ubicación llevada a cabo sin el consentimiento y con la oposición de su autor, es violatoria de sus derechos por constituir una intencional y violenta modificación del significado e intención de la obra.

No nos dejemos engañar, la movida de última hora de la actual dirección legislativa de instalar apresuradamente la Plaza de la Identidad Puertorriqueña en los predios capitolinos obedece a razones que nada tienen que ver con el debido respeto y el compromiso afectivo con la defensa de la cultura puertorriqueña. Se trata de un intento burdo de aprovecharse del significado y el impacto de la obra para aparentar un fingido respaldo a la puertorriqueñidad con fines estrictamente electoreros. La evidencia de las acciones de la presente administración por reducir y acorralar todo lo que pudiese significar la afirmación de la nacionalidad puertorriqueña es abundante y consistente con su intento por reemplazar nuestra historia, nuestra cultura, nuestra lengua y nuestra naturaleza misma como pueblo latinoamericano y caribeño por un engendro forzado y artificioso. En su desmedido afán de incorporarse y asimilarse a los EE.UU. trabajan afanosamente por elaborar una versión caricaturesca y aberrante de una forma de ser que ellos entienden que pueda servilmente complacer al norteamericano.

El colocar el aludido paseo presidencial como vivo despliegue de pitiyanquismo extremo y denigrante adulación en un plano jerárquicamente superior a la obra que representa la historia, la cultura y a la nación puertorriqueña no tiene otra intención que la de reducir nuestra identidad nacional a un nivel de inferioridad. No les ha bastado con colocar la Plaza de la Identidad en la parte posterior de los presidentes, sino además a un nivel inferior y en un plano descendiente hacia una vía secundaria. Por tal razón, me he negado a colaborar con lo que considero otro intento por desmerecer y humillar nuestra identidad nacional. Consistentemente he hecho bien claro, pública y privadamente mi radical desacuerdo con las implicaciones de lo que representa el Paseo de los Presidentes y mi inconformidad con que la obra que representa nuestra natural y verdadera identidad se ubique contigua y en subordinación al sitial de exaltada preferencia que se le ha otorgado a los presidentes de EE.UU. que fortuitamente han visitado a Puerto Rico.

El cinismo que representa esta patraña es otro engaño más y otra agresión al pueblo de Puerto Rico por los mercaderes que venden sus conciencias, su identidad y su cultura por las baratijas que les ofrecen sus amos.

José Buscaglia “Villa Pitirre”, Rhode Island

 

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