El corazón es siempre símbolo de los sentimientos, casa de la vitalidad. Frente al mar que nos circunda, pletórico de amor por su lengua española, regenerada y revitalizada en el Caribe múltiple, se nos aparece en el pecho de nuestro Catedrático Cervantes, Luis Rafael Sánchez. Digo «nuestro» porque es ─como él se define─ «mulato boricua». «Nuestro», porque durante estos dos años es reconocido como Maestro de maestros en la Cátedra Cervantes que surge del convenio entre el Instituto Cervantes de Madrid con sede en Albuquerque y la Universidad de Puerto Rico. En el Cuadrángulo Histórico del Recinto de Río Piedras ─que necesita mucho corazón para restaurarlo─ se ubica la sede de la Cátedra Cervantes en el Seminario Federico de Onís, del Departamento de Estudios Hispánicos ─que necesita corazón para sostener su larga historia─, próximo a cumplir sus cien años de existencia en 2027. Luis Rafael Sánchez, profesor jubilado de ese departamento que defendió la lengua española sin olvidar a los negros ─Enrique A. Laguerre, Cesáreo Rosa-Nieves, Modesto Rivera, José Ferrer Canales─ presentó su primera lección magistral el miércoles, 12 de marzo, a las diez de la mañana, en el Teatro de la Universidad. El Teatro estuvo repleto de corazones agradecidos: estudiantes, profesores, amigos, público en general.
Un temor comprensible acudía al corazón de Luis Rafael Sánchez, un temor de encontrar vacío el Teatro de la Universidad. Sin embargo, ese temor se disipó y dio paso a un regocijo inesperado. Desde la Rectoría, el Consulado español, la Facultad de Humanidades, el Departamento de Estudios Hispánicos y su Seminario Federico de Onís, se dio impulso y promoción a esta gran actividad. Ese regocijo se vio asediado, no obstante, por las hordas de una negra presencia que no pudo opacar la celebración de los «Sones del Caribe» que tremolaban entre las aguas azules que evocaba Luis Rafael Sánchez en su lección magistral. Hubo tensión desde el principio. El rechazo estudiantil a la presencia del presidente interino de la Universidad fluyó como un fantasma en medio de las candilejas. El negro espectro sofocó lo esencial de las palabras de Luis Rafael Sánchez, quien, sin embargo, supo lidiar con la situación y sobrevivir al ímpetu de las oscuras ráfagas que amenazan, del mismo modo, a nuestro Departamento de Estudios Hispánicos. Pero la muerte, aunque haya andado por el Guasio, no entrará en palacio.
Hubo espacio para viajar desde lo más elevado de la cultura latinoamericana ─Alejo Carpentier─ a los estratos menos afortunados ─Bad Bunny─. El conocimiento de la lengua española, con todas sus herencias lingüísticas, permite a Luis Rafael Sánchez distinguirse como el manzano en la arboleda. La reiteración que lo caracteriza fue moviéndose como leitmotiv inevitable; elegante en su frase y su decir, uniendo la palabra perfumada y la palabra oscura, la palabra ingeniosa y la palabra culta, la palabra antigua y el neologismo. La intertextualidad evidente, como un naufragio de la literatura latinoamericana y mundial, dejó en las orillas de nuestras Islas fragmentos luminosos del idioma: Pablo Neruda, Carlos Fuentes, Aimé Casaire, en una larga lista. No faltaron, entre ellos, los puertorriqueños en la defensa de nuestro idioma y de nuestro mulatismo borincano: René Marqués, Ana Lydia Vega, José Luis Vega, a quien recordó en diálogo con el poeta de Collores y su «Canción de las Antillas». Luminoso fue al referir el exilio del cubano Reinaldo Arenas y citar a Plinio el Viejo: «Si está en la naturaleza, es natural».
Frente a la negra sombra que lo amenazó y que nos dio un verdadero susto ─el susto de la vaca─, Luis Rafael Sánchez tomó aire y dio las brazadas que le permitieron llegar victorioso a la orilla. No se le ha reconocido por ser mulato, sino por ser lo que es: un extraordinario escritor que sabe distinguir el grano de la paja. Correcto y pulcro, es capaz de pulir la palabra más soez para hacerla brillar. En su boca, la palabra evoca, convoca y provoca. Esto es así, porque la educación lo ha formado, y esa educación procede, en primer lugar, de su Alma Mater. Ya lo dijo en las palabras que expresó cuando se firmó el convenio para esta Cátedra Cervantes: «La Universidad me hizo gente». La educación, el contacto con la cultura de todos los niveles, con las palabras de todos los registros, urden esa metamorfosis necesaria. Eso se daba a través de las clases, sí, pero, también, mediante lo que se conocía como Departamento de Actividades Culturales, que desde muy temprano en los años cuarenta del siglo pasado permitía y promovía la llegada a nuestros escenarios de figuras como la soprano alemana Elizabeth Schwarzcopf, el extraordinario pianista chileno Claudio Arrau, el guitarrista español Andrés Segovia, la bailarina cubana Alicia Alonso, la pianista de diez años aún, Irma Isern, en recital gratuito, y un larguísimo etcétera; así como las series de cine de los años sesenta que reseñó el joven Esteban Tollinchi en los comienzos de su carrera universitaria. La Universidad de Puerto Rico no es solo de los negros, de las personas que proceden de los caseríos, de los parceleros, de los pobres y ofendidos, sino de ellos y de todos ─puertorriqueños y extranjeros, negros y mestizos, ricos y pobres─. La Universidad de Puerto Rico y su Cátedra Cervantes con sede en el Seminario Federico de Onís del Departamento de Estudios Hispánicos de la Facultad de Humanidades del Recinto de Río Piedras hace brillar a nuestra Isla, y brilla hoy por Luis Rafael Sánchez.
Quisiera agradecer a todos los que laboran en la organización de estas actividades, desde el Instituto Cervantes con sede en Albuquerque, al equipo de trabajo de la rectora Angélica Varela Llavona y al comité asesor del Catedrático Cervantes: Luce López-Baralt, Profesora Distinguida de nuestra Universidad; Joseph María Bosch, cónsul de España; Agnes Bosch Irizarry, decana de la Facultad de Humanidades; doctor Emilio Ricardo Báez Rivera ─quien fue maestro de ceremonia de la actividad─; doctora María Luisa Lugo Acevedo, coordinadora del Programa Graduado de Estudios Hispánicos; doctora Brenda Corchado. Al público que asistió a la lección magistral, entre quienes reconocí a distinguidos colegas: Efraín Barradas, Aurea María Sotomayor, Carmen Vázquez Arce, Ana Lydia Vega y Robert Villanúa, José Luis Vega, Mercedes López-Baralt, Carmen Dolores Hernández, Edith Faría Cancel, Juan G. Gelpí, María de los Ángeles Castro y Gervasio García, entre tantos. A los estudiantes del Departamento de Estudios Hispánicos y de su Programa Graduado; pero en especial a Luis Rafael Sánchez.
El autor es el director del Seminario Federico de Onís, de la UPR en Río Piedras.