Recordando a José Luis González

Pedro Zervigón / Especial para En Rojo

 

Hoy, 8 de diciembre de 2019, hace 23 años que me despedí de José Luis en Ballajá y en el cementerio de San Lorenzo, pueblo natal de su padre. Siete años antes lo había visitado en su hogar en las residencias universitarias de México y lo había encontrado muy deprimido hablando de Puerto Rico con mucha tristeza.
No era el mismo José Luis que me había acompañado en 1974 en los recitales que hicimos en los cafeteatros La Tea de San Juan y La Leyenda de Caguas, en los que yo leía algunos de sus cuentos y él dialogaba con los asistentes sobre su obra literaria. Entre aquellos asistentes había intelectuales de la categoría de Emilio Díaz Valcárcel, Nilita Vientós Gastón, César Andreu Iglesias, Manuel Maldonado Denis, Arcadio Diaz Quiñones, Rafael Tufiño, Francis Schwartz, Tomás López Ramírez y Magaly García Ramis, por solo citar un puñado.

El José Luis de aquellos tiempos de su regreso a Puerto Rico tras dos décadas en que los Estados Unidos le negaban la visa para visitar su patria, era uno de los seres humanos más brillantes que he conocido. Se atrevía a emitir opiniones que sabía no iban a complacer a muchos y cada vez que viajaba a Puerto Rico su presencia era sinónimo de polémicas.

Había nacido en Santo Domingo de padre puertorriqueño y madre dominicana, por lo que su infancia transcurrió entre Puerto Rico y la República Dominicana. A los cinco años su padre lo trajo a vivir a Borinquen. Tuvo el privilegio de tener un abuelo que fue alumno de Hostos, un tío abuelo que se llamaba Federico Henríquez y Carvajal, gran amigo de Martí, y un padrino literario en Juan Bosch, otro gran escritor al que también me unió una profunda amistad.

José Luis tenía la virtud de ser excelente en los tres géneros literarios que cultivó, el cuento, la novela y el ensayo. Cuentos como En el fondo del caño hay un negrito y La noche que volvimos a ser gente, novelas como Balada de otro tiempo y La llegada, y ensayos como El país de cuatro pisos y Literatura y sociedad en Puerto Rico son la mejor evidencia de esa excelencia.

Mi gran amigo Miguel Angel Suárez me dijo un día que quería conocer a José Luis y el escritor accedió a acompañarme al apartamento en que vivían Miguel y su esposa Nana Hudo en la avenida Ponce de León en Santurce. Cuando, avanzada la noche, José Luis empezó a cabecear de sueño, Miguel trajo el libro en que está La noche que volvimos a ser gente, relato que surgió tras recibir José Luis una carta del poeta Juan Sáez Burgos en que le relataba sus experiencias en el apagón que afectó a Nueva York. Miguel comenzó a leerlo, dramatizándolo, y José Luis olvidó que tenía sueño y quedó profundamente impresionado de la lectura, que posteriormente Miguel memorizaría y convertiría en un monólogo que recorrió exitosamente diversas salas teatrales.

En este vigésimo tercer aniversario de la muerte de José Luis quiero recordarlo como era en aquellos tiempos en que hicimos el recital, con esa inteligencia que deslumbraba a todo el que lo escuchaba o leía, y con esa gran calidad humana que me hizo quererlo y admirarlo profundamente.

\El autor es un veterano periodista cultural puertorriqueño nacido en Cuba. Bien recordado por sus esclarecedoras notas sobre escritores y la cultura en general, Zervigón es un declamador excepcional. En su repertorio hay poemas de autores como José Martí, Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, Pablo Neruda.

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