Regalos inesperados

 

En la carrera hay momentos oscuros. Ya lo he dicho. Sin embargo hay hitos de descanso y ánimo que suelen aparecer sin aviso. A un cuarto de ingreso de tres de pronto fue necesario traer temporalmente una cama más y resulta que no nos trajeron una paciente: nos trajeron una fuerza de la naturaleza.

Desde que entró fue como si hasta el aire inmóvil le entrara un no sé qué de atareado y feliz. Se llenó de olor a café y manzanilla y de la voz potente de… llamémosla Irene, que le pega.

Irene corre desde el año pasado. Con pasos masivos que atruenan el piso y no solo por su estatura tremenda: ella sabe correr. Ha sido cuidadora y apoyo en otras maratones y tiene un arsenal de trucos para una carrera larga y efectiva.

A menudo se corre sin saber. Nadie estudia o investiga antes de algo así: ¿quién piensa que va a tener cáncer? Pallá pallá, solavaya. Es tabú. Si no lo pienso no existe
y si no existe no pasa y de pronto te quedas como en la fábula del viaje a París, preguntándote qué vas a hacer con esa cosa y todo lo que lleva.

Existen manuales. Muy buenos y explicativos. De los cuidados, dietas, síntomas, terapias, plazos. Todo perfecto y producto de serias investigaciones. Pero no todo el mundo es este ratón de biblioteca que se los lee como novelas. No siempre hay cabeza para tragarse un manual en medio de esta tormenta.

Y ahí viene Irene, que en modo condensado y bien salpicadito de chistes y anécdotas, te cuenta todo eso y te da la vuelta de un lado y del otro. Te saca del toallero las dudas llenas de humedad y las ventila. Te comparte sus métodos para el mal sabor, el insomnio, la tristeza de las tardes y la flojera postquimio. Chancea con las enfermeras a las que conoce de muchos ingresos. Y mientras te recuerda que la carrera no ha terminado y que tienes fuerza para eso y más.

Luego, después de una tarde, una noche y una mañana, gozando todas a la luz de su optimismo práctico, vuelve al cuarto que ya está listo, mientras yo duermo, y me deja en la mesa un platanito de su patio.

«Extrañamos a Irene» dice una de las pacientes hace unos minutos. Y las tres suspiramos y nos sonreímos. Preguntándonos si realmente ella pasó por aquí y por qué el cuarto huele a café fresco y manzanilla.

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