Especial para En Rojo
Habiendo cruzado, honraron todas las cosas con la sabiduría de Aché. Viento. Cielo. Tierra. Fuego. Trueno. La depositaron en los otanes, las piedras, en los musgosos sotobosques de cuevas agrestes; en la caricia de cascadas elegantes; en bosques lo suficientemente imponentes como para asumir el nombre de Montaña; en agua salada y dulce, para así probar lo opuesto en las cosas. En todas las criaturas aladas, incluyendo la mariposa. En todas las de cuatro patas. En todas las de dos. […] Y en aquellas que aún no habían nacido. Porque, una vez intuyeron que lo humano estaba profundamente empeñado en la captura, conspiraron para poner su Verdad a descansar en todas partes. Y en las más simples de las cosas. […] Estar en todas partes era la única manera, razonaron, de evadir la captura y de asegurar la permanencia del cambio –[ésta era] una de las Verdades del Océano.
(M. Jacqui Alexander, Pedagogies of Crossing, 289-290, mi traducción)
Admito que ardo por caminar junto a la contaminada desembocadura del río por aquí, a la playa erosionada por allá, y a la sombra, más adelante, de unos árboles enormes, sobrevivientes de la fiebre deforestal y herbicida en mi país. En ausencia de una franja lateral continua en la que poner un pie frente al otro, me obligo a conformarme con lo que puedo absorber, fugaz y encabalgado, mientras conduzco con las ventanillas abajo. La PR-102 es una carretera rural sin pretensiones. Rebosa de “las más simples de las cosas.” No es postal de la máquina turística, ¡y que por nada del mundo lo sea! Conecta a Mayagüez, Cabo Rojo y San Germán, desde el barrio obrero y pesquero El Maní en el primero, pasando por la galopante captura elitista de la costa en el barrio Joyuda del segundo, y desembocando en el casco del pueblo espírita y masónico del tercero. En esa ruta, el tramo entre Cabo Rojo y San Germán es uno de mis más atesorados paisajes en Puerto Rico.
Como la luz solar atravesando el dosel de un bosque tupido, allí perviven chispazos de pasado lo suficientemente contundentes como para encandilar la imaginación con lo que tal vez fueron, antes de más de cinco siglos de catástrofe, los valles del oeste de la “isla grande,” contiguos a los acantilados de la punta suroeste, de Mona y de Monito, y en comunicación subterránea, submarina, con el estrepitoso Canal de la Mona. Los rastros de ese pasado remoto conviven con la superposición de pasados más recientes, produciendo la indiscutible belleza del país de cafetines y panaderías, machetes y matas de plátano, casas en ruinas y en pie con balcón y piso de terrazo, caballos chongos y lagartijos de insólito agarre. La sazón es una vegetación imposiblemente verde y un mujerío de armas tomar.
Hemos hecho evolucionar esa hermosura –aquí y en toda nuestra región sujetada y sublevada– del humus de la captura esclavizada, la liberación sangrada, la desgracia por diseño. No todo ha sido, es ni será apropiable por “el desastre” ni por los fondos que subvencionan su ejecución y posterior “recuperación” y “estetización.” Siento en este tramo de carretera una madeja de espíritus, Aché en Viento, Cielo, Tierra, Fuego, Trueno, en las vidas de cuatro y dos patas, históricas y especulativas, conjugadas en una interrelación a la que nadie podía apostar. Junto a la toma de la calle, al calentón de la presión a las élites, a la organización y movilización políticas que tradicionalmente reconocemos, ese panal de fenómenos casi invisibles, irresistiblemente cotidianos, a medio camino entre nuestra herencia y nuestro legado, también lleva el nombre de lucha.
Habría que recordarse siempre al santalucense Derek Walcott: no quiero escribir –al menos no exclusivamente– una literatura de recriminación, venganza o desesperación. El llamado del arte no es a la servidumbre de la Historia. Diré que a mi país nos lo han naufragado, pero que no es un naufragio. Nuestra historia, la pequeña, que es también hoy, demuestra que hemos sabido, podido, inventarnos islas rehaciéndolas de sus restos, como hongos hambrientos en hojas caídas. Casi al punto del ahogo en alta mar, sí, pero volviendo la deriva, vida. Esa es otra de las “Verdades del Océano.”