Topografía: El poeta y la nación

Amigos muy queridos me advirtieron que no hablara de este asunto porque iba a quedar como una persona anticuada y no sé cuántas bellezas más. Los quiero mucho, gracias. Pero, tal vez, a cierta edad, uno empieza a no tener remedio. En fin, que a veces uno se suelta, dice lo que le hierve por dentro y exclama “que Dios o a quien corresponda reparta suerte”.

Procedo entonces a contar la pequeña historia. Mi amigo y vecino el poeta llegó a mi casa desarbolado con la barba de varios días, muy preocupado. Me dijo que lo habían “acusado” de nacionalista. Estaba dolido no por la palabra que aludía a la idea de nación, sino por su empleo como acusación, lo que implicaba un significado negativo. Recordé inmediatamente una época de mi vida en que ciertos interlocutores con intención de ofensa acusaban a uno de comunista. Recuerdo amigos que no entendían ya que para ellos la palabra comunista era un cumplido no un insulto pues representaba un alto grado de desarrollo del espíritu y del sentido de solidaridad. Pero en fin, sigo con el tema. Me puse a pensar y como médico o abogado que no recuerda bien lo que estudió busqué en los libros más cercanos. El primero fue el diccionario. Leí en voz alta a mi atribulado amigo: “Nacionalista: perteneciente o relativo al nacionalismo 2. Partidario del nacionalismo.” Aunque la definición decía poco, ayudaba. Busqué entonces “nacionalismo”. Otra vez leí en voz alta: “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia. 2. Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado.” Esta volvía a decir poco pero decía más que la anterior. Y ya podíamos empezar a pensar, a inventar. (Sí, a inventar, porque sobre todo en este asunto no creo que debamos creer en ciertas “autoridades”. )

Después de leerle las definiciones al amigo vecino y poeta y luego de un largo silencio este reaccionó y dijo: “como Puerto Rico es una colonia no puedo identificarme con su historia, valga la redundancia, colonial, pero sí puedo identificarme o reconocer el valor, la importancia de la lucha contra esa realidad. Por otra parte, si nacionalismo es la ideología de todo un pueblo que quiere constituirse en Estado, estoy totalmente de acuerdo.” Yo le dije que recordara que en nuestro país mucha gente erróneamente pensaba que la noción de nacionalista implicaba la identificación con lo que dijo o hizo el Partido Nacionalista fundado en 1922, al cual se unió Albizu en 1924 y que llevó a cabo la Insurrección del 30 de octubre de 1950. Él me respondió que ya el tema iba para un rollo histórico ante lo cual le recordé: “tú fuiste el que trajiste el lío, ahora hay que desenredarlo.”

Así las cosas, a mi amigo se le encendió la bombilla y tuvo la ocurrencia de decirme: “¿y los que se sintieron puertorriqueños antes que nosotros, qué dijeron?” Me gustó su idea y volví a buscar en los libros. Sé que la verdad o la realidad no es solo cosa de libros, pero debía ayudar a un amigo y eso era lo que tenía a la mano. El amigo y vecino añadió: “antes que nada busca a ver qué dicen los poetas”. Lo miré sonriéndome pues sé que esa es su debilidad o fortaleza, según se mire. Obedecí y leí en voz alta la última estrofa del poema “Insomnio” de Santiago Vidarte (1828-1848), nuestro primer gran poeta, que murió a los 20 años: “Cerca está el puerto. ¿Ves la peña aquella / que está del mar en brazos reposando, / vestida de castillos, rica, bella . . .? / Pues es . . . ¡Poder de Dios, si estoy soñando . . .!” Vaya, me dijo mi amigo, parece que nuestro país, desde el comienzo, es un viaje hacia un lugar que al final resulta ser un sueño, una ilusión, un deseo. Le concedí la razón al vecino y añadí haciéndome el erudito intelectual moderno que había autores que afirmaban que la nación era una comunidad imaginada. Pero él no hizo caso e insistió en que le leyera más de los poetas. Era evidente que se había entusiasmado con el tema y la búsqueda. Y a mí me entró el temor (o el entusiasmo) de que me preguntara si tenía vino o cerveza en la cocina. Entonces leí de José Gautier Benítez (1851-1880), el poeta cagüeño, una estrofa de “A Puerto Rico” que complicaba y enriquecía el tema: “Para poder conocerla / es preciso compararla, / de lejos en sueños verla; / y para saber quererla / es necesario dejarla.” Ahora resulta, dijo el amigo, que la distancia o la ausencia es requisito para querer el país. Sí, le dije, y creo que también se sugiere que la emigración también es experiencia importante para el “amor” o la apreciación del lugar de origen de uno o de sus ancestros.

Después de un largo rato de sacar libros del librero y leer pasajes pertinentes al tema ya se me habían irritado los ojos y, además, estaba cansado de hacer de terapista. En ese momento decidí declarar de forma espontánea y tajante mi sentir sobre el tema. Nótese que he hablado de mi sentir.

Entonces le dije al amigo que el nacionalismo como realidad emocional o psicológica y posición política no se podía limitar a un partido sino que podía ser la verdad de todo un pueblo. Le dije que el país donde uno ha nacido si bien es obvio que es punto de partida nada ni nadie prohibe que pueda ser punto de llegada. Le dije que no veía por qué a otras nacionalidades en otras regiones del planeta se les reconoce sin problemas su particularidad, su derecho a constituirse en nación con su propio Estado mientras que a Puerto Rico se le niega. Le dije que, a veces, es irónico que se hable a favor de la diversidad de las culturas nacionales, por más extrañas que sean, mientras que a Puerto Rico no se le reconoce su particularidad dentro de la diversidad planetaria. Le dije que el nacionalismo o la afirmación del derecho a existir y a imaginar y organizar el futuro de un país no equivale necesariamente a una actitud o propuesta violenta, agresiva, patriarcal, xenófoba, racista basada en una visión monolítica, simplista y petrificada de la nación. Le insistí en que no se debía aceptar que otros por ingenuidad o perversidad ideológica definieran los conceptos de nación o nacionalismo en contra nuestra. Me reafirmé en que sí podíamos soñar (como nuestros primeros poetas) con una nación libre y solidaria amada en la presencia y en la ausencia, y que abrazara la diversidad de identidades incluyéndose a sí misma como una cultura heterogénea y cambiante donde podíamos ponernos camisas de todos los colores, incluyendo el negro, sin que a nadie se le ocurriera por eso la tontería de decir que eramos fascistas.

Eso le dije al vecino poeta que se declaró totalmente de acuerdo conmigo y acto seguido propuso muy pícaro que debíamos celebrar nuestro acuerdo.

Ya he contado la pequeña historia. Ahora que los lectores o los dioses repartan suerte.

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