He terminado de leer Los bates grandes se respetan, escrito por el ponceño Raúl Ramos, cuyo propósito es ampliar la información que hasta ahora se tenía sobre el desempeño de Francisco Coímbre como pelotero y a la misma vez ofrecer un buen vistazo a los rasgos sobresalientes de su personalidad. Quienes pensamos que Coímbre ha sido el mejor bateador en la historia del beisbol puertorriqueño nos sentimos justificados por los datos que Ramos ha logrado acumular, en particular, sus números en el beisbol caribeño y de Estados Unidos. El libro incluye además narraciones de episodios reales –no los llamaría anécdotas– que destacan las alturas que Coímbre fue capaz de alcanzar cuando tenía un bate en las manos. Fui testigo presencial de algunos de estos momentos estelares, y quizás ya es hora de bajar al terreno de juego.
Estamos en el Sixto Escobar de 1943 o 1944 y juegan Santurce y Ponce. Por los Cangrejeros lanza Luis Raúl Cabrera. Es domingo por la mañana y el parque está lleno con más de cuatro mil personas. Cabrera se presentó en gran forma y abanicó quince bateadores. Francisco Coímbre tuvo cuatro turnos al bate y conectó cuatro hits; y esta no es toda la historia: solamente hizo cuatro swings. Ni siquiera un foul. Pocos años más tarde, en una serie contra un seleccionado de peloteros cubanos que visitó Puerto Rico, Coímbre dirigió a nuestro equipo, se colocó a sí mismo como bateador emergente en la novena entrada porque el cubano Isidoro León estaba lanzando un juego sin hits. Solo había una cosa que hacer y la hizo. Conectó una línea de hit al central. Estas y otras inolvidables hazañas de Coímbre aparecen descritas en el libro de Ramos.
Impresiona el dato, desconocido por mí, que Coímbre jugó cuatro años (1940, 1941, 1943 y 1944) en el excelente beisbol de las Ligas Negras y que su promedio para este período de tiempo fue de 377. Algunos de los lanzadores a los cuales tuvo que enfrentarse fueron Satchel Paige, Raymond Brown, Leon Day, Roy Partlow, Impo Barnhill, Barney Brown, Hilton Smith y otros. Para muchos, el mejor lanzador de la historia ha sido Satchel Paige, quien declaró que el bateador más difícil que enfrentó en su larga carrera fue el puertorriqueño Francisco Coímbre (James A. Riley. Enciclopedia biográfica del beisbol de las Ligas Negras, página 184).
La participación de Coímbre en el beisbol del Caribe también ha sido cubierta por el autor. No es muy conocido que Coímbre vio acción en el beisbol venezolano de 1929 como lanzador. Su breve paso por el beisbol mexicano en el año 1945 no aparece registrado en la enciclopedia del beisbol de ese país. Ramos señala que una combinación de lesiones y dificultades para adaptarse a la altura parecen haber afectado su rendimiento. Aun así, Mario Pasquel, uno de las personalidades más influyentes del beisbol mexicano, le ofreció un nuevo contrato para el 1946 con una bonificación de $5,000. Esta oferta fue rechazada por Coímbre.
Una de las estadísticas que más llama la atención sobre Coímbre siempre ha sido su extraordinaria habilidad para hacer contacto con el bate. En las temporadas de 1941-1942 y 1943-1944, Francisco Coímbre no se ponchó ni una sola vez. Durante su carrera de trece años en el beisbol boricua se ponchó solamente 19 ocasiones en 1915 turnos al bate. El autor nos explica que Coímbre hacía énfasis en “mirar la bola con los dos ojos’’ y su compañero de equipo en Ponce, Pantalones Santiago, hablaba sobre su “coordinación entre ojos y manos’’. Nino Escalera se refería a Coímbre como “un águila que conocía mejor que nadie la zona de strike”. Pero en justicia con los peloteros de hoy día debe aclararse que el beisbol ha cambiado y la atracción ya no es el consistente bateador de contacto, sino el poderoso jonronero capaz de ganar el juego con un solo swing.
Los bates grandes se respetan está organizado en una cronología flexible que permite una lectura fácil de seguir. Como mencionamos, el autor intercala breves relatos que dejan ver algunos rasgos de la personalidad de Coímbre, entre los que destacan su necesidad de salir airoso en todas sus confrontaciones, un gran sentido de humor, su vocación por la enseñanza y una conducta de extrema lealtad a la familia y los amigos.
Disfruté el relato que hace Raúl Ramos de un turno al bate de Coímbre contra Hiram Bithorn, que da lugar al título de este libro. No se lo pierda.