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Especial para En Rojo

 

«En este mundo en el que no tenemos sino el terror como defensa contra la angustia.”

Louis Scutenaire (cita que aparece en el tráiler de El ángel exterminador)

 

Tengo un lugar en mi corazón por las películas que descargan en contra del privilegio. Hay una larga tradición que nos lleva hasta las primeras décadas del cine con una obra maestra como Metropolis (dir. Fritz Lang, Alemania, 1927), donde el personaje de Maria (Brigitte Helm) dirige una revolución de trabajadores en contra de los medios de producción. Como evidencia de mi argumento de que el cine de los 70 es el mejor, dos de mis críticas favoritas al privilegio fueron distribuidas en el 1973. La primera, Memorias del subdesarrollo (dir. Tomás Gutiérrez Alea, Cuba), que se encuentra entre mis diez películas favoritas, se enfoca en la parálisis de un burgués que se identifica con la Revolución Cubana. El protagonista, Sergio (Sergio Corrieri), refleja el marasmo privilegiado que el gobierno revolucionario rechaza y devela la compleja relación del personaje con su nueva realidad. La segunda, La Grande Bouffe (dir. Marco Ferreri, Francia e Italia), cuenta la historia de cuatro amigos que se reúnen para hartarse de comida hasta la muerte. La película raya en el body horror ya que estos van muriendo por su hartera y, justo después que el último cae, un cargamento de carnes es dejado en la casa. Al final, el símbolo del privilegio y de la corrupción se torna en comida para perros. Otra que también incluyo entre mis favoritas, El ángel exterminador (dir. Luis Buñuel, México, 1962), destaza el privilegio inmóvil de las clases adineradas. En esta última, un grupo bien vestido se encuentra en el caserón de uno de sus miembros después de una noche de cultura exquisita. Mientras se preparan para la llegada de los amos y sus invitados, los sirvientes van abandonando la casa con mucha prisa. Ellos intuyen que algo está por ocurrir. Nunca nos podemos explicar claramente lo que acontece dentro del caserón, pero Buñuel construye un espacio surrealista donde todo invitado demostrará lo letal de su parálisis social. Mientras los sirvientes son marcados por el movimiento apurado de abandonar la mansión, la nobleza pierde todos sus modales mientras sufren su inexplicable encerramiento. Y ninguno de los convidados es capaz de abrir la puerta para abandonar su lugar bajo el ala del ángel exterminador.

The Menu (dir. Mark Mylod, EEUU, 2022) intenta seguir la línea crítica de estos clásicos. Sin embargo, esta carece de una rebelión obrera, de un cuestionamiento a la consciencia de privilegio, de un filo crítico en el uso de la comida como símbolo de la corrupción de clase, y de un espacio surrealista donde cada invitado sufra las consecuencias de sus actos. Estos elementos están presentes, pero la ejecución desatinada debilita el comentario político. Ni siquiera las sólidas actuaciones de Ralph Fiennes, en el papel del Chef, y Anya Taylor-Joy, como la invitada que se resiste a las órdenes del Chef, pueden salvar la película.

The Menu comienza con la llegada de los invitados a una isla donde el Chef ha planificado una cena exclusiva. Con su ejército de sous chefs, el artista crea una serie de platos que los invitados degustarán. Entre la concurrencia, encontramos un actor que se ha dedicado a participar en comedias de poca monta (John Leguizamo); una pareja de foodies que alardea de su paladar exquisito (deliciosamente actuados por Janet McTeer y Paul Adelstein); y tres imbéciles que tan solo están allí porque pueden sobrellevar el alto costo del banquete. Todos han sido escogidos cuidadosamente por el Chef, a lo And Then There Were None de Agatha Christie. Pero hay un invitado con el cual el Chef no contaba, Margot (Anya Taylor-Joy). El conflicto entre el Chef, con su mirada fría y plan que llevará a cabo hasta sus últimas consecuencias, y Margot, que representa la sabiduría idealizada de la clase obrera, es lo más interesante de la película. Esta confrontación de polos opuestos revela una de las faltas mayores de la película, la ausencia de complejidad. The Menu reduce las diferencias sociales a los villanos que reconocen el arte de un buen plato y a los pobres iluminados que experimentan el placer de una hamburguesa.

El rechazo a esta división simplista es precisamente lo que define una maravilla como Parasite (dir. Bong Joon-ho, Corea del Sur, 2019), donde una familia de escasos recursos se aprovecha de la ceguera de una familia privilegiada. La primera termina ocupando la misma burbuja depravada y clasista de la segunda. La ausencia de esta ambigüedad diluye el potencial de The Menu, que termina con el Chef castigando a sus invitados mientras perpetúa la explotación de sus aprendices. Estos sacrifican sus vidas por los caprichos culinarios de su amo y señor. El epígrafe de esta reseña, una cita que Buñuel incluye en el tráiler de El ángel exterminador, enfatiza el terror del cual escapan los explotados. Sin embargo, el Chef, en su rol de deidad justiciera, desencadena este terror quemando a justos por pecadores en una película tan fofa como el ridículo plato final del banquete.

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