En 1963 Julio Cortázar publicó Rayuela y se convirtió en un adelantado de la literatura hispanoamericana. En la novela intentaba captar y expresar la realidad más allá de la mentalidad dual con la que se suele pensar a diario; más allá de las viejas oposiciones binarias como, por ejemplo, Bien/Mal, Luz/Oscuridad, Arte/Vida, Serio/Cómico, Cuerpo/Alma etc. No sabemos si la empresa es totalmente posible, pero Cortázar lo intentó.
Cuando la traductora Aurora Bernárdez, la primera esposa del escritor, leyó las Historias de cronopios y de famas (1962) dijo que eran “moralizantes”, opinión que no le gustó al marido, comprometido como estaba con ir más allá de la lógica tradicional. No obstante, Aurora, en parte, tenía razón. Algunas narraciones sugieren claramente una “moraleja”, –cosa que Cortázar no quería– pero el conjunto suele suscitar la perplejidad en los lectores, que en ocasiones no saben qué decir luego de una primera lectura. Lo sé por mis estudiantes. Por ejemplo: luego de leer una de las Historias, al solicitarles comentarios, José exclamó “Otro dolor de cabeza”.
Veamos las causas de esa jaqueca que es dolor de parto.
Los protagonistas de las pequeñas Historias son tres tipos de criaturas: los cronopios, los famas y las esperanzas.
Los cronopios son “esos verdes, erizados, húmedos objetos”, de gran ingenuidad, espiritualidad e ingeniosidad poética. Y, además, son muy sinceros y auténticos. Los famas son muy ordenados y sistemáticos, adinerados y libidinosos. Las esperanzas son “esos microbios relucientes” y algo incordios.
Aunque los famas y los cronopios son distintos y contradictorios al punto de sugerir una clara oposición binaria, (he ahí tal vez la crítica de “moralizante” de Aurora), no son enemigos y saben convivir, trabajar, viajar y explorar cuevas juntos; además, envían los hijos a las mismas escuelas. Pero tal vez la cosa más sorprendente sea esta: en el texto “Eugenesia” los cronopios no quieren tener hijos porque estos al nacer insultan al padre y ven en él “la acumulación de desdichas que un día serán las suyas”. Entonces, los cronopios propician que “los famas fecunden a sus mujeres”. Estos, libidinosos al fin, lo hacen con mucho gusto, pensando que “irán minando la superioridad moral de los cronopios”. Pero el tiro les sale por la culata porque “los cronopios educan a sus hijos a su manera, y en pocas semanas les quitan toda semejanza con los famas.” En otras palabras, y si entendemos bien el asunto: los cronopios, o muchos de ellos, son famas educados como cronopios. Pero el tema no termina ahí. En “Educación de príncipe” (ya se ha establecido que los cronopios “no tienen casi nunca hijos”) si los cronopios tienen prole pierden la cabeza por el tanto amor que sienten, al punto que sus muestras de cariño son causa de enorme vergüenza para sus hijos. Por ejemplo, un padre cronopio espera a su pequeño hijo a la salida de la escuela y lo saluda con exageradas y ridículas palabras de cariño. Por supuesto, los otros chiquitines, –los famas y las esperanzas– se burlan. Y el pequeñín cronopio “odia empecinadamente a su padre y acabará siempre por hacerle una mala jugada”. Sin embargo, lean ahora el hermoso comentario final del texto: “Pero los cronopios no sufren demasiado con eso, porque también ellos odiaban a sus padres, y hasta parecería que ese odio es otro nombre de la libertad o del vasto mundo.” Aquí Cortázar se eleva sobre la dualidad Odio/Amor. Ambos extremos forman parte de un orden mayor. Los hijos, parece sugerir el texto, para ser auténticamente libres deberán negar a los padres. Y está bien que así sea.
Pero mejor es que leamos algunas historias breves. Veamos “Flor y cronopio” que es un ejemplo de la delicada sensibilidad de los cronopios ante la belleza de la vida o el “ser”: “Un cronopio encuentra una flor en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa: ‘Es como una flor’.” Creo que si tratamos de explicar demasiado nos corremos el riesgo de afear la belleza poética y espiritual del texto. Flor y cronopio están en perfecto equilibrio amoroso.
En “Fama y eucalipto” hay otra visión. Un fama va por el bosque y “aunque no necesita leña mira codiciosamente los árboles”. Descubre un eucalipto y lo corta pensando en su valor estrictamente medicinal (“Hojas antisépticas, invierno con salud, gran higiene.”). Al final, en su agonía, el árbol dice: “Pensar que este imbécil no tenía más que comprarse unas pastillas Valda.” Es obvio el humor irónico del final triste: la razón práctica impide la comunión con la realidad o el “ser”.
En “Tortugas y cronopios” se reiteran las diferencias entre las criaturas que componen el libro y se pone de manifiesto la particular relación del cronopio con el mundo: “Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.” Comparto con ustedes la reacción espontánea de una estudiante al terminar de leer esta historia. Exclamó la joven Alejandra Sofía: “Ay, qué lindo.” El profesor la felicitó pues la captación de lo bello es un poder cronopio. En ese momento, ella formaba parte de la comunión estética y espiritual entre el cronopio y la tortuga; ella era los dos a la vez.
Aunque, en principio, para el autor, estos escritos no representaron cosa muy seria, –eran un juego luego de haber escrito un libro sesudo sobre el poeta Keats– sí estaba consciente de la seriedad subterránea de los textos. En carta de 1952, le indica a su amigo Eduardo Jonquières: “Pero tú, buen observador, verás que por debajo van aguas más duras e intencionadas.”
Lo misma confianza habría que tener para los lectores de hoy.
Como se sabe, el creador murió en febrero de 1984. Es obvio que estas palabras se han escrito en su homenaje. Pero una aclaración se impone. Es cierto que asociamos los homenajes con la muerte. Mas si volvemos a pensar la cosa, Cortázar nos visita en el instante en que alguien intenta vivir de un modo más auténtico, con sensibilidad poética y espiritual; cada vez que queremos ser libres en lo que sea: la política, la literatura, el amor etc.
Se dirá que es imposible vivir como cronopio, vida intensa aquí y ahora, siempre. Pero creo que valdría la pena intentarlo. Tal vez sea la mejor forma de respirar en un mundo donde hay tanto dolor.
Así es. Cualquiera puede ser Cortázar, y Córtazar puede ser cualquiera: un cronopio que anda por ahí. Anímese.
El autor es profesor de la UPR en Río Piedras.