A dónde nos lleva nuestra fe

 

Especial para En Rojo

En diversas partes del mundo, personas y grupos de derecha toman el poder y refuerzan políticas de carácter nacionalista, racista y xenófobo contra migrantes y todas las minorías. Quizás lo más extraño de este movimiento es que muchos de estos personajes se apoyan en líderes religiosos y utilizan un lenguaje de tipo espiritualista. En los Estados Unidos, Donald Trump se propone formar en el gobierno un Ministerio cristiano. En Brasil, grupos de derecha siguen gritando «Dios por encima de todo». Algunos pastores pentecostales y algunos sacerdotes católicos, en nombre de la fe, promueven políticas de odio y violencia. Recientemente, aún en Brasil, un fraile católico con millones de seguidores en Internet declaró que la mujer debe ser sumisa al hombre y que la fe cristiana está en contra de lo que él denomina ideología de género.

Para facilitar este escenario político, en las últimas décadas, en muchas religiones y especialmente en el seno de las iglesias cristianas, se han fortalecido movimientos conservadores y de tendencia fundamentalista. En América Latina, las iglesias que más han crecido son las pentecostales o vinculadas al neopentecostalismo, y la mayoría de sus pastores se pronuncian claramente a favor de las peores causas de la derecha internacional. Apoyan el genocidio del Estado de Israel contra el pueblo palestino, defienden el patriarcado y practican claramente la homofobia. En la Iglesia católica, hace apenas un mes, los medios de comunicación de todo el mundo vieron en Roma cómo los cardenales resucitaban el ritual del cónclave, como se hacía en el siglo XI, con derecho a humo negro y humo blanco ,en el techo de la Capilla Sixtina, que volvió a ser escenario de teatro medieval. ¿Qué imagen puede dar al mundo actual la figura del papa, elegido en ese contexto y vestido con insignias que vienen de los antiguos imperadores romanos?

Con el cuidado muy justo de no romper con la institución, muchos hermanos y hermanas que desean la renovación de la Iglesia y su profecía en el mundo son condescendientes con estos rituales y valoran cualquier palabra o señal que pueda iluminar el camino. Por otro lado, la derecha religiosa no se conforma hasta dominar todo. Interpreta cualquier concesión como mera rendición y aprovecha para avanzar cada vez más.

Al menos en Brasil, en la mayoría de las parroquias católicas, lo que vemos hoy en día es la práctica de un catolicismo devocional de la época de las abuelas de nuestras abuelas. El clero y la jerarquía privilegian una religión ritual y no el modelo de fe profética que, hace solo unas décadas, marcaba el rostro del Cristianismo latinoamericano. En nuestros días, parece que cuanto más romano y tradicionalista, mejor.

En lugar de una espiritualidad que se abre a escuchar lo que el Espíritu dice hoy a las Iglesias, se desarrolla un espiritualismo meramente exteriorizado,  basado en novenas, rosarios de hombres y devoción al Santísimo Sacramento, elementos de piedad que hace 80 años eran más o menos inocentes y ahora se convierten en armas de guerra contra el modelo de una Iglesia en salida que el Papa Francisco proponía.

En São Paulo, el obispo Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, construyó lo que considera «el templo de Salomón», construcción inmensa y carísima, que pretende reconstruir no la fe bíblica de los profetas y profetisas, sino la religión ritual de los antiguos sacerdotes de Jerusalén, aunque sin el sacrificio de animales y donde ahora el rey es Jesucristo, como los obispos de aquella Iglesia lo idealizan y lo presentan, amigo de los ricos y explotador de los bienes de los empobrecidos del mundo.

Ante todo esto, ¿qué hacer? De hecho, la fe profética nunca ha sido elemento mayoritario o dominante en la Iglesia. La profecía siempre ha surgido en contextos desfavorables. En los primeros tiempos del camino propio de las Iglesias en América Latina y Caribe, tanto en los ambientes católicos, como evangélicos, la profecía de la fe fue sostenida por pequeños grupos que mantuvieron la inspiración venida, para los católicos, de la conferencia episcopal de Medellín, que, en 1968, proclamó la opción por los pobres y la Iglesia como servicio liberador. En los ambientes evangélicos, la Teología de la Liberación surgió en algunos círculos de juventud marginales en relación à las jerarquías eclesiásticas.

No es posible Cristianidad profética o aliada de los oprimidos del mundo, o de la Ecología Integral. Por su misma naturaleza, Cristianidad, nueva o vieja, es siempre colonial y ligada a ese sistema del mundo.

La religión ritual y jerárquica siempre tiende a ser conservadora y apegada a lo que, en los evangelios, Jesús definió como hipocresía farisaica y que el Papa Francisco llamaría espiritualismo mundano o mundanismo espiritual. La profecía se centra en la ética de la justicia amorosa y transformadora del mundo y de la vida. En la carta a los romanos, el apóstol Pablo dice que el Espíritu de Dios nos hace pasar de una fe que no conduce a la justicia a una forma de creer basada en la justicia liberadora de Dios. En el Evangelio, Jesús ya había advertido: “Nadie pone remiendo de tela nueva en vestido viejo, porque el remiendo nuevo rompe el viejo, y el desgarro se hace mayor.  Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque  el vino nuevo rompe los odres, se derrama el vino y se echan a perder los odres. Vino nuevo pide odres nuevos” (Mc 2, 21- 22).

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