Ángela, cercanamente lejos

 

Ivette López

 

 

Muchas gracias por el privilegio de hablar sobre Ángela en este festival que la acoge, que hace que su voz llegue a nuevos públicos y por el privilegio de hablar sobre Ángela junto al Orfeón San Juan Bautista. Ellos no hablan mucho porque lo de ellos es otra cosa y porque tiene una humildad muy auténtica. Nunca imaginé que tendría la oportunidad de estar aquí junto a un conjunto que he seguido por no recuerdo cuántos años, gracias a una amiga que me invitó a uno de sus conciertos de Navidad y a dos amigos que me han avisado y llevado y traído a sus presentaciones.

Su lejanía infranqueable nos regala la cercanía que brinda la lectura. La presencia de Ángela era imponente, poderosa. Sabía lo que era un escenario y aprovechaba esa sabiduría. Se metía al público en el bolsillo y, como en la magia, sacaba pañuelos que flotaban, nos arropaba con la calidez de su voz, nos acunaba. Lograba el equilibrio perfecto entre intensidad y sobriedad y, como detestaba la improvisación, cuidaba todos los detalles: iluminación, música, proyección de la voz. Los poemas entraban en otra dimensión en esa oralidad que trabajó minuciosamente. Salíamos afuegados, más creyentes que nunca en la poesía.

Ella describió mejor que nadie lo que eran sus presentaciones en una ocasión en que llegó a la Universidad de Puerto Rico en Bayamón para una lectura de poesía. Venía de otra presentación y le preguntamos cómo le había ido: “Fue casi un areyto”, contestó. Así sentía a su público, así se comunicaba con las voces de la tribu. Recordé las palabras de Ángela cuando, hace pocos meses leí y me detuve a mirar la edición bilingüe de Animal fiero y tierno, en traducción al inglés de Roque Raquel Salas Rivera, amorosamente cuidada. En ella se entra a la intimidad del trabajo de Angelamaría: sus correcciones, su letra escrita, los papeles que no publicó y que guardó. Me pareció que era un acto de justicia poética que el poemario se tradujera al inglés, lengua estrechamente ligada al título del libro. En una entrevista que le hizo la poeta Irizelma Robles (en 1996), Ángela responde a la pregunta de cómo surge Animal fiero y tierno: “¡Qué se yo! Eso fue como una imantación”. Cuenta que a Lima le ofrecieron una cátedra en Long Island y ella lo acompañó. Allí se hizo muy amiga de una muchacha que era poeta y al regresar a Puerto Rico se carteaban en inglés pues la amiga no sabía español. “Yo le escribía del concepto de mi libro y como se me hacía tan difícil explicarle la idea global del libro en inglés, le escribí the fierce and tender animal. Fue la primera vez que salió el título del libro, así, de un disparate, pero quedó bien bravo”, comenta Ángela.

Es un honor merecido que la publicación del poemario por la editorial Centro Press inicie la nueva colección de poesía puertorriqueña en traducción al inglés del Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter College en Nueva York. Su poesía se abre así a públicos que hasta ahora han estado distantes, sobre todo a boricuas de la banda de allá. Simultáneamente Ediciones Mágica publica la quinta edición de Animal fiero y tierno, también amorosamente cuidada, con portada y diagramación de Adaris García Otero. Acompañada de un apéndice con materiales inéditos, más de una docena de dibujos, una docena de fotos y reproducciones de hojas en las que se anunciaban recitales poéticos, en esta edición tenemos otra vía para entrar a la intimidad de Ángela. El público lector había sufrido esa carencia del libro, hace tiempo agotado y de “una obra que, desperdigada en el tiempo, hace del lector un cazador en su búsqueda”, escribió una poeta a fines de la década del noventa (Irizelma Robles en 1996).

Recuerdo tras su muerte en el 2003, haber leído en algún periódico que muchas personas habían pasado por librerías diversas en busca de Animal fiero y tierno pero no lograban conseguir ejemplares, el libro estaba agotado. Tenemos ahora la esperanza de que el poemario llegue a al público que conoce su obra y al que aún está por leerla y ojalá podamos escuchar sus poemas en voz de nuevos lectores, pues la urgencia del decir público acompañó siempre el viaje de su vida. “Ella no podía sentirse completa…  si no expresaba su comunicación oral chamánica con la gente”, recoge un texto tras su ida (Mari Mari Narvaez). Ese público era su gran tribu, que irradiaba desde su tribu más íntima, sus querencias de mayor cercanía, y para esa colectividad cuajó, animada por su capacidad de actuar y cantar, espectáculos de poesía y música en los que, como lee una hoja que los divulgaba: “textos, el concepto, el montaje, la dirección y la actuación por Ánjelamaría”. Nada la detenía.  En sus espectáculos, minuciosamente trabajados, desplegaba su modo esplendoroso de leer, de capturar al público y acogerlo. Vanessa Droz, poeta de una generación posterior cercana a Ángela, escribió sobre el modo en que Ángela se proyectaba: “cuando leía- y más tarde cuando cantaba…se crecía aún más su belleza y uno creía estar ante alguna faraona o jefa de tribu africana que, por razón desconocida, sobre todo para ella misma, se había extraviado de su tiempo y de su espacio”.

Esa querencia por compartir la poesía a viva voz, por acunar un públic,o se imanta con la noción de la centralidad de la poesía en el tejido social, algo que Ángela planteó en muchas entrevistas. En una de ellas dice: “Tal vez yo sea de los pocos poetas que nunca han dudado de lo necesario de la poesía, por mi formación particular y mi momento histórico…A veces he podido dudar de mí; de la poesía, nunca”. En un texto que escribió sobre sus compañeros de generación, los integrantes del grupo nucleado en la revista Guajana durante la década del sesenta, expone esa centralidad de la poesía en el día a día: “se leía poesía en todas partes: guaguas, cafetines, pasillos de universidá, visitas mutuas…”. Ángela continuó esa práctica de leer y cantar, su modo peculiar de compartir la creación. La apelación a los otros, parte de ese amor por decir la poesía, atraviesa sus libros; en Animal fiero y tierno está presente desde “las voces generales, al acecho” de la autodedicatoria, y es clarísimo en la definición de la voz poética: “animal colectivo /que agarra de los otros la tristeza como un pan repartido”. Ya en Homenaje al ombligo (escrito junto a José María Lima) encontramos esas voces a las que apela en “canciones inmensadas”, “canciones de universo”, “con fuerza de huracán” y en poemas como “hermanos mutilados”. En su poesía posterior, escribe otra poeta de la generación del setenta (Áurea María Sotomayor) el cuerpo individual “se aunará a otro cuerpo, el colectivo”. Su libro póstumo La querencia, va al susurro ancestral, el espacio del encuentro de los cuerpos que perfila la querencia del inicio de la humanidad: espacio ritual y sagrado, balbuceo de la especie. El poema “La yerbabruja azul” es la memoria de la tribu, el areyto de brasas, el recuerdo que se filtra entre “nuestra querencia y la de todos”.

Las lecturas de Angelamaría, sus performances, se entrelazan con su concepto de la poesía, que apela siempre al oyente, a lectores implícitos. La oralidad tiene lugar privilegiado en su consideración de quienes leemos, atenta siempre a eso que llamó “la voz del aire” (entrevista, Gloria Alonso) y en una entrevista temprana (Jorge Rodríguez, 1986) remite a esa importancia: “El elemento de la oralidad fue mi primera experiencia con el arte. La canción popular, las poesías que mi mamá declamaba … crean una pasión en mí que se evidencia en mi obra. Esa pasión por la oralidad en mi caso llega al extremo, porque muchas veces he cambiado palabras de un poema porque son difíciles de decir en voz alta”. En La Querencia la voz lírica presupone al oyente, que a veces es directamente el hombre querido, en ocasiones sujetos femeninos, en muchas instancias la tribu o colectividad. Esa voz se planta desde la intimidad: rumor, bembeteo, cuchicheo. Se trata de una apelación íntima, desde una voz que representa, de modo similar a como ha visto una ensayista en poetas como Whitman y Dickinson (Vendler), las relaciones sociales en las que está inmerso el sujeto lírico. Esa apelación se vuelve más intensa gracias a la pluralidad de voces que se pasean por La querencia, las palabras cuchichean entre sí como parte de esa intimidad que nos convoca. Estamos ante un libro atravesado por letras de boleros, giros coloquiales, textos de otros poetas. La oralidad recorre la obra de Angelamaría, quien en muchas entrevistas apuntó a esa riqueza, a ese deseo de estar en el oído de quienes escuchan.

Hoy literalmente escucharemos la voz del aire, la voz de Ángela, con su secreto de comadre cimarrona transfigurada en las voces del Orfeón, que son como el duende jueyero del poema de Animal fiero y tierno y nos regalarán esa canción interminable. En sus voces las palabras, como escribió Ángela de Julia de Burgos, “son agua y son torrente por tu boca”.  No puedo pensar en algo que la complaciera más, creo que Ángela habría dicho como uno de sus poemas:

(chico, /¡habráse visto cosa más grande!). Digo yo: De seguro tendremos magia.

 

 

 

 

 

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