Carlos Raquel Rivera: Arte y compromiso revolucionario

 

Especial para En Rojo

“Por falta de fantasía

 Se miente más de la cuenta

 También la verdad se inventa

  • Antonio Machado

Conocí a Carlos Raquel Rivera en el verano de 1977, en uno de esos viajes que organizaba  Viajes Girasol. En esos días Carlos Raquel había sido arrestado por bajar en el Fuerte Brooke, la bandera norteamericana  y subir la del Grito de Lares. La primera plana de El Nuevo Día decía: ¡Arrestan Excelso Pintor Boricua! Nacido  en el Barrio Rio Prieto de Yauco, un 4 de noviembre de 1923, como otros distinguidos maestros del arte puertorriqueño provenía de circunstancias humildes que le presentarían serios retos para realizar sus ambiciones y sueños.

Por las limitaciones económicas que enfrentaba y para montarlo en la excursión se hizo una colecta-subasta de algunos de sus excelentes grabados. De esa manera Carlos cumplía uno de sus sueños –viajar a Cuba- y volver a mirar una obra que había realizado en 1965 a raíz de la muerte de Pedro Albizu Campos. La misma la había trabajado sobre una mascarilla que levantó José Vázquez Compostela en el lecho de muerte de Albizu. La obra se encontraba en Cuba pues Carlos se la había donado a Laura Meneses quién vivió en Marianao, La Habana.

Demás está decir lo que significó para el artista el reencuentro con su obra de Albizu, gracias a Juan Juarbe Juarbe quien nos llevó a ella. Para mí esta experiencia,  y el ser compañero todo el viaje de Carlos Raquel marcaron para siempre mi acercamiento a su obra y a la vida de este maestro revolucionario comprometido con el arte y nuestra patria.

Juan Antonio Corretjer en una presentación de la muestra titulada “con su permiso…”, que fue la primera exhibición individual del artista en los Estados Unidos,  (mayo 1980 Museo del Barrio, N.Y.C.) relató lo siguiente:

      “Carlos Raquel fue el primer pintor puertorriqueño en montar una exposición en los salones de una central obrera en nuestro país. Y no en busca del crédito propio ni de la bolsa sonora, sino para contribuir con la venta posible de sus cuadros al fondo de la huelga. En los largos sofocantes días y en las largas noches de vigilia proletaria frente a la fabrica, los huelguistas se amparaban un poco del sol o de la lluvia, en una rústica caseta por ellos mismos edificada. Unas escasas frituras los cacharos de café y el pan partido a mano templaban físicamente a los huelguistas de una unión que daba la resistencia a la  Ley Taft Hartley había dejado en cueros. Rivera pintó los  cuadros titulados “La Caseta” y “Los  Huelgistas” i

En su exposición, Corretjer contextualiza la coyuntura del movimiento del movimiento sindical para mediados de esa década 1950-1960, acosado por una grave crisis, desde dos ángulos distintos. De un lado, la Ley Taft Hartley  desmoralizaba a sus dirigentes y del otro,  el sindicalismo Yanqui, que el impulso nacionalista de 1934 y el desarrollo de la CGT a partir de 1938 habían prácticamente desalojado,  regresaba al país como acompañamiento imprescindible al programa muñocista de Fomento ii    Señalaba que cuando este proceso trabajaba hasta las entrañas la rendición sindical a los patronos, una de las dos únicas organizaciones resistentes, la UGT (Unidad General de Trabajadores); la otra era la CGT (Confederación General de Trabajadores) dirigieron  una huelga de los trabajadores de la Sun Beam. De modesto ámbito en el espacioso frente trabajador, la Unión de la Sun Beam, adscrita a la UGT, desarrolló una lucha huelgaria de larga resistencia y mayor significado. Con esa huelga, la clase obrera abría un ojo. Era apenas el anuncio de un despertar; pero que importante!iii

Desde 1956, el movimiento independentista daba sus primeros pasos reorganizativos. El independentismo electoral entraba definitivamente en declive. Y cuatro años  después  un nuevo auge se desarrollaba en el conmovido espíritu nacional. Carlos Raquel Rivera-sigue relatando Corretjer- entró en una etapa de fervorosa militancia política y de una apasionada faena artística. Había sido “La Caseta” el punto de partida. “Pero ahora aquella lealtad a su pueblo lo conduce, de grabado en grabado y de lienzo en lienzo al encuentro de su maestría y al hallazgo de su virtuosidad.iv

Es en ese contexto que el hombre y el pintor se unieron en una febril actividad, que “la cabeza de donde salían hacia sus instrumentos de grabadista o pintor “sus sueños, sus impulsos; su “Masacre de Ponce”, su “Guerra Fría”, la poesía de su “Noche Clara”, padecía bajo los bastones de la policía; y era rara la vez cuando, habida demostración independentista de calle, no fuese necesario buscarle a nuestro médico o fiadores”. v    Es de ahí que arrancó esa pintura de protesta revolucionaria y denuncia social de Carlos Raquel Rivera. Su vida, su historia y su arte estuvieron comprometidos con fomentar y divulgar el surgimiento de una conciencia nacional, empecinada en proteger la identidad de una puertorriqueñidad amenazada a desaparecer por el proceso de asimilismo político-cultural norteamericano. Así, sofocado por los efectos de la situación colonial de Puerto Rico, Carlos Raquel produce cinco de sus más interesantes grabados; punzantes sátiras sobre la situación del país. Ellos son Huracán del Norte (1957), La Masacre de Ponce (1956), Cuatro Plagas (1960), Doña Fulana (1954) y Elecciones Coloniales (1959) siempre vigentes hasta que no logremos la redención  de nuestra patria.

Huracán del Norte es una obra alegórica en donde el artista presenta un huracán azotando un poblado. El huracán está personificado por una imagen de mujer envuelta en un amplio manto sosteniendo una bolsa de dinero. Carlos Raquel Rivera asocia la entrada de los americanos a Puerto Rico con un vendaval, con un torbellino que arremete contra la paz de un pueblo. Una de las figuras personifica la muerte simbólicamente, representando el poderío extranjero, porque desde ese momento se desata una lucha desigual e injusta en Puerto Rico; se promueven los intereses de las grandes corporaciones para una total dependencia de la economía nacional y opresión de parte del invasor. vi

En Cuatro Plagas se plantea como tema central la formación racial del puertorriqueño y la conciencia colectiva de éste ante la lucha por defender su historia, su cultura y  sus tradiciones. Con singular destreza el artista describe gráficamente las fuerzas externas que amenazan insistentemente su patria: de un lado el poderío económico y militar estadounidense; de otro los abusos y opresión a la clase obrera por parte del acaudalado hombre de negocios.vii

En la Masacre de Ponce el artista plantea la violencia, la obstrucción a la libre expresión y la violación de derechos civiles. Como sabemos en los acontecimientos del 21 de marzo de 1937, un grupo de puertorriqueños no armados fueron autorizados por el alcalde a celebrar una demostración pacífica y horas antes de la actividad se revoca el permiso arremetiendo contra ellos la policía, matando e hiriendo a un grupo entre los que había mujeres y niños. En esta obra se recurre una vez más  simbólico mediante la figura de un águila, emblema del poderío económico americano y del colonialismo prevaleciente en Puerto Rico. Pero Carlos Raquel Rivera no es fundamentalmente el hombre que procura expresar en sus  cuadros la violencia. Es en sí el espíritu que ante la inconformidad y la impotencia de un pueblo emite su grito de protesta.

Elecciones Coloniales es del mismo género, donde también el águila es símbolo de la presencia norteamericana y se identifica como la responsable de ambas debacles. La presencia amenazante del águila que ocupa la mitad superior del grabado y se cierne sobre la muchedumbre es una censura a las elecciones en las que el pueblo atontado por los medios de comunicación, los discursos y la fanfarria, es llevado a un abismo. Sin duda tiene hoy absoluta vigencia.

Doña Fulana es la figura de un grabado que se halla forrada de monedas que cuelgan de los aretes de sus orejas, en sus collares y pulseras; es el tipo al cual en nuestro lenguaje campesino se le llama “la puerca de Juan Bobo.” Viii La obra compendia la imagen de entrega absoluta que exhiben los elementos incondicionales. La figura es la amarga visión con que el artista interpreta el deterioro social provocado por la transculturación.

Sin duda Carlos Raquel era un maestro consumado de la ironía y sutil sarcasmo. Lo utiliza también en La Enchapada que presenta a una mujer que escupe dólares: la sensación de asco es lo cuenta. Pero es también la doble personalidad. “Enchapada” significa que una cosa es de un material y ha sido recubierta con otro. Estos personajes – tanto Doña Fulana como La Enchapada– simbolizan la dominación colonial, la necedad y sus efectos contrastantes.

La obra gráfica de Carlos Raquel Rivera revela no solo su poderosa imaginación artística sino a un hombre de profundas convicciones revolucionarias y del mayor compromiso patriótico. En su obra nada es superfluo; nada producto de un accidente. Es profunda provocación que emana de lo más profundo del ser puertorriqueño.

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*El autor es historiador y coleccionista de la obra de Carlos Raquel Rivera

 

 

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