Danticat y la literatura griega

 

 

Especial para En Rojo

José Lezama Lima, partiendo de la gnosis cristiano-helénica del Mediterráneo escribió un conjunto de ensayos titulados Introducción a los vasos órficos, quizás para despistar la censura de los múltiples dictadores tropicales que tuvo que sobrevivir o de los burócratas de la cultura que solo sabían escribir a maquinilla. Las Antígonas, las Electras, los Agamenón han proliferado como referencias en nuestra literatura caribeña, mas no como gesto de occidentalismo a lo Jaime Benítez. Todo lo contrario, era para decirnos, como lo dijo Corretjer, que no somos Ítaca.

En su libro de ensayos Crear en peligro: El trabajo de la artista migrante, Edwidge Danticat, haciendo un recuento de su memoria, nos habla de la represión y la muerte en los tiempos de Papa Doc Duvalier. Recuerda las ejecuciones de Marcel Numa y de Louis Drouin, ambos de 29 años. Estos hicieron su vida como migrantes en los Estados Unidos, fundaron la revista Jeune Haiti, desde donde escribieron en contra de la dictadura de Papa Doc. Muchos de los migrantes jóvenes regresaron a Haití para, como el Cid de Pierre Corneille (Obra que Nono Numa, pariente de Marcel, adaptó en un ambiente haitiano) y como Hamlet, vengar a sus antepasados. Las ejecuciones de Numa y Drouin fueron televisadas y narradas a través de la radio, como castigo ejemplar.

Danticat cuenta que su tío, que estuvo a cargo de su existencia mientras sus padres estaban en los Estados Unidos, era pastor de una Iglesia en Bel Air. Allí se escenificaban obras dramáticas de la tradición griega y europea. Recuerda muy bien las puestas en escena, en el teatro simulado de la iglesia, de la obra Calígula de Albert Camus, cuya lectura era auspiciada por el Club del Buen Humor, subvencionado por la Alianza Francesa.

El recurrir a las obras dramáticas del teatro clásico se asumió como formas de engañar el ojo de la censura duvalierista. No hablamos de juegos de palabras o de la censura del olvido de las llamadas democracias occidentales, siendo el ELA una triste caricatura. Hablamos de lo que Danticat nos dice: “Hubo muchas versiones de esta historia a lo largo del país: clubs de lectura y de teatro albergando en secreto obras literarias potencialmente subversivas, familias enterrando e incluso quemando sus bibliotecas, libros que podrían parecer inocentes pero que fácilmente podían traicionar a alguien. Novelas con títulos equivocados. Tratados con títulos e intenciones correctas. Secuencias de palabras que dichas, escritas o leídas podían causar la muerte de una persona.” Se habla de la obra de escritores haitianos/as como Marie Vieux Chauvet o René Depestre. Otros escritores blan, según la dictadura, como Aimé Césaire, Frantz Fanon o Albert Camus eran intocables pues además de blan, estaban muertos.

Danticat nos dice que le daba terror que su familia leyera sus narraciones pues ellos solo habían leído la Biblia, que tiene su versión helénica en la Septuaginta. La autora recuerda su tradición literaria, en el sentido de Mariátegui. Bel Air tiene a Frankétienne, pintor y escritor que, de alguna forma muy probable, re-semantizó su obra, a la luz de la literatura griega, y logró burlar las censuras. Recuerda al novelista y poeta Louis Philippe Delambert y a Edner Day, un macoute, al que se le asociaba con la literatura porque, después de sus crímenes consabidos, se le veía leyendo en su balcón.

La escritora haitiana se da la oportunidad de recordar a la luz de las ejecuciones de Numa y Drouin, al excelente narrador haitiano Jacques Stephan Alexis, desaparecido por la dictadura. Es por esta historia política que los jóvenes haitianos cuando leían a Albert Camus o a Sófocles les consideraban escritores haitianos. Danticat se vincula con Cien años de soledad en sus consideraciones de los muertos: los muertos no solo habitaron la vida sino también la tierra y por ello se tiene que volver a ella o escribir sobre ella. La tierra de la que habla es el país natal.

A la tradición que se refiere nuestra autora es a la consideración de la tierra como espacio en donde habitan no solo los alimentos sino la flora, la fauna, los cuerpos de agua, los vivos y también los muertos (en forma de espíritu). Recuerda la novela de Jacques Roumain, Gobernadores del rocío, en la que todos esos elementos son parte intrínseca de la tierra. Los jóvenes rebeldes ejecutados por Papa Doc dieron sus vidas por el futuro de su comunidad nacional y la memoria voluntaria e involuntaria del pueblo haitiano les recuerda. Mas sus artistas los rememoraban al escenificar obras dramáticas griegas, para de alguna manera hacerle avenida a la catarsis.

Danticat traza una similitud extraordinaria también con los egipcios, a quienes los griegos helenos le debieron mucho en los aspectos culturales. Los dioses de los antiguos egipcios les exigían a los muertos documentos que probaran su valor, antes de dejarlos pasar a la otra orilla. Por ello, ante la muerte, los artistas egipcios escribían sus signos jeroglíficos en las pirámides, en las tumbas y en los féretros, como representación de la vida. El escultor era considerado como el que mantenía vivas los organismos y por ello, eventualmente, los egipcios dejaron de enterrar a los muertos con sus seres queridos para el largo viaje. “Los artistas que inventaron esos otros tipos de arte memorial, el arte que podía reemplazar los cuerpos muertos, pueden haber querido salvar vidas”, nos dice la escritora haitiana.

La apuesta para la escritora haitiana es que cada creación artística, frente a la debacle violenta del proceso histórico social, sea una especie de sustituto de la vida, como la sospecha de los escultores egipcios o como Marcel Numa y Louis Drouin creyeron. Ya sabemos que la invención de Grecia por los países euroccidentales la despojaron de sus orígenes afroasiáticos, como nos lo demuestra Martin Bernal en su vasta investigación titulada Atenea Negra (1993). Es muy probable que los actores, los lectores y los escritores haitianos, partiendo de la infra política de los desvalidos, desarrollaron una respuesta a la dictadura de los Duvalier, bajo el manto de un discurso oculto. Quizás los actores, los lectores y los escritores haitianos tengan una especie de respuesta a las interrogantes que Carlos Marx se hiciera en los Grundrisse en el fragmento titulado “El arte griego y la sociedad moderna”, desde la periferia. El arte como la memoria es el sustituto de la vida.

 

 

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