La timidez de los árboles

Victor R Birriel

 

 

 

Especial para En Rojo

 Todos los caminos conducen al principio. En la ladera, en la periferia, bajo esta sombra que me cobija un rato de los trazos de Helios, considero los hechos y senderos que me han llevado hasta aquí. Con medias altas, pantalones cortos, camisa negra y el nuevo peinado que me permite sentir las caricias del viento primaveral entre sofocones de mayo ―tierna nuca desnuda― recuerdo las primeras dos noches del Festival en apoyo a Claridad 2024. Previo a eso, las conversaciones que sucedieron entre los cuantos jóvenes que asistimos a la proyección de «Hasta la victoria de la idea» en Caguas; previo a eso, al mensaje de texto que saltó en mi teléfono, un examante contando con los dedos: «Se cumplen, creo, quince Festivales desde que trabajamos y nos fuimos juntos…». Colaboramos con un tal Abel, nombre bíblico que me impresionó. En la época, asistíamos a diferentes colegios privados de la zona metro y éramos grandes ilusos lúcidos: ilusos, por la jovencísima edad que aún nos pertenece; lúcidos, por la precoz consciencia política, anomalía en una década rodeados de gente que no debía ni quería meterse en cuestiones políticas, ¿para qué? Esperpéntico privilegio, lo sabíamos y lo sabemos.

Formar parte de CLARIDAD siempre me pareció el camino natural de las cosas ―calco del francés― contrario a mi contexto guaynabeño aburguesado. Formar, ahora, parte de la mítica columna En Rojo, aunque en principio pareció un delirio febril, ya se siente una condición asentada en mis adentros. Cada día observo y pienso en la próxima entrada. La Ariana de dieciocho y la de treinta y dos se saludan. Crucé la entrada del Festival y allí estaba mi fantasma, repartiendo panfletos y dando direcciones. Y allí estuve yo, que me propuse vagar cual flanneuse a saludar a artesanos, seres queridos y observar a los demás, apoyándome de mi nueva pequeña obsesión: el fenómeno y mecanismo natural observado en algunas razas botánicas llamada «la timidez de los árboles».

Le designan timidez a las hojas y copas de árboles que no quieren rozar, ni tocarse; sienten «vergüenza» y se ensimisman, se achicopalan y alejan en el momento justo: crecen juntas, pero sin tropezarse la una con la otra. A eso le designo a como anduve hasta equis momento en la vida, con ciertos miedos y desconfianza a dejarme acariciar tras años de dolor; a eso le designo al crecimiento y andanza entre diferentes sectores políticos jóvenes en el país, que quizá, por el momento, nos observamos tímidamente sin unirnos del todo, ya sea por desconocimiento, por minucias, por falta de tiempo, por destiempo, por discrepancia, por desinterés. Somos una arboleda que está, que existe y crece frondosa sin solaparse, fracturados en el mejor sentido estético, emulando el calidoscopio celestial de los árboles.

La segunda noche del Festival, me entremezclé entre la muchedumbre bajo la carpa y apliqué este ejercicio de entreverme sin tocar al otro, salvo a quienes abracé con efusiva ternura. Muy pronto subiría a la tarima Zoraida y Roy; muy pronto, tocaría una siguiente ronda de elixir etílico y compartir de música, cultura, arte e indignación antigenocida. Muy pronto, como anunciaban algunos carteles al margen de la tarima, tocaría velar la Alianza entre el Partido Independentista y Victoria Ciudadana.

Me pregunto, acaso, si decidiremos tronchar la timidez, forrar las grietas arbóreas. Entretejer copas, tanto las de vidrio como las intelectuales. Como con los árboles, habrá que ceder espacio y tiempo; extender nuestras ramas; engranar raíces. Elegir la timidez, o la inosculación: una suerte de ramas, troncos que se abrazan y crecen juntos, a su manera. Dispares, únicos, empero unidos.

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