Del descontento a la lucha organizada

 

CLARIDAD

No creo que se necesiten comentarios adicionales sobre los conciertos del reguetonero Bad Bunny celebrados en Puerto Rico el último fin de semana de julio. Casi todos los que de ordinario escriben o comentan en la prensa ya han agotado el tema. Y ni hablar de las redes sociales. La mayoría de los comentarios no se han dirigido a la música, sino los mensajes del cantante, su denuncia de los gobernantes y su llamado a la movilización de los jóvenes para que saquen del poder a la claque que se repite. Luego de tanto comentario, tal vez lo que se impone es preguntarnos qué hace falta para que los reclamos que lanzó el cantante desde la tarima, acogidos de buen grado por el público, pueden traducirse en cambios.

Entiendo muy bien el furor que causaron los conciertos porque pocas veces se producen fenómenos culturales como el que representa este joven, tanto para Puerto Rico como para el mundo. Mientras en nuestro país se vivía el frenesí que duró todo un fin de semana, la agencia noticiosa Bloomberg destacaba que el reguetonero boricua lleva meses como el artista más escuchado y seguido en el planeta, manteniendo una enorme distancia sobre los que le siguen. Obviamente estamos ante un fenómeno único.

La particularidad de este joven es que, al menos en lo que a su país respecta, no se limita a “cantar por cantar”, como dice la vieja tonada que popularizó Nydia Caro en los años ’70, precisamente cuando se extendía por el mundo la “canción protesta”. No canta por cantar y, a diferencia de los cantantes de lo que entonces era la “nueva trova” el mensaje no está en la letra de sus canciones, pero, igual que ellos, llena el espectáculo con llamados directos a la acción y denuncia de frente a los gobernantes que traicionan a sus electores. La pasada semana más de un millón de puertorriqueños lo escuchó y hasta los que no lo escucharon estuvieron varios días comentando lo que dijo.

¿Cuál será el impacto de su reclamo a la acción política, a sacar del poder a los que por tanto tiempo nos han fastidiado? Su llamado no fue entrelíneas ni mucho menos subliminal. Fue directo y, más importante aún, en el mismo leguaje del pueblo que lo escuchaba. No hubo rodeo para denunciar a los “cabrones” que controlan el poder y que tanto nos “joden”, ni para referirse a varios de los temas específicos que nos perturban la vida. Tampoco hubo rodeos cuando llamó a sacarlos de sus espacios de poder. Todos lo entendieron con facilidad sin tener que preguntarle al de al lado.

También lo vitorearon. La multitud que lo escuchó en el coliseo y en las numerosas plazas y espacios públicos entendió su llamado y lo aplaudió porque la mayoría de ellos lo comparte. Estaba refiriéndose a lo que cada uno de nosotros piensa y enfrenta cada día. Por eso pocos, muy pocos, se quedaron callados y hasta los políticos “ofendidos”, tragaron saliva y se limitaron a reconocer la libertad de expresión.

¿Se producirá espontáneamente la acción que el cantante nos pide? ¿Dejará la mayoría de votar por “los cabrones” que tanto roban? ¿Acaso el millón o los millones que lo escucharon y aplaudieron asumieron tal compromiso?

La mayoría de la gente conoce y siente los problemas que motivaron las denuncias de Bad Bunny. La corrupción de los políticos que se turnan y se reciclan en el poder colonial los tiene hartos. Todo el mundo siente y padece los apagones, las carreteras destruidas, los pésimos servicios médicos y el empobrecimiento de la educación pública. Por eso se identifican tan fácilmente con la denuncia y, aunque a alguno le moleste la “mala palabra”, aplauden. Pero hay que dar pasos adicionales.

El gran reto que siempre han tenido los pueblos es cómo convertir el descontento en victoria. En ciertos momentos o etapas la insatisfacción se generaliza y el rechazo a lo que sucede en el país se profundiza. En esos periodos el reclamo de cambio se siente y se escucha por todos lados, pero ese sentimiento, o ese reclamo, por sí solo no es suficiente para alterar el orden político prevaleciente. Hace falta, en primer lugar, que el sentimiento se traduzca en lucha organizada y, en segundo lugar, que esta se desarrolle por medios que permitan imponer un cambio.

Cuando en un país el descontento se generaliza, cualquier evento masivo se convierte en un gran escenario de protestas. El malestar acumulado y la ira recién vivida buscan cualquier fisura para manifestarse, como el agua represada que busca salida. Entonces lo que iba a ser una fiesta se llena de gritos y los que iban aplaudir levantan el puño, como ocurrió en los conciertos de finales de julio.

La lucha organizada que es necesaria para que el descontento se traduzca en cambios no la va a producir Bad Bunny. Para que esta pueda desarrollarse y eventualmente triunfar, tiene que darse desde movimientos o partidos. El sentimiento individual y la ira callada no genera cambios sociales. Sólo la acción conjunta lo logra. Hacia allá tenemos que dirigirnos.

 

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