Hace unas semanas, amanecimos estremecidos por el súbito derrumbe de una de dos torres multipisos de un condominio llamado Surfside en el litoral de la playa de Miami. Los cimientos del edificio, construido sobre la arena de la playa, simplemente no resistieron el paso del tiempo, ni el peso de la maquinaria con que se intentaba iniciar el reforzamiento de su estructura, debilitada más allá de su capacidad por la fuerza incontenible del mar que ha ido erosionando las construcciones allí y reclamando su espacio costero. Ciento cincuenta y nueve personas perecieron sepultadas bajo los escombros de cemento y varilla retorcidos sobre la arena. Los residentes de la segunda torre fueron relocalizados y el edificio demolido días después porque amenazaba con correr la misma suerte. Y es que el cambio climático es una realidad científica innegable, y los océanos, mares y demás cuerpos de agua siguen aumentando de nivel y alterando los deslindes costeros en la medida en que el planeta se calienta y el sol derrite el hielo del Ártico.
Pensaríamos que un evento así, tan cerca nuestro, unido a las experiencias recientes que hemos vivido en Puerto Rico – con el paso de huracanes cada vez más poderosos, y eventos de lluvias torrenciales e inundaciones, y disturbios marinos frecuentes que provocan altas marejadas, y ríos y quebradas crecidos, y compuertas de represas que ha habido que abrir de emergencia para evitar un golpe de agua fatal- moverían al Gobierno de Puerto Rico, a la agencia concernida con la preservación de nuestros recursos costeros, como el Departamento de Recursos Naturales (DRNA), a preocuparse y tomar acciones afirmativas para evitar que tragedias similares ocurran en nuestro país. Sin embargo, la realidad es otra. Desde hace largas décadas- y bajo todos los gobiernos que se han turnado la administración de esta colonia de Estados Unidos- nuestro litoral costero y sus ecosistemas han estado bajo el ataque frontal e inmisericorde de las nuevas oleadas de “piratas del Caribe” que ven en las costas boricuas su botín más codiciado. Y el DRNA, encargado de hacer valer las leyes y los reglamentos que protegen la zona marítimo terrestre, se ha convertido en una madriguera de conflictos de intereses de todo tipo, evidente, sobre todo, cuando chocan el interés público y poderosos intereses privados. Esto ha quedado de manifiesto en la álgida controversia por la piscina del condominio privado Sol y Playa en Rincón, cuya construcción invade la zona marítimo terrestre y altera el deslinde costero, afectando además uno de los hábitats de desove de las amenazadas tortugas marinas.
La historia de esta piscina es la misma de otros proyectos de construcción costera en Puerto Rico. Se construyó en un lugar indebido. El huracán María y la erosión costera la arrasaron, y ahora, los dueños del condominio Sol y Playa pretenden reconstruirla indebidamente otra vez. Este cuento parece un sinsentido porque lo es. De Fajardo a Mayagüez, bordeando por todas las costas de nuestro país, puede verse un ejemplo tras otro de edificaciones que más temprano que tarde podrían ser arrasadas como ya una vez lo fue la piscina del condominio Sol y Playa. En el litoral de Isla Verde, hay edificios que no fueron construidos originalmente en el agua, que ahora están dentro del agua. Lo mismo pasa en la playa de Ocean Park, donde son visibles las huellas de la erosión costera en el achicamiento de la orilla de la playa y en la cercanía cada vez más peligrosa del oleaje a las edificaciones a lo largo de esa zona.
En la franja que va desde Isabela hasta Cabo Rojo, entre decenas de otros ejemplos, el embate del huracán María y otras tormentas recientes han desdibujado el entorno de la costa, no solo causando cuantiosos daños materiales y humanos, sino aumentando el riesgo de un desastre mayor si no se toman medidas que lo prevengan. En esas playas, la práctica depredadora de extracción de arena y la destrucción de las dunas, ha sido un factor principal en la monumental erosión costera que las afecta.
Afortunadamente, una gran porción de nuestro pueblo ha comprendido que la defensa y preservación de nuestros recursos costeros es imprescindible si aspiramos a un desarrollo sostenible y armonioso para nuestro país. Por eso, hay cientos de manifestantes conscientes y educados ambientalmente en Rincón oponiéndose a la construcción frívola y caprichosa de una piscina que el mar va a volver a reclamar en cualquier momento. No es necesario esperar a que ocurra en Puerto Rico una tragedia como la de Miami para tomar las acciones necesarias y evitar que nuestro litoral costero detone como una bomba de tiempo.