El after de After María

Por Rafah Acevedo/ En Rojo

Oh, cuerpo mío, haz de mí, siempre, un hombre que se interrogue!

Frantz Fanon

Cuando publique estas notas es muy probable que la tendencia a referirse al documental After María con pasión y poco tiempo de razonamiento haya pasado. Al menos eso espero.

Mi intención inicial era no verlo. Me parece que sobre ese huracán es un eje temporal (sin ánimo de juego de palabras). María destapó todo como una caja de Pandora. Sentimientos de ira, odio, vergüenza, impotencia, dolor, están ahí, mezclados. Las consecuencias durarán tanto como los acuerdos de COFINA. Décadas. Y sin embargo, a instancias de gente que quiero, lo vi el 25 de mayo y creo que ese mismo día publiqué una brevísima reacción en un medio social.

Mi intención no fue hacer crítica de cine. Amo el cine y los documentales me gustan tanto como cualquier otro género cinematográfico. Pero After María nos toca de cerca. Y ese es el problema. Justo después de verlo afirmé que no se trata de un film épico o un documental combativo. Es una mirada a varias familias (3 mujeres cabeza de familia y un hombre casi invisible) que fueron a NY a partir de ofrecimientos de ayuda del gobierno.

En apenas 37 minutos se presenta (no se profundiza porque no es el interés del film) la poca ayuda que el gobierno de Trump ofreció a los puertorriqueños y su humillante trato; el papel obsceno de un administrador mediocre como Ricky Roselló que intenta apenas articular un discurso político anexionista a partir de una tragedia; la solidaridad entre los que se fueron y el desfase entre la ayuda prometida y el hostigamiento y rechazo de clase y raza que sufrieron.

Quisiera ver otro documental. Quisiera algo épico, solidario, progresista, político, rabioso, duro. Pero ese no es este documental. Y no puedo juzgarlo a partir de mi deseo, sino a través del ofrecimiento del mismo. After María es lo que es. No es más que eso.

No paso juicio sobre la actitud ante la adversidad de los que protagonizan el documental. Jamás seré yo quien pase juicio sobre qué hace la gente con sus necesidades y carencias. Y menos desde mi posición, que comparada con la mayoría de la población, es, en muchos aspectos, privilegiada. ¿Exigen mucho las familias del documental? No. Exigen lo que se les prometió. Exigen lo que se supone brinde, por ejemplo, FEMA, cuyo presupuesto lo pagamos los que pagamos contribuciones. Lo hacen mientras sus funcionarios parecen elaborar esquemas de enriquecimiento de los más ricos, valga la redundancia. Las protagonistas piden lo que se les promete como ciudadanos norteamericanos. ¿Mi modo de reivindicar la lucha por sobrevivir? No. Pero no soy el centro del mundo. Ni siquiera el centro de mi pueblo.

¿Qué vi en ese documental? Vi ese sufrimiento y como la gente de la comunidad boricua bailan, toma cerveza, escucha merengue y trap, y dicen puñeta a cada momento. Eso mientras ejercen el derecho a exigir lo que se les promete. El problema es que creen que la PROMESA está hecha para cumplirse. Se equivocan, pero el documental no es sobre esa equivocación ni sobre mi idea al respecto.

Sin embargo, lo que sí me ha causado interés es la energía desmedida con la que se ha criticado desde hace una semana ese documental. Aunque quizás sería mejor decir, la reacción contra las protagonistas del documental. Y es que el desprecio a los pobres es un problema de fondo. Fíjense que digo a los pobres y no a la pobreza. El ataque es a los personajes, “cafres”, marginales, que tienen la pretensión de tratar de ser felices en medio de la adversidad. ¿Han visto cosa igual? Fuera de ironías, ¿acaso alguien pretende que la gente con necesidades no celebre, por ejemplo, cumpleaños? Esto es ideología. Es una codificación de la realidad hecha por intereses particulares con el propósito de subordinar la conciencia. Es esa narrativa que se nos impuso de atacar(nos), de ser incapaces de empatía, de no reconocernos en la pobreza. Me permito decirles, que ese documental es un espejito de mano que refleja parte de lo que somos. Y algunos de nosotros estamos aquí, en el Bronx, en Chicago, en Loíza, y muy pocos en Garden Hills. Se llaman clases sociales y está claro que están en pugna.

¿Cual es el documental que nos reflejaría bien? ¿El de George Clooney salvando el café boricua para Nespresso? ¿El de ese mismo George presentándonos a su mascota? Sí, la mascota de Clooney es…un cerdo vietnamita. ¿Nos representa mejor la sombra fundacional del flamboyán teatral de Lin Manuel? ¿Bea burlándose del memorial a los muertos de María o leyendo el discurso que le escribieron en una feria de libros? Mucho blanco junto, ¿eso sí?

Yo sé que cuando esto salga publicado el tema habrá desaparecido. Eso espero. Quizás la tendencia sea hablar del empleador de fantasmas en la legislatura que apenas unos años antes era un estudiante en contra de las huelgas. Quizás sea que los cerdos vietnamitas llegaron al Condado o que Julia Keleher tiene otro guiso, o que Bad Bunny se pintó las uñas de violeta o que Yulín fue a comprar helado con una camiseta del Che. Quizás volvamos a hablar de las iguanas, de los caimanes, del vampiro de Moca. La cuestión es entretenernos con algo, desinformarnos, pelear entre nosotros, no hablar de la explotación sistémica, del sistema que nos empobrece, de que esos 37 minutos de documental son nada comparado con 40 años pagando una deuda odiosa.

Ojalá le den un respiro a esa niña de doce años que aparece en el documental. Y a las mujeres. Añado, que la responsabilidad de las metrópolis con sus colonias es total y no debería extrañarnos que tres o miles acudan allí a exigir lo que creen les corresponde en camisilla y bailando. Añado que EEUU tiene, bajo los capítulos 11 y 12 de la Carta de la ONU la responsabilidad de promover el desarrollo económico, social, cultural y político de los territorios bajo tutela de fiducia. Hasta la deuda es responsabilidad de EEUU. Pero el documental no es sobre eso. Ese otro documental, esa otra realidad, la tenemos que hacer los ciudadanos que queremos otro país, y otro film.

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