El corto trecho de lo cotidiano a lo irreal en The Straight Story y Flow

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Especial para En Rojo

 

A este grande, gracias por hacer lo que logran pocos: transformar el mundo y dispararlo hacia otra casa.”

Juan Carlos Quiñones recordando a David Lynch en Facebook.

Una de mis secuencias favoritas del cine es el comienzo de The Fog (dir. John Carpenter,

EE.UU., 1980), donde un marino con mucho mundo y que aparenta haber sobrevivido a incontables aventuras en altamar, le cuenta a un grupo de niños una historia de fantasmas. Los niños, arremolinados alrededor de una fogata, permanecen eletos, sus ojos pegados en el marino. Con la teatralidad oscura del gran John Houseman, el marino les cuenta que cuando vuelve la neblina, la tripulación ahogada de un barco hundido regresa en busca de luz. Las historias narradas alrededor de una fogata son la esencia del teatro, por la acción en vivo de hacer un cuento a una audiencia, y del cine, por la presencia del fuego y la luz que ilumina al narrador mientras el público permanece en penumbras. Otro de estos momentos ocurre en The Straight Story (dir. David Lynch; Reino Unido, Francia y EE.UU.; 1999) cuando Alvin Straight (Richard Farnsworth), el septuagenario que decide recorrer casi 400 millas en su tractor podadora para volver a ver a su hermano envejeciente (Harry Dean Stanton), pasa una noche hablando con una joven mochilera (Anastasia Webb) que pide pon en la carretera. Alrededor del fuego, Alvin le cuenta a la joven la razón por la que emprendió su odisea para reconectar con su hermano, con el cual no habla hace mucho tiempo por ofensas pasadas. Diferente a la oscura actuación de Houseman en The Fog, Farnsworth cuenta la historia lentamente con unos ojos azules que se llenan de lágrimas en un momento mítico donde dos seres humanos comparten sus vidas una noche fría cerca del calor de la fogata.

Mientras anoche me preparaba para ver The Straight Story, nos visitó Gem, una buena amiga nuestra, e insistió en ver Flow (dir. Gints Zilbalodis; Latvia, Bélgica y Francia; 2024), otra de las joyas animadas del 2024. En esta belleza, un grupo de animales, que incluyen un gato negro, un capibara, un lémur, un perro y un pájaro, navegan en un pequeño bote de vela mientras el nivel del agua sube y cubre un mundo sin humanos. Los animales no hablan, pero se comunican lo suficiente como para entender que se necesitan para sobrevivir. Mientras cada animal descubre su propia manera de colaborar, el gato negro funge como el centro emocional de la historia. En un momento emotivo donde el gato tiene su encuentro final con una gigantesca criatura marina (puede ser una ballena, pero no está claro), en nuestra sala los ojos de Gem brillaban con lágrimas que ella luchaba por controlar. La empatía tan tierna de un gato y sus compañeros conectó la mirada de Gem a la de Alvin Straight mientras todos compartimos nuestra humanidad alrededor de la luz del televisor.

Cuando me enteré sobre la muerte de David Lynch el pasado miércoles, 15 de enero, quise escribir algo sobre su trabajo. Lynch es un director fundamental para todo cinéfilo. Durante mi adolescencia, las primeras películas que vi del maestro fueron The Elephant Man (Reino Unido y EE.UU., 1980), con la actuación memorable del gran John Hurt en el papel de John Merrick, y Blue Velvet (EE.UU., 1986), que fue la primera vez que atestigüé de lo que era posible Dennis Hopper en su actuación de Frank Booth. Los giros absurdos de Blue Velvet se repiten en otras dos maravillas de Lynch, Lost Highway (Francia y EE.UU., 1997) y Mulholland Drive (Francia y EE.UU., 2001). Sin embargo, me parece que The Straight Story combina la sensibilidad del director en su exploración de la humanidad de sus personajes, que vemos en The Elephant Man, y las situaciones surreales de Blue Velvet. The Straight Story es basada en una historia verídica, pero Lynch transforma ese viaje real de Alvin Straight en una serie de encuentros algo raros que van desde una mujer harta de atropellar venados a una manada de ciclistas que le pasan por el lado al tractor podadora de Straight. Estos encuentros no son tan raros en sí, pero pierden toda su naturalidad al ser parte de la absurda historia de un hombre que insiste en cruzar de Iowa a Wisconsin en un transporte poco confiable para volver a ver a su hermano. A Straight no le interesan transportes veloces ni la comodidad de dormir bajo un techo. Su viaje es un peregrinaje que el protagonista debe emprender solo para expiar los errores del pasado, que él va revelando a medida que continúa su odisea. Así como los ojos de Richard Farnsworth son un texto de lágrimas y sonrisas que no necesitan de diálogo para expresar la urgencia del pasar del tiempo, la cámara constantemente captura la grandeza silenciosa de la naturaleza que rodea a Straight y las noches estrelladas bajo las que duerme. The Straight Story refleja la esperanza de Lynch en un pueblo que llora, ríe y lucha junto a Alvin Straight para que este llegue a su destino. Como afirma Juan Carlos en el epígrafe, la ruralía de obreros y agricultores de los Estados Unidos se transforma en un lugar lleno de esperanza y humanidad. Aunque muy diferente al país al que la mezquindad política presente ha disparado en una dirección aislacionista, los Estados Unidos de Alvin Straight son la nación que David Lynch se rehúsa a dejar ir. No puedo soltar mi cinismo ante su visión, pero entiendo la esperanza de Lynch por un país u “otra casa” donde reine la esperanza de The Straight Story.

En Flow, la humanidad es inexistente, posiblemente por el constante subir del nivel del mar que ha sumergido a toda la civilización. Tan solo permanecen los animales. En un mundo donde los humanos desaparecen, se desarrollan otras formas de comunicación, maneras únicas de maravillarse por la belleza natural que los rodea. De esta manera nos identificamos con el gato negro alrededor del cual se juntan el diverso grupo de animales en la pequeña embarcación. Diferente al viaje de Alvin Straight, el grupo de animales no tiene destino. Su viaje es uno de simple descubrimiento, de adaptarse a un mundo que ha cambiado para los animales y colapsado para los humanos. Flow no cuenta con un diálogo convencional porque los animales no hablan, aunque el espectador logra entender con claridad el lenguaje de los gatos, de los perros, de los pájaros y hasta del capibara que es miembro de la tripulación. Los animales desarrollan una lengua franca ya que entenderse y trabajar juntos es lo que asegurará su supervivencia. La animación de computadora parece ser poco sofisticada ante los avances tecnológicos con lo que cuentan grandes producciones, pero esta simpleza en el diseño enaltece la profundidad emocional de los personajes.

Al igual que en The Straight Story, donde un hombre muy viejo se torna en un agente de esperanza en un mundo que lo ha dejado atrás, Flow es una joya animada donde un pequeño gato ocupa el centro de un mundo de proporciones monumentales, pero en el que su comunidad lo necesita para continuar. Ambas películas representan viajes a mundos con detalles que logramos reconocer, pero que develan al espectador rarezas que nos devuelven la esperanza por las maravillas que nos rodean.

Pueden ver The Straight Story en Disney+. Si pueden, vean Flow en la pantalla grande en Fine Arts para que sientan las inmensas proporciones de esa historia. Si no, la pueden alquilar en Prime Video.

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