El deporte aviva la nación

La conciencia nacional de un pueblo no nace de un día para otro. A veces, primero se crea la configuración geográfica que llamamos “país” –en ocasiones, como ha sido el caso en América, el Mediano Oriente y África, por la arbitrariedad de una potencia extranjera– y luego, dentro de los confines de ese territorio, se forja lentamente una nacionalidad. Esa forja nacional es resultado de vivencias conjuntas, de acciones colectivas y experiencias que van moldeando la unidad cultural y un sentido de pertenencia particular y diferenciada. Poco a poco, la población que habita el territorio se va convirtiendo en “pueblo”. De esa experiencia compartida a lo largo del tiempo nace la nación.

Desde la antigüedad helénica, una de las experiencias que más ha contribuido a esa forja nacional ha sido el deporte. Igual que las confrontaciones entre países, las competencias deportivas avivan el sentido de pertenencia a un colectivo poblacional y popularizan los símbolos que lo unifican. Los jugadores dejan de ser competidores individuales pasando a formar parte de un “equipo”, que a su vez se convierte en sinónimo del país que representan. Los símbolos que identifican ese territorio –bandera, himno–, más que objetos de diferenciación, en medio de la pasión que irradia la competencia se convierten en elementos que solidifican la pertenencia al colectivo nacional.

Desde que Puerto Rico comenzó a participar en competencias deportivas internacionales hace casi 90 años, el deporte cumplió plenamente esa función estimuladora del sentimiento nacional. Aunque entonces no teníamos bandera oficial ni himno, viéndonos obligados a desfilar, en ocasiones, con la bandera de la potencia colonizadora, siempre se produjo una identificación plena del pueblo con sus atletas. Sus hazañas, grandes o pequeñas, son parte del acervo histórico puertorriqueño.

La reciente participación en los Juegos Centroamericanos y del Caribe celebrados en Barranquilla, Colombia, además de cumplir plenamente la función unificadora de siempre, tuvieron un elemento particular. Fue el primer evento importante luego del devastador huracán María y, en cierta medida, la participación ponía a prueba la fibra nacional de los boricuas frente a la adversidad. El huracán afectó o destruyó muchas instalaciones deportivas, mientras que la debacle posterior limitó el entrenamiento durante largos meses en que los atletas, como todo el pueblo, sólo pensaban en cubrir las necesidades más básicas. En ese ambiente todos los deportistas se afectan, mucho más aquellos que participan en deportes de conjunto que requieren mayor coordinación y mejores instalaciones.

A pesar de esas limitaciones, nuestros atletas se superaron y, de paso, ayudaron a solidificar un orgullo nacional que necesitaba de ese estímulo. Los representantes de todas las disciplinas se crecieron, pero, curiosamente, fueron los deportes de conjunto – béisbol, baloncesto, voleibol, etc. – donde se dieron algunas de las actuaciones más sobresalientes. A nivel individual, y también colectivo (i.e. softball) se destacó la participación de nuestras mujeres.

En medio de tantas dificultades, la nacionalidad boricua necesitaba de ese bálsamo, y lo recibimos en abundancia desde Barranquilla.

Venezuela: Los “demócratas” sacan las garras

Demócratas y “demócratas” de todo el mundo se han lanzado a condenar el atentado de que fue víctima el presidente de Venezuela, pero algunos de estos, los que llevan comillas, aunque se han visto obligados a rechazar la barbarie, aprovechan la oportunidad para referirse a Maduro como “dictador” y hasta “totalitario”, dedicando más tiempo a condenar al agredido que al agresor. Como no pueden dejar de pasar la oportunidad, aprovechan el atentado para lanzar su habitual condena al actual gobierno venezolano.

Si fueran demócratas de verdad, hubiesen aprovechado la ocasión para reconocer, y de paso denunciar, que la llamada oposición venezolana está dominada por la extrema derecha de corte neofascista, que cada vez se parece más a la que ha luchado contra la Revolución Cubana. Tanto la que opera en Venezuela, como la de afuera, participa de esa característica.

Desde que comenzaron su actuación de 1959, todas las organizaciones de la contrarrevolución cubana se ponían el apellido “democrático”. Sin embargo, con suma frecuencia recurrieron al terrorismo descarnado y a la agresión indiscriminada. Igual que la CIA, que llegó a al extremo de tratar de introducir plagas de todo tipo al ambiente cubano, los grupos contrarrevolucionarios realizaron actos de brutal inhumanidad, como el ataque a un avión civil lleno de personas inocentes.

La llamada oposición “democrática” de Venezuela va por el mismo camino. A pesar de controlar los medios de comunicación del país y del exterior, nunca han logrado hacer avanzar su objetivo y por eso se desvían hacia la vía violenta. Hace algunos años intentaron un golpe de estado y ahora recurren al intento de asesinato.

De paso, también leo en las redes sociales puertorriqueñas a comentaristas y periodistas aprovechando el atentado para, de paso, demonizar al gobierno venezolano tachándolo de “dictadura” y hasta de “gobierno totalitario”. ¿Acaso puede ponérsele ese sello a un país donde los medios de comunicación – prensa, radio y televisión – siguen operando abiertamente, todos controlados por la oposición? ¡Vaya totalitarismo!

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