El fin de un mundo, embarazo de uno nuevo

 

 

Especial para En Rojo

Hemos llegado a diciembre de un año muy exigente. La humanidad, en su mayoría, dominada por un sistema social y económico centrado en el interés de pocos, no estaba preparada para la pandemia y no parece saber como liberarse de la pandemia del egoísmo que mata y de la tendencia de transformar todo en mercancía. La pandemia que nos amenaza desde principios de 2020 está transmutando en nuevas cepas y variantes. La madre Tierra sufre y todos sus hijos e hijas.

La proximidad del fin de año lleva a Iglesias cristianas a pensar en cuál será el objetivo de la historia. En la antigüedad, esta idea tomó la imagen del «fin del mundo». Varios mitos hablan de ello. La Biblia, incrustada en la antigua cultura judía, no escapa a este tema. Los antiguos profetas prometen para el final de los tiempos un juicio final de la humanidad y una intervención de Dios para hacer justicia y liberar a los oprimidos. Según los Evangelios, Jesús tomó este tema para uno de sus discursos (Mt 24, Mc 13, Lc 21). Aseguró que no es tanto el fin del mundo como el fin de un periodo de la historia y que dará paso a un nuevo tiempo en el que la propia humanidad (el hombre nuevo y la mujer nueva) se llenará de la energía amorosa de Dios.

Hay quienes interpretan guerras y desastres ecológicos actuales como si estuvieran previstos en la Biblia. Por el contrario, muchos creyentes saben que la historia tiene su autonomía. La presencia divina no está para destruir sino para renovar. Si, por casualidad, la tierra avanza hacia el fin de la vida en su suelo, esto no ocurrirá por decisión divina sino por culpa de la sociedad dominante.

Jesús profetizó la derrota de una sociedad injusta. Para los oprimidos, el anuncio de la destrucción de ese viejo orden y el establecimiento de una nueva realidad más justa y amorosa sólo podía ser una buena noticia. Una de las figuras utilizadas para hablar de la renovación del mundo es la del parto. En la antigüedad, los dolores del parto representaban el sufrimiento necesario para el surgimiento de una vida nueva. Este proceso de renovación de la historia debe ocurrir en nuestra vida cotidiana, en los diversos niveles de nuestra realidad. Nuestra transformación interior es base de la transformación del mundo. Por eso Pablo escribió a los hermanos y hermanas de Roma: «No os conforméis a este mundo, sino procurad transformaros mediante la renovación de vuestra mente para discernir cuál es la voluntad divina» (Rm 12,2).

El autor es monje benedictino y escritor.

 

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