Nieve de los Ángeles Vázquez,Edición de autor, 2023, 475 págs.
Desde hace un tiempo largo se propaga entre los estudiosos la ambición de hacer una especie de revisionismo histórico para reinterpretar tanto eventos de la historia como la obra de historiadores a quienes se les acusa de tergiversar, mal interpretar, y sobre todo –lo que parece ser el pecado mayor– “mitificar” figuras históricas. Y no solo políticas, pues entre ellos pudiera incluirse, por ejemplo, el Palés de los poemas “negroides”. Pedreira ha sido uno de los blancos preferidos, así como José de Diego. A mí me disgusta mucho más lo que algunos han hecho con Eugenio María de Hostos.
El libro de Nieve de los Ángeles Vázquez, EL JEFE: populismo y corrupción en el Puerto Rico de 1898, es una obra de historia excelente, narrada con abundante bibliografía indirecta o secundaria, pero una aún más abundante bibliografía directa o primaria, tomada de manuscritos y de impresos de la época difícilmente accesibles o conocida por sus lectores, e incluso historiadores. Tiene la virtud de ser una obra escrita con un lenguaje de historiador riguroso que se combina de manera muy acertada con otro lenguaje, más familiar, cercano, lo que redunda en una lectura agradable. Cuestiona, revalora, critica sus acciones, incurre también en la corriente desmitificadora que señalamos a poco contra el mayor baluarte del procerato colonial pepedeísta. Pero a nuestro juicio, la diferencia está en que Vázquez se basa en innumerables declaraciones impresas que no pueden ser impugnadas, no argumenta conflictivamente, ni debate, ni especula sobre lo que se admite no saber, como hemos visto hacer en algunas biografías.
Este libro se presenta con la honestidad honrosa de anticipar que en la obra se pretende, no solo demostrar, sino también concluir, lo que se anticipa desde el mismo título: el encarrilamiento, particularmente de Luis Muñoz Rivera –y, desde luego otros personajes cercanos– en el populismo, la corrupción, y la complicidad en la herencia de destrucción activa del país que dejó y que lo satura –dice la autora– desde hace 125 años, es decir, hasta nuestro presente. En ese sentido el libro expone una tesis acompañada de la correspondiente demostración.
Los diez capítulos en que se divide la obra se extienden desde la infancia del “jefe” –Muñoz Rivera, a quien muchos seguidores llamaban “el jefe”, nace el 17 de julio de 1859–, y el retrato del país del cual parte, hasta la alborada del siglo XX, año de 1899. Un apotegma feliz de Jorge Luis Borges los cobija: en el hoy están los ayeres, pues la autora ve en los acontecimientos en torno al 1898, el origen de nuestros actuales males. En ese sentido la obra de Nieve de los Ángeles Vázquez intenta descubrir la base de nuestras presentes crisis, o, según su propia expresión, el “secuestro” del país por “políticos populistas y, en paralelo, por grandes (y poderosas) corporaciones privadas con sede en algún punto de Estados Unidos”. Dije antes “acontecimientos”, y no Luis Muñoz Rivera, pues nuestros males, ciertamente, no fueron todos causados por él. Pero él, así lo señala reiteradamente, sí fue el “jefe” de la “élite política puertorriqueña” que con su colaboración –¿complicidad?– con ambos poderes coloniales –el español y el estadounidense– hizo posible la reducción a la vida parasitaria del Puerto Rico de hoy.
En un prefacio o antesala no indizado que titula “En un principio”, la autora anticipa terribles conclusiones a demostrar a lo largo de la obra. Inicialmente, cuando antes de la lectura revisé el índice de nombres y temas, me extrañó no hallar mención alguna a Hostos y la Liga de Patriotas Puertorriqueñas, y solo unas pocas alusiones a Betances. Y es que la autora se ciñe a explorar los factores que fundaron la crisis presente enfocando la gestión de sus protagonistas. Es decir, los líderes de los partidos coloniales sometidos a la política colonial española, y que luego, por birlibirloque, se revistieron en sometidos a la autoridad colonial del invasor estadounidense. El supuesto autonombrado campeón del autonomismo puertorriqueño, se agenció de modos taimados el nombramiento de figura principal del gobierno autonómico renegando del republicanismo al pactar la fusión con el gobierno monárquico español presidido por Sagasta. Se trataba de participar en el mismo “sistema de turnos”, en virtud de cuyo subeybaja Cánovas y Sagasta se turnaban en el poder periódicamente en España durante un cuarto de siglo. Para lograrlo era imprescindible tener, entre otras cosas, el control del censo y los municipios, y la mezquindad y depravación necesarias para realizar abultadísimos fraudes en las elecciones.
A pesar de haber renunciado al Partido Autonomista, y de haber solicitado su disolución, Muñoz se las arregló, con la ayuda de Rosendo Matienzo Cintrón –y José de Diego, entre otros–, para negociar, sin autorización, el correspondiente pacto con Sagasta que requería de un partido en Puerto Rico fusionado con el español. Solo unos días tras la invasión, cuando todavía las tropas no habían ocupado todo el país, Muñoz Rivera cambiaba de sombrero, desconocía del juramento de lealtad a España que lo llevó al poder con el gobierno autonómico, y loaba la ocupación estadounidense. Tras las tropas, muy cerca de ellas, arribaba la tropelía de mercaderes que desangró y aún desangra las riquezas del país.
¿Habría Hostos de transar cosa alguna en 1898 con los partidos que juraban lealtad a España y, acto seguido, casi sin mediación, sumisión a las autoridades estadounidenses? No. (Y Betances mucho menos.) Quizás uno y otros se ignoraron, o acaso se despreciaron mutuamente, pues la colaboración y el entendimiento entre Hostos, Muñoz y socios eran imposibles. La gestión de Hostos buscó despertar y alentar otras fuerzas. La élite puertorriqueña se acurrucaba a la sombra de los partidos que seguían principalmente a Muñoz –autonomista yagrumo, a conveniencia– o a Barbosa –autonomista ortodoxo– , ciega de la propaganda incesante a su favor en diferentes medios de prensa ligados a su poder, o vividora de los innumerables puestos políticos o de los numerosos funcionarios por ellos nombrados, tal como ocurre desde entonces hasta hoy.
Mientras el liderato de los partidos coloniales pugnaba en 1898 por el acceso al poder, fuera con la monarquía parlamentaria española o por la anexión a la república estadounidense, la voz de Hostos y la Liga de Patriotas Puertorriqueños se esforzaba por educar y rescatar de la miseria a los artesanos y campesinos empobrecidos y confundidos, despreciados y marginados, sin excluir, desde luego, aquella parte desafecta hacia los partidos de la población acomodada, o dispuesta a escuchar. Los recursos a los que apeló fueron numerosos, incluyendo el derecho del pueblo de Puerto Rico ya fuera ante la Constitución de estados Unidos, o ante los derechos civiles, o el derecho internacional. Esa, y la demanda incesante de dotar y empoderar al país de los instrumentos que hacen posible la vida pública y cotidiana, para organizarlo, concientizarlo, desarrollarlo y hacerlo crecer, esa, era la tarea de los gigantes. Por eso unos se ubicaban en la ciudad colonial amurallada, y otros se asentaban en la principal ciudad criolla ponceña y en los campos y pueblos circundantes. Mientras, Muñoz, al frente –y “jefe”, como muchos lo llamaban– de los partidos coloniales, se aferraba iluso al poder mientras pasaban por su lado, y por la avenida central, los mercaderes que expoliaron al país que Muñoz debía defender. Todo un capítulo de 31 páginas está dedicado a detallar cómo los numerosos buitres de Wall Street invaden, penetran y succionan las riquezas del país. La vampiresa ambición del “Destino Manifiesto” recobraba todo su poder expansionista pausado por la Guerra Civil y reiniciado según los mercaderes del templo se atrincheraban en sus bancos y las industrias hambrientas.
Explicar las alegadas contradicciones y la alegada ignorancia supina de quien alegadamente vivía ciego de admiración hacía los Estados Unidos, es harina de otro costal que he intentado aclarar en mi Biografía de Eugenio María de Hostos.
La obra de la historiadora y formidable narradora Nieve de los Ángeles Vázquez es una valiosa y llamativa contribución para interpretar y comprender las crisis que vivimos hoy como nación. En estas lindes se afinca lo que llamé hace algunos años, “la historia de nuestro porvenir”. (Archipiélago, UNAM, 77.) Enhorabuena.