El mundo está en llamas

 

«¡Fuego! ¡Fuego! El mundo está en llamas». Una línea que sirve de cierre a Monón, canción escrita hace más de 50 años por el legendario compositor e intérprete de la canción protesta boricua, Roy Brown. Monón avizoraba el rumbo letal que llevaría un mundo dominado por las conquistas, el acaparamiento de riquezas, las armas y las guerras. Cincuenta años y muchos vuelcos después, la realidad mundial de hoy podría calificar la canción Monón como una profecía.

El mundo de la tercera década del siglo veintiuno sigue en llamas, como en aquel momento en que Roy Brown escribió el estribillo que hoy corean como suyo jóvenes que no habían siquiera nacido durante aquellos años álgidos 60 y 70 del siglo veinte.Quizás se identifican porque sienten hoy la misma aprensión y coraje que hace 50 o 60 años sintieron sus padres y abuelos. Ciertamente, para las fuerzas de izquierda y progresistas- y para las juventudes con aspiraciones y sueños en los distintos países y regiones- el panorama en Estados Unidos y el mundo hoy es demasiado  sombrío.

En Ucrania, por ejemplo, sigue la guerra indirecta de Estados Unidos y los países europeos de la OTAN contra Rusia. Una guerra muy cómoda para ellos, pero muy difícil, cruel y costosa sobre el terreno para las poblaciones de Rusia y Ucrania.

Es una guerra subsidiada y dirigida desde lejos por las élites militares de Estados Unidos y Europa, que lo hacen sin siquiera estrujar sus uniformes. Una guerra empantanada que no pueden ganar, pero tampoco han sabido encontrarle una salida, al estilo de Afganistán, Iraq y otros escenarios recientes de guerras fracasadas y costos astronómicos en vidas destruidas, economías arruinadas y países, que una vez fueron viables, convertidos en tierras de nadie.

Peor aún es la guerra de exterminio inmisericorde de Israel contra la población palestina, con el respaldo de Estados Unidos que le proporciona al agresor las bombas y misiles de destrucción masiva con que se fulminan hospitales, casas, escuelas, mezquitas e iglesias – y más de 55,000 víctimas humanas- sin ningún pudor ni vergüenza,  ni tampoco pagar ningún precio por sus tropelías. Mientras, a quienes en sus países protestan contra el genocidio por razones humanitarias los persiguen y les acusan de ser antisemitas.

En Estados Unidos también se recrudece la política de deportaciones masivas de inmigrantes que son expulsados bajo una ley que data del año 1798- la llamada » Aliens Enemies Act», o ley de los extranjeros enemigos, usada por última vez antes de ahora durante la Segunda Guerra Mundial para justificar el encarcelamiento en campos de concentración de  ciudadanos y residentes japoneses en Estados Unidos. Durante aquellos años y hasta el fin de la guerra, más de 120,000 japoneses fueron encerrados en 10 campos de concentración construidos con dicho propósito.

Pero la fobia antiinmigrante no es solo en Estados Unidos. El giro dramático hacia la derecha política en muchos países de Europa es una reacción visceral al fenómeno de la migración masiva, que también llega a Europa y a nuestra América empujada por las crisis provocadas por el clima general de inestabilidad de los mercados, el constante riesgo de colapso financiero, y los altos niveles de endeudamiento y pobreza que experimentan los países.

Todo esto tiene su raíz en el estancamiento económico que atraviesan muchas economías de países grandes y pequeños en Europa y el mundo entero, con índices de pobreza y desigualdad que no se habían experimentado en muchos lugares en más de un siglo. La desigualdad en Estados Unidos por ejemplo, hoy sobrepasa los límites de lo que fue durante la llamada «Edad Dorada» a fines de la década de los años 20, justo antes de que ocurriera la Gran Depresión. Hoy en día la mitad de la población de Estados Unidos posee menos riqueza que los tres principales mogules del capital tecnológico en dicho país.

Otro factor de tensión es la ofensiva arancelaria decretada unilateralmente desde Estados Unidos por Donald Trump que amenaza con desestabilizar aún más las economías del mundo entero, provocando el equivalente a una guerra comercial entre países, con consecuencias imposibles de predecir.

La democracia liberal también pasa por uno de sus peores momentos, con el auge de una nueva modalidad de autoritarismo neofascista que  está ocupando cada vez más espacios políticos. En Europa, por ejemplo, las derechas han hecho avances electorales significativos y  peligrosos en Italia, Holanda, Polonia y Alemania, y  crecido en influencia en Francia, España y otros países.  En Estados Unidos, el movimiento MAGA de Donald Trump y sectores medios empobrecidos, con el respaldo de una oligarquía de multimillonarios, no solo tienen el control de las tres Ramas del Gobierno, sino también quieren  moldear la Constitución y toda la sociedad estadounidense según su visión y voluntad, y conformar un sistema donde se gobierne por decretos y que las demás ramas aprueben como sellos de goma. Para quienes consideran sus adversarios, la respuesta MAGA es de represión: contra otros partidos y movimientos políticos, los medios de prensa, las universidades y centros serios de estudio, contra la educación y la radio y televisión públicas, las escuelas de derecho, las y los abogados defensores de derechos civiles y humanos, la ciencia y las investigaciones científicas, las artes, la cultura, los sindicatos y otras organizaciones de trabajadores y de otros sectores sociales no gubernamentales.

Ese es el estado real  del «mundo en llamas» del que estamos rodeados. No es la primera vez ni será la última en que la humanidad se vea en una encrucijada como la actual. La historia no se repite pero avanza en zigzags y a veces da la impresión de que nada se mueve. En ciclos pasados, con organización, voluntad y sacrificio, la humanidad avanzó grandemente por tramos, logrando importantes conquistas. Así ha sido siempre a lo largo de la historia. Pero, hay que desarrollar  maña y astucia para enfrentar al imperio del poder, del acaparamiento de riquezas, de la fuerza de las armas. Ante eso, hay que desplegar toda la creatividad e iniciativa de que seamos capaces e invitar a otros y otras a acompañarnos en el camino. Porque no hay fuerza más grande que la unidad ni imperio más poderoso que el de una humanidad que se pone de pie y se da a respetar.

 

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