El rito de inmortalización según el artista Luis “Tato” Gonzales Almodóvar

 

Una reseña de Réquiem a la Ceiba de Ponce

 

Especial para En Rojo

Dedicado a Juan E. Hernández Cruz

Una noche, contemplando las manos de su padre, Luis “Tato” Gonzales Almodóvar dio con el rito de inmortalización de la Ceiba de Ponce. Mirando sus manos, surcadas como la corteza de la Ceiba, imaginó como plasmarlas, como plasmarla. Su proyecto, Réquiem a la Ceiba de Ponce, comienza con la exposición Las últimas caricias a la Ceiba, inaugurada el 14 de junio, 2024 y presentada por el Museo de Arte de Ponce como proyecto satélite de la Poli/Gráfica, en un esfuerzo contundente de descentralización del arte en Puerto Rico (pues este evento se lleva acabo fundamentalmente en San Juan).

Gonzales Almodóvar recoge, como una máscara mortuoria, la esencia del insigne árbol. Por alrededor de quinientos años, la Ceiba de Ponce se erigió como centinela del desarrollo puertorriqueño. Sus raíces entrelazaron los tiempos de su sacralización por parte de los taínos, ataron la conquista española y la criollización de la sociedad. Su ramaje vio llegar las primeras siembras de caña, el pincel de Francisco Oller, las zafras, la llegada de las industrias manufactureras y el colapso económico. Se transformó en testigo natural de quinientos años de cultura. Para el 2021, luego de diferentes aflicciones, la Ceiba llegó al término de su vida, dejando atrás el vestigio inerte de su tronco gris.

Es sobre ese armazón que Gonzales Almodóvar ve la capacidad de inmortalización, avalándose del uso de la técnica del Frottage (desarrollada por el artista Max Ernst para 1925, la cual consiste en frotar con un medio, ya sea grafito, pastel o crayón, la textura y forma de un objeto para registrarla sobre papel o lienzo) para capturar la impresión de su corteza. Esto representa una evolución diametral y marca un hito en la obra del artista, que caracteriza su obra en corriente costumbrista. Con Réquiem a la Ceiba de Ponce irrumpe en una suerte de abstracción. Las obras generadas rayan en la abstracción formal, pero presentan un matiz peculiar: el contacto directo con el objeto representado, la impresión directa de sus relieves, creando una obra, a modo de registro, más veraz que cualquier costumbrismo.

Mediante esto, Tato Gonzales pone en evidencia uno de los preceptos que siempre ha tenido la obra de arte abstracta: desligarse de la representación formal para plasmar la esencia. En Las últimas caricias a la Ceiba, no solo se recogen los surcos de la corteza, la forma de sus raíces, sino la esencia, la fibra de un pueblo abatido.

Al subir al segundo piso del anexo del Museo de Arte de Ponce, se aprecia, a lo largo de la sala, obras que logran diferentes grados de impacto. COAMAR: De la raíz noreste de la Ceiba proyecta una explosión de tonos negros, rosados y rojos, los cuales se ven atravesados por una forma familiar que los ojos develan como propia de un árbol. Esta obra se encuentra enmarcada entre estudios de pequeño formato, en pastel y grafito sobre papel. Dos de ellos, Agonía de la vida: De la corteza de la Ceiba y Carapacho: De la corteza de la Ceiba establecen un dialogo en dicotomía. Agonía de la vida se arropa en un azul tranquilo, mientras que Carapacho evoca una corteza ensangrentada, amortajada. Pudiera parecer que ambos títulos resultan contrapuestos, que cada uno pudiera ser intercambiado, pero resultan precisos en la propuesta de Gonzales Almodóvar. Lo que se postula como la muerte no lo es. Es, en cambio, una vuelta a la vida, una inmortalización y perpetuación del ser a base de la obra de arte.

Marca intachable: De la corteza de la Ceiba se perfila con gran fuerza y presenta una capacidad de funcionamiento independiente absoluta. En esta, a base de la textura de la corteza, se capta la esencia fluida. El movimiento revuelve en el lienzo, como la ondulación de las ramas, las hojas ante el viento. Resulta como un acto de veneración de la naturaleza, ritos de gran relevancia en culturas orientales, asiáticas, e incluso nuestra propia cultura taína, todas que llaman a la sensibilidad ante el medio ambiente.

Completa el rito fúnebre y subsiguiente inmortalidad la obra cumbre de su proyecto: El Sudario. Este consta de un lienzo de cuarenta pies de alto y largo, de formato a cuerpo completo de la Ceiba de Ponce, en el cual esta se arropó para registrar sus grietas, sus venas secas, sus relieves y surcos. Ha frotado el cuerpo completo de la Ceiba, paralelizando el lavado de los cuerpos para purificación, y lo ha envuelto en un manto blanco, para luego hacerla levantar. Su acción rememora al Manto de Turín. Esta obra final será expuesta en el patio del Museo de Ponce a comienzos de agosto.

Con Réquiem a la Ceiba de Ponce, Luis “Tato” Gonzales Almodóvar no ha conseguido dar un registro de una muerte, muy por el contrario. Ha conseguido perpetuar una vida. Una vida que plasma quinientos años de una cultura que resiste, que continúa.

 

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