Especial para En Rojo
Uno de mis escenarios favoritos en el cine es la ciudad de Nueva York. No es tan solo porque viví en ella durante dieciséis años, sino porque nunca perdí la sensación de vivir dentro de una película. Desde mi espera en una estación de tren cubierta de nieve en el Bronx hasta caminar en una noche lluviosa por alguna de las calles cerca de Union Square, cada lugar me dejaba con una sensación de que alguien me observaba en una sala de cine. Inclusive, cada emoción o estado de ánimo que sentía en la ciudad conectaba con alguna imagen. Viví la poesía visual de la secuencia inicial de Manhattan (dir. Woody Allen, EE. UU., 1979), donde vemos un sinnúmero de localidades de Manhattan al ritmo de “Rhapsody in Blue” de George Gershwin mientras el personaje de Allen, a través de un voice-over, considera la manera de describir la ciudad. Distinguí el contraste entre la energía intensa urbana durante un día de semana y la oscuridad de los túneles del tren, claramente retratado en The Taking of Pelham One Two Three (dir. Joseph Sargent, EE. UU., 1974). Una noche, al salir de una obra de teatro, me perdí en Brooklyn tratando de encontrar la entrada de la estación del tren. Estaba desorientado en un área de la ciudad cuya surrealidad nocturna me transportó a After Hours (dir. Martin Scorsese, EE. UU., 1985). Coexisten varias ciudades, una encima de la otra, a manera de un palimpsesto. Y una versión no excluye la otra. Por esto, el Nueva York de vecinos que tocan a la puerta con una amabilidad que esconde un secreto satánico de Rosemary’s Baby (dir. Roman Polanski, EE. UU., 1968) se asoma por momentos en el Nueva York de una familia italiana que se sienta en la cocina a desayunar mientras cada uno revela sus romances en Moonstruck (dir. Norman Jewison, EE. UU., 1988).
En la reciente A Quiet Place: Day One (dir. Michael Sarnoski, EE. UU. y Reino Unido, 2024), los citadinos luchan por sobrevivir una invasión extraterrestre y la ciudad se transforma en una manifestación única de las dificultades que enfrentan los personajes. En A Quiet Place: Day One, la precuela de la serie de A Quiet Place, Samira (Lupita Nyong’o) es una paciente de cáncer con un gato entre sus brazos que reside en un hospital para enfermos terminales. Reuben (Alex Wolff), un enfermero, organiza una salida para llevar los pacientes a la ciudad de Nueva York. Aunque Samira se resiste al principio, ella accede a ir si puede comerse un pedazo de pizza.
Con esta escena algo triste, aunque bastante cotidiana, comienza una película donde los personajes tendrán que sobrevivir una invasión de extraterrestres monstruosos con una audición potente. La ciudad de Nueva York se torna en un infierno que hace referencia visual a los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001. Muchas veces podemos ver manadas de personas de diversas etnias y razas moviéndose silenciosamente por las calles tratando de escapar de la ciudad, recordándonos cómo la ciudad se unificó después de la devastación de las Torres Gemelas.
Las primeras dos películas, A Quiet Place (EE. UU., 2018) y A Quiet Place II (EE. UU., 2021), dirigidas y coescritas por John Krasinski, se llevan a cabo en áreas rurales de Nueva York cuando ya los sobrevivientes han aprendido a funcionar junto a la amenaza de los invasores. La primera película, en especial, usa el silencio de una manera fascinante para escalar la tensión. De hecho, recuerdo haberla visto en una sala de cine en el Bronx donde no se oyó ni un suspiro cuando los monstruos acechaban a los miembros de la familia. En la reciente precuela, los personajes no están preparados para la invasión y desconocen el ruido que puede ocasionar el rasgar de una camisa o un maletín atascado en una puerta.
A pesar de que pienso que las primeras dos películas usan mejor el silencio, A Quiet Place: Day One usa el espacio de una manera más interesante. Sarnoski, que también dirigió la excelente y oscura Pig (EE. UU. y Reino Unido, 2021) y colaboró en ambas con el mismo director de fotografía, Patrick Scola, retrata un Nueva York que parece un laberinto. La acción nos lleva por túneles oscuros y entre las calles sumergidas en humo por donde los sobrevivientes escapan de las sombras de los monstruos.
Como es evidente en Pig, Sarnoski también nos da una historia que gira alrededor de tres personajes, dos humanos y un animal. En Pig, el cerdo es tan solo el motivo para que Robin (Nicolas Cage) emprenda su búsqueda junto a Amir (Alex Wolff). Aunque el cerdo no tiene mucha participación, su ausencia se nota en la desesperación de Robin por encontrar al único ser con quien comparte su soledad. Sin embargo, en A Quiet Place: Day One, Samira siempre permanece cerca de su gato, que es su animal de apoyo emocional. Esa denominación es significativa porque cuando estos se separan por momentos, uno siente la tensión de Samira. El tercer personaje, Eric (Joseph Quinn), es un joven que Samira encuentra en el camino. Tanto Amir en Pig como Eric en A Quiet Place: Day One funcionan para devolverles un tipo de esperanza, por más mínima que sea, a los protagonistas a traves de su compañía. La amenaza de los extraterrestres monstruosos es un obstáculo más para Samira ya que ella está muriendo de cáncer. Su determinación de encontrar un pedazo de pizza, independientemente de la catástrofe que la rodea, hace evidente el intento del personaje de salvar tan solo un detalle de su pasado que la haga sentir viva. La búsqueda de Samira transforma la ciudad de un sitio asediado a un espacio que se niega a morir.
A Quiet Place: Day One es una muy buena película que recomiendo que disfruten en la pantalla grande. Si pueden, traten de ver las dos primeras películas antes de ver la precuela.