En Reserva-Cuerpos en la urna

 

 

Especial para En Rojo

La novela Ensayo sobre la lucidez (2004) de José Saramago abre con un fenómeno asombroso: más del 80% de un electorado decide ejercer su derecho al voto en blanco. Este acto, un grito mudo de protesta, se erige como el eje de una fábula político-moral, donde el gobierno se ve confrontado por un desafío que sacude sus cimientos. En la primera mitad de la obra, Saramago nos conduce por los intrincados laberintos del poder, presentando personajes anónimos, como el presidente y el primer ministro, situados en un tiempo y un espacio simbólicos que evocan sutilmente a su Portugal natal. Aquí, el autor revela cómo un gobierno, temeroso y a la defensiva, se niega a aceptar la insurrección popular, temiendo que tras esta ola de descontento se esconda una revolución anárquica. Así, el voto secreto se transforma en un elemento crucial, un velo que impide a las autoridades descifrar la identidad de quienes eligen el silencio de un voto en blanco.

Fuera del ámbito literario, el voto secreto es un mecanismo esencial que garantiza la anonimidad de los electores, protegiéndolos de la coerción y la mercantilización del sufragio. Este sistema se acompaña de diversas modalidades de votación, donde los ciudadanos utilizan papeletas de papel para expresar sus deseos. Tras marcar sus preferencias, los electores pliegan sus boletas y las depositan en cajas selladas, que luego serán abiertas para el conteo. En este proceso, el cubículo de votación se erige como un espacio sagrado, un lugar de confesión donde el carácter abstracto del ciudadano se corporeiza. Como objeto material, la urna electoral es efímera; algunas son de cartón, otras de plástico, ofreciendo la estabilidad necesaria para el cumplimiento de la obligación cívica, a menudo desde una ilusión de privacidad, en muchos casos protegida por cortinas que aseguran un rincón más íntimo en el teatro de lo público.

El carácter performativo de la urna electoral se manifiesta con particular contundencia en la instalación In the Grip of Power (2016), del estadounidense Lonnie Holley. En esta obra, el artista transforma la cabina de votación en un símbolo del sufragio como un gesto corporal. A primera vista, la urna que Holley presenta parece convencional: una estructura de plástico y aluminio destinada a preservar la intimidad del votante. Sin embargo, al inclinar la cabeza para marcar la papeleta, el participante se encuentra a la altura de la boca de una pistola, que lo amenaza desde el exterior de la caseta. Holley describe su obra como un recordatorio de las vicisitudes que muchos han atravesado buscando ejercer el derecho al voto en los Estados Unidos. La instalación no solo conmemora a aquellos que han pagado con su vida el precio del sufragio, sino que sugiere que habitar el grip of power conlleva la posibilidad de ejercer una cierta agencia, aunque siempre a merced de otros. La obra nos confronta con el carácter físico del acto de votar, que ha obligado a algunos a arriesgar sus cuerpos para ocupar su espacio como ciudadanos, un espacio que a menudo se revela abstracto y distante.

En esta reflexión sobre el carácter corporal del voto, surge casi en un susurro la pregunta sobre las implicaciones de las nuevas modalidades tecnológicas en esta experiencia. El avance de la tecnología plantea un desafío: proteger la esencia del voto secreto y la privacidad del elector. Las máquinas electrónicas, utilizadas en múltiples países, prometen un proceso más eficiente. Un ejemplo es la máquina de tabulación, que se coloca sobre la urna para escanear, adjudicar y depositar las papeletas durante el acto electoral. Cuando el elector termina de marcar sus papeletas, debe colocarlas en un cartapacio de confidencialidad y acercarse a la máquina de conteo de votos, donde espera su turno. Cada papeleta se introduce de forma individual, boca abajo, para mantener el voto secreto. Al escanear una papeleta válida, la máquina registra los votos y muestra en pantalla los mensajes “Leyendo Papeleta” y luego “Papeleta Adjudicada”. Es crucial que el elector espere hasta que cada papeleta sea adjudicada y depositada en la urna, que cae automáticamente en la urna sellada debajo de la máquina. Este proceso pone de manifiesto cómo distintas tecnologías alteran la forma en que el ciudadano ocupa, transita y participa, tanto física como simbólicamente, en el complejo espacio cívico. La corporeidad del voto se disuelve gradualmente en la virtualidad, como un eco que se desvanece en un laberinto incierto.

Sin embargo, estas tecnologías también revelan las inseguridades que rodean el sistema electoral, pues dependen de la infraestructura eléctrica de un país, lo que añade una capa de vulnerabilidad. Este dilema resuena con particular intensidad en Puerto Rico. En el pasado, hemos sido testigos de la fragilidad del sistema electoral frente a la infraestructura energética: evoquemos el apagón de las elecciones de 1980, cuando Carlos Romero Barceló resultó electo. El suceso dejó una huella indeleble en la historia electoral de Puerto Rico, donde una interrupción en el sistema sembró dudas sobre la transparencia y legitimidad del proceso. Hoy, el problema energético intensificado por LUMA añade una capa de complejidad a esta situación ya precaria. La falta de energía eléctrica puede obstaculizar el acceso a las urnas, el funcionamiento de las máquinas de votación y la comunicación. Esta situación, que afecta el ejercicio democrático, podría desincentivar la participación ciudadana, convirtiendo el acto de votar en un desafío mayor en un contexto donde la estabilidad y la confianza son fundamentales.

En este entramado, la obra de Saramago se erige, en un juego especular, como punto de contraste para examinar las dinámicas del poder y las realidades del ejercicio democrático en Puerto Rico, un territorio marcado por crisis y desafíos. El voto en blanco, en la novela, puede ser visto como una manifestación de la apatía que invade al pueblo puertorriqueño frente a un bipartidismo que, en muchos aspectos, ha fracasado en satisfacer sus necesidades y aspiraciones. A medida que se aproximan las próximas elecciones, la preocupación por el acceso y la integridad del voto se intensifica, surgiendo una pregunta fundamental: ¿hasta qué punto pueden los ciudadanos ejercer su derecho al voto cuando las condiciones materiales y simbólicas que lo sustentan se hallan en crisis? La instalación de Holley resuena con esta inquietud, recordándonos que el acto de votar es, en su esencia más profunda, un acto corporal que conlleva riesgos, esperanzas y, en última instancia, la búsqueda de una voz en medio del silencio. En un escenario donde el ejercicio del voto es a la vez crucial y vulnerable, la incertidumbre se convierte en la única certeza.

 

 

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