En Reserva-Dizque «roja», me dicen (en tres partes)

 

 

Especial para En Rojo

  

I.Era verano y me inquietaba el goteo incesante del pasillo del condominio, el calor inclemente y la injusticia. Sentada en mi escritorio, mesa, sofá, sillón, cama pautando reuniones, fijaba listas de quehaceres que palidecían ante listas de objetivos en un mundo auténticamente en llamas. Arriba del todo entre mis listas veraniegas estuvo pensar en mis nuevos amigos por correspondencia en Gaza, Mohamoud y Maryam, ayudar y proponer modos de apoyo y recaudación de fondos; mandar ánimos a diario, muy extrañamente, a través de Instagram y no vía epistolar. Trazar el mapa de la franja gazatí con el dedo; aprenderme las diferentes zonas de Palestina de memoria: Al-Mawasi, Khan Younis, Deir-Al Balah. Imaginarme las huellas de Mohamoud y Maryam sobre la arena, que son las mismas mías con más o menos hueso, carne y densidad sobre arena puertorriqueña.

De niña siempre anduve con libros en mano: ficción, no ficción, poesía, manga, libros de historia centrados, sobre todo, en la Segunda Guerra Mundial. Leía de pie, sentada, acostada. Me remojaba mil horas en la bañera cuidando que las lágrimas de tina no marchitaran las páginas. Pensaba inocuamente entonces ¿qué sería tener vivencias bélicas? ¿Cómo actuaría yo ante un holocausto? ¿Cómo nos enfrentaríamos hoy en colectivo al fascismo? Las respuestas no tardaron en llegar, pues nuestra generación vive cataclismos medioambientales, inflación bárbara, y aunque no del mismo modo que en otros países, el regreso y alza del fascismo en toda regla, más cerca de lo que buenamente pensamos. Ser testigo del genocidio, la ristra de racismo, islamofobia, sionismo y neoliberalismo ―¡pesadez de términos!― encendió la llama que ya existía en mi vientre a los diecisiete. Con el tiempo, me dijeron que me tornaría conservadora. Al contrario, me tuerzo y festejo la emancipación de mis zonas erróneas capitalistas. El peso de toda esta artillería conceptual la comparto con mis pares.

II.Era verano y me picaba la curiosidad por mis coetáneos. Quería disfrutar y conocer más de lleno a seres extrañísimos, heterogéneos, amables y, en su gran mayoría, de izquierdas, en toda su gama y complejidad. Mi vida social siempre ha sido caleidoscópica: tomé el tubo, lo acomodé y volqué. El estampado de diferentes tonalidades dimensionados por el caleidoscopio metafórico apareció teñido de rosa, cobrizo y bermejo. Estos tomaron la forma de personas, de hombres (sobre todo), mujeres (pocas, dato detestable, empero potentes) y seres conocedores de hitos y hechos históricos, grandes participantes de la vida política puertorriqueña de la periferia. Abogados, literatos, poetas y docentes, entre otros (mal pagados). Los de izquierda puertorriqueña nos reconocemos: nos delata el leve trémulo de manos y pies ante situaciones asombrosamente insostenibles sociopolíticamente, y el cansancio de la lucidez.

Una noche juniana y remota, deslizando y deslizando el dedo en Twitter, conocí muy sin querer la figura de la italiana Ilaria Salis. En el tuit, la autora contaba que le había entrado un bajonazo y que su familia, para animarla, le envió el artículo de una mujer que había presuntamente pegado casi a muerte a un neonazi en Hungría. La obligaron a arresto domiciliario con una pena de cárcel potencial de 24 años. Tras protestas y con aparentes ánimos de rescatarla, la eligieron al Parlamento Europeo por La Alianza Verde e Izquierda, federación de dos partidos políticos, la Izquierda Italiana y la Europa Verde (nacidos en 2022). Ilaria fue liberada, inmune a los cargos achacados en Budapest. Regresó a Italia en junio y tanto la escritora del tuit como yo sonreímos complacidas. Ilaria agradeció a quienes la votaron. A veces, hay finales felices. A veces, la colectividad es acción tangible. Me gustaría pensar que mi nueva comunidad hubiera hecho lo mismo por mí.

III. Era verano y, con sus ojos, pelotones color almendra, cabello largo y aretes de plata, y aparente puño de acero, Ilaria sonrió para su foto oficial parlamentaria. Ella, junto con el sorpasso de su elección, me puso a pensar en mi propia e incipiente militancia como mujer joven aquí, en Puerto Rico. En una entrada en Instagram, Ilaria compartió: L’antifascismo, oltre che un valore umano e una prospettiva politica, è anche una comunità resistente e solidale (10/06/24), y concuerdo: la lucha antifascista la heredamos; la comunidad resistente y solidaria la tejemos a nuestro modo, votando, eligiéndonos una y otra vez a pesar de nuestras diferencias. Aquí, a finales de verano, sentada nuevamente en mi escritorio, Mohamoud y Maryam siguen conformando mi cotidiano. Mujer de izquierdas ―plural intencionado― dizque «roja», me dicen: desde que habito estos espacios, me siento vista y abrazada en esta trinchera llamada solidaridad.

 

Arte acompañante:

 Cortesía de Estefanía Vélez Rodríguez e Hidrante, foto: José López Serra

Estefanía Vélez Rodríguez untitled 9, 2024

Oil on panel / Óleo sobre panel

10″ × 10″ × ⅞» (25.40 × 25.40 × 2.22 cm)

Artículo anteriorSurviving a lo Bori
Artículo siguienteMéxico a las puertas de uno de los capítulos más importantes de su historia