Especial para En Rojo
Dice Saroj Chawla (1991) que existe una relación indivisible, tanto consciente como inconsciente, entre nuestros hábitos lingüísticos y la filosofía. Para Chawla, esta determina la forma en que manejamos y apreciamos la vida natural. A medida que la globalización avanza, el discurso dominante homogeniza esa concepción, borrando relaciones forjadas a través de miles de años entre los pueblos, sus lenguas y su entorno. Con esto en mente, la ecolingüística propone un acercamiento teórico desde el que abordar el aspecto sociológico del lenguaje en continuidad con el ecosistema.
El enfoque ecológico fue propuesto inicialmente por Einar Haugen, profesor de lingüística y dialectología de las universidades de Wisconsin-Madison y Harvard. En su libro The Ecology of Language (Stanford University Press, 1972), Haugen argumenta sobre cómo un entendimiento ecológico del lenguaje sería útil como herramienta de estudio a la lingüística pues contemplaría la relación entre hablantes y sus entornos de forma causal. Haugen explica la necesidad de expandir la actual concepción antropocéntrica de la sociolingüística, argumentando que las condiciones del ecosistema son fundamentales para explicar la variación por contacto lingüístico dentro de comunidades multilingües.
Para quienes suscriben a esta noción ecológica del lenguaje, la variedad de lenguas es un asunto de variedad biológica. Mark Abley (2003) explica que: “Los dialectos son para los idiomas lo que las subespecies son para las especies. Lo que significa la supervivencia de los idiomas amenazados, tal vez, es la resistencia de docenas, cientos, miles de nociones sutilmente diferentes de la verdad.” La concepción de Abley es paralela a la de los cognitivistas, en particular a la propuesta de metáfora encarnada de George Lakoff y Mark Johnson. Según estos, los hablantes crean esquemas y metaforizan a partir de su experiencia física y espacial. Por tanto, las cualidades de su entorno son parte inseparable de las estructuras y posibilidades léxico-semánticas de su lengua. Lo que en español, por ejemplo, representa el ochenta, como ocho decenas, es quatre-vingts en francés, es decir, cuatro ventenas. Aunque en la superficie supone meramente una lexificación distinta, el agrupamiento representa una percepción numeral diferente, con implicaciones y relaciones distintas entre ambos grupos de hablantes, aún cuando el resultado de una operación matemática sea el mismo. Abley expande esta idea y la resume al plantear lo siguiente:
“Con nuestros asombrosos poderes de tecnología, es fácil para nosotros en Occidente creer que tenemos todas las respuestas. Quizás las tenemos, pero solo a las preguntas que hemos formulado. Pero, ¿qué pasa si algunas preguntas eluden nuestra capacidad de preguntar? ¿Qué pasa si ciertas ideas no pueden articularse completamente en nuestras palabras?”
¿Pa qué la ecolingüística?
Por tratarse de una disciplina relativamente joven, aún existe debate sobre qué debe abarcar la ecolingüística y cuáles son sus límites de estudio. Para cooperar con la brevedad que obliga esta columna, les comparto la definición de la Asociación Internacional de Ecolingüística, la cual me parece mejor acomoda las dos principales concepciones que existen en la actualidad. Esta describe a la disciplina como una:
“que explora el papel del lenguaje en las interacciones de los seres humanos, otras especies y el entorno físico que sostiene la vida. Un primer objetivo de esta es desarrollar teorías lingüísticas que vean a los humanos no meramente como seres sociales, sino como parte de los ecosistemas que sustentan la vida. El segundo objetivo es mostrar cómo se puede utilizar la lingüística para abordar cuestiones ecológicas discursivas tales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la urgencia de justicia ambiental.”
De esta manera, la ecolingüística propone un cambio en la argumentación y abstracción teórica promulgada por los estructuralistas y generativistas, quienes conciben el lenguaje como un fenómeno aislado que surge de la actividad humana, para en cambio promover de en adelante un entendimiento biocéntrico que enfatice la forma en que el ecosistema afecta la vida y transformación de las lenguas.
En mi caso, la ecolingüística atiende una de mis inquietudes más grandes sobre la articulación de discurso y su rol en la concepción de políticas sociales, en particular aquellas que provocan problemas ambientales a partir de asuntos propagandísticos. Reconozco que esto puede parecer una abstracción académica, pero recordemos que recientemente Donald Trump ha declarado que Estados Unidos explotará “beautiful clean coal” (“carbón hermoso y limpio”). La imagen en sí es un asalto por su contrariedad. Carbón limpio me hace pensar en la escena en que Dick Van Dyke baila por los tejados junto a otros limpiachimeneas en Mary Poppins.
La política pública de Trump en su segundo término trata a los bosques y espacios naturales como meros materiales, promoviendo la tala indiscriminada y el retorno al uso de combustibles fósiles, alejándose significativamente de esfuerzos anteriores y de políticas globales que buscan diversificar la producción energética para dar con alternativas a la dependencia de petróleo. El discurso del presidente Trump no es meramente un posicionamiento de opinión, sino que desde su oficina y poderes tiene un efecto físico, medible y constatable sobre la realidad. Como explica Louis Jean Calvet (2006):
“El lenguaje es una práctica social dentro de la vida social, una práctica inseparable de su entorno. La idea básica es (…) que las prácticas que constituyen los idiomas y su entorno forman un sistema ecolingüístico en el que los idiomas se multiplican, se cruzan, varían, se influyen mutuamente, compiten o convergen. El sistema está en interrelación con el espacio. En todo momento, el lenguaje está sujeto a estímulos externos a los que se adapta como una respuesta al medio ambiente (…) variantes que, con el tiempo, conducen a la preferencia de ciertas formas y características. En otras palabras, hay una acción selectiva del medio ambiente en la evolución del idioma.”
La concepción del sector gubernamental y económico sobre la naturaleza como un espacio salvaje (untamed wilderness) o por desarrollarse (developable land) no es accidental, sino un posicionamiento que justifica la destrucción ambiental como ‘crecimiento’ y que produce políticas sociales sostenidas desde una concepción explotativa de la naturaleza, carentes por completo de concordancia con la realidad de los ecosistemas que sostienen la vida. Discursos políticos y mediáticos promueven el descuido del ambiente en favor de una concepción de la naturaleza como recurso, alineándose con las lógicas de mercado e invalidando de paso los aspectos de sustentabilidad y conservación.
¿Por qué ahora?
El lenguaje tiene impacto físico en el mundo a través de su rol en la implementación de gobernanza, la planificación lingüística, el paisajismo lingüístico (linguistic landscape), legislación ambiental, acuerdos comerciales, publicidad, regulaciones, así como el discurso adherido al lenguaje científico e institucional. En momentos en que la política pública estadounidense establece una desprotección y explotación mayor de sus áreas naturales y zonas protegidas de conservación, es importante comprender cómo el discurso mueve y manipula la opinión pública en favor de políticas que amenazan el bienestar ecológico en favor del extractivismo capitalista.
Picharle a la dimensión ecológica de las sociedades humanas es y seguirá siendo el principal responsable del cambio climático. La destrucción de ecosistemas y la degradación del mundo natural reducen la capacidad de la Tierra para renovarse y sostener las cadenas biológicas de las que depende la vida. Es nuestra obligación evaluar qué tipo de discursos promovemos al respaldar y difundir ciertas concepciones. La ecolingüística puede servirnos para revalorizar la experiencia de lengua como variedad biológica y ayudarnos a promover activamente la preservación y proliferación de variantes dialectales locales, y valorar dicha diversidad como una adecuación continua al entorno, y así defender la comprensión única de la realidad encarnada que representan, velando por reproducir solo aquellos discursos que responsablemente cuiden por la prosperidad de los sistemas que sustentan la vida.
Bibliografía
Abley, M. (2003). Spoken here: Travels among threatened languages. Houghton Mifflin.
Calvet, L. (2006). Towards an ecology of world languages (A. Liddell, Trans.). Polity Press.
Chawla, S. (1991). Linguistic and philosophical roots of our environmental crisis. Environmental Ethics, 13(3), 253–262.
Haugen, E. (1972). The ecology of language: Essays by Einar Haugen (A. S. Dil, Ed.). Stanford University Press.
International Ecolinguistics Association. (n.d.). What is ecolinguistics? Tomado de https://ecoling.net/what-is-ecolinguistics/
Lakoff, G., & Johnson, M. (1980). Metaphors we live by (2nd ed.). University of Chicago Press.