En Reserva:Vampiros y archivos

Nosferatu (1962)

 

 

Long gone, long gone and out of this world.
-Canción de Norma Tanega
Via What We Do In The Shadows

 El tropo del vampiro se popularizó entre el siglo XVIII y XIX, especialmente a partir de obras como The Vampyre (1819) de John William Polidori (con sus deudas a Lord Byron) y aún más con la novela Dracula de Bram Stoker, publicada en 1897.

La tradición oral ya contaba con numerosas referencias a criaturas similares, cuyas iteraciones bebían sangre, victimizaban a la humanidad y/o, dependiendo del caso, podían ser inmortales. “Vampires have been our companions for so long”, aduce Nina Auerbach en Our Vampires, Ourselves, “that it is hard to imagine living without them” (8-9).

En las distintas versiones (fílmicas, gráficas y hasta animistas –cómo olvidar al chupacabras –), los vampiros parecen resurgir constantemente y con ellos, las ansiedades y preocupaciones de cada época. Asimismo, por cada Dracula, Nosferatu o Edward Cullen existen correspondientes reinterpretaciones paródicas.

La medicina también ha tirado de la metáfora. El término “emotional vampires” ha sido acuñado por especialistas de la salud para describir a personas, relaciones o situaciones de alto riesgo que drenan la vida de muchxs.

Parecería que ya la escritora gallega Emilia Pardo Bazán (1851-1921) había intuido a estos tipos de vampiros que, sin desangrarnos, van haciéndose de nuestra vitalidad.

En su cuento “Vampiro” (1901) nos presenta los canjes desiguales entre Fortunato Gayoso, un anciano tan rico como codicioso, e Inesiña, su prometida adolescente. El matrimonio debía ser un acto de caridad de parte y parte: Gayoso, al morir, le dejaría toda su fortuna a Inesiña y, ella, a cambio, le iba a acompañar en sus últimos días de vida. La muchacha tuvo poca o ninguna injerencia en la decisión de casarse (todo el trámite fue organizado por su tío, el cura del pueblo).

Como era de esperarse, una vez casados, el viejo Fortunato se alimentó no de la sangre de Inés sino de su juventud… hasta consumirla: [sufrió una] larga y lenta enfermedad […] [de] la cual murió –¡lástima de muchacha!–   antes de cumplir los veinte. Consunción, fiebre hética, algo que expresaba del modo más significativo la ruina de un organismo que había regalado a otro su capital
(Pardo Bazán, “Vampiro”).

Gayoso, triunfante y en ánimos de perpetuar su vitalidad, huyó del pueblo en busca de otra novia.

Don Fortunato no es el arquetípico vampiro literario, no oscila entre héroe romántico o monstruo chupasangre, por ejemplo. “No todos los vampiros son carismáticos ni atractivos”, arguye Sonia Yáñez. “No hay mayor vampiro que una relación tóxica, esa que te consume la energía y la vitalidad”.

Se me vienen a la cabeza decenas de situaciones vampíricas. Un repaso de las últimas y no tan recientes noticias del país y del mundo horrorizan: neoliberalismo a lo bestia, fraudes, robos de tierras y de fondos, cierres de escuelas, violencia y destrucción, emergencias ambientales, legislación del cuerpo, entre otros.

Se me ocurre también que, a diferencia de sus muchas adaptaciones, ser vampiro no implica protagonismo (digamos que ni héroe, ni villanx, ni antihéroe). Que su polivalencia puede sugerir, más que inmortalidad o transgresión, un estado de espera, de duermevela prolongada, una suerte de exilio.

Pienso en todo esto mientras escribo mi primera columna para este proyecto a varias manos. Pienso, del mismo modo, en cómo se han ido prolongando mis años en Massachusetts (de cinco van ocho) con pocas probabilidades de regreso. Sin eterna juventud, este vampirismo parece una apología a la espera, como espera mi mamá también que le llegue la luz en Cupey después de los apagones casi diarios o como espera mi hermano y mis amigos a ver si le tiran con unas clasecitas aquí y acá (de Arecibo a Cayey, dixit Lefevre).

Pienso en esta columna y en su título En Reserva, en la sugerencia de que nos estamos marinando a la espera de algo que ya mismo llega y, a la misma vez, que estamos comiendo banco o al final de una fila que dejó de moverse.

Vuelvo a Pardo Bazán, a su prolífica obra en la que reitera tajantes y pensadas reivindicaciones y críticas: “Queda lo escrito, lo demás no queda”, sentenció en sus Apuntes autobiográficos. Y pienso en este cierre, regreso a los vampiros y a las palabras de Nina Auerbach[1], “what vampires are in any given generation is a part of what I am and what my times have become” (1). Lo reconozco y lo dejo por escrito.

[1] Gracias a Yuliana Ramos por su extenso conocimiento vampiresco y por la referencia.
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