No soy ateo. Nunca lo fui. Creo en el Misterio. En lo que no sé y en querer saber. Dios, para mí, es esa duda mística que percibo en el silencio y en los actos de solidaridad.
Y sin embargo, sé que Yahvé, Jehová y Alá, el capitalismo y el comunismo como conjunto de dogmas, pueden ser intrínsecamente violentos. ¿Por qué?
Las figuras divinas -hay miles- en estas tradiciones representan aspectos del inconsciente colectivo de las sociedades que las veneran. Desde el Cristo del terrorista de Minnesota hasta el Sendero Luminoso en Perú. Las narrativas que describen actos de violencia o castigo divino pueden reflejar proyecciones de los miedos, deseos y conflictos internos de los creyentes. ¿No son acaso los sacrificios -de los otros- mecanismos de defensa ante la ansiedad existencial, donde la violencia se justifica como parte del orden divino o ideológico?
Tengo claro que las religiones monoteístas establecen una distinción clara entre lo sagrado y lo profano.
No así otras creencias religiosas en las que esa distinción -como la del Bien y el Mal- son más complejas. De Yemayá a Shiva. Las religiones monoteístas fomentan una identidad colectiva que puede ser excluyente y, en consecuencia, violenta.
Hoy, literalmente hoy, las narrativas religiosas fundamentalistas proveen la cobertura simbólica para vestir a la violencia desnuda. El estado de Israel es visto por algunos cristianos idiotas como “el pueblo escogido” mientras realiza un genocidio e inicia una posible guerra mundial nuclear. Es solo un ejemplo ¿Cuántas veces no hemos visto interpretar la violencia como una forma de purificación o redención?
Por otro lado, esa violencia, que permite la eliminación física de “los otros”, es posible cuando se cree en una autoridad suprema que exige obediencia. Dios o el Dólar al que buscas y obedeces, te puede llevar a una internalización de la violencia como un medio de control, tanto en la relación del creyente con lo divino como en la dinámica social. ¿O acaso el mantra “prosperity” -en una frase agramatical:’Dios te va a prosperar’- no es la obediencia al sistema neoliberal al que cómo esclavo se obedece y se le rinde culto?
Pero no, la guerra, las de siempre y la que ya está aquí, no tiene que ver con los dioses. No culpo a ninguna religión porque no hay símbolos que se sostengan sin lo material. No hay “guerras religiosas”. Ese es solo el performance teatral. Las guerras son para ampliar mercados y por -you better believe it – cosas básicas como agua, minerales, tierra, gas. La Guerra se expande fuera de fronteras nacionales cuando hay altos niveles de desigualdad. Entonces, los trabajadores del mundo son llevados a pelear por dioses como la democracia, la libertad, la gran aurora, las mil vírgenes del paraíso, el comunismo de los libros, y la sangre del Redentor mezclada con la nuestra.
De modo que confieso que tengo esperanzas en un mundo mejor pero es altamente probable que yo no lo vea. Es un misterio en el que creo. Asumo como propios relatos de un inmigrante anti establishment en Palestina; un pataki de Shangó -y que Oshún me pretende-; la belleza extrema de los Upanishads; algunos poemas del Corán; algunos koan de la Escuela de Rinzai; los testimonios de la solidaridad humana; en los ejercicios de tu amor; en la vida de mis hijas; en la historia de la independencia de Puerto Rico – ¡qué misterio!- y en la bondad.
En lo que no creo y combato es el imperialismo -Fernando Mires siempre estuvo equivocado-, el fascismo del siglo XXI, la mano invisible, el dinero como religión -Benjamin tenía razón-, el egoísmo y cualquier fundamentalismo. ¡No, no, no nos pararán!