Especial para En Rojo
Lovers and thinkers, into the earth with you.
Be one with the dull, the indiscriminate dust.
A fragment of what you felt, of what you knew,
A formula, a phrase remains, —but the best is lost.
The answers quick and keen, the honest look, the laughter, the love, —
They are gone. They are gone to feed the roses. Elegant and curled
Is the blossom. Fragrant is the blossom. I know. But I do not approve.
More precious was the light in your eyes than all the roses in the world.
-Edna St. Vincent Millay (“Dirge Without Music”)
Leer poesía implica un gran reto que consiste en desentrañar el lenguaje particular de cada poeta. No me refiero necesariamente a símbolos ni a imágenes. Hay poetas que no recurren a los tropos consabidos, poetas que parecería hablan la lengua de todos nosotros cuando nos comunicamos con el objetivo de lograr algo, instrumentalmente hablando. Tampoco uso el verbo desentrañar en el sentido de descubrir, sino de captar, sentir o abrirse a lo desconocido. Eso desconocido transita por las palabras y cómo se configuran mutuamente para crear un “sentido”, el otro sentido que suscita dejarse estremecer por una configuración verbal nueva que nos toca en un momento particular de su historia y nos dice: “Un poema es lo que hace un trabajador promedio cuando no hay nadie mirando.” (6) Al poema lo sostiene una historia que se nutre de los contextos culturales de su época o de la tradición a la que se remite o a la historia que rodea a sus lectores. Esa mínima historia no nos remite a la Historia que configura a héroes o eventos de otro tiempo. Más bien trata de su historia cotidiana y las circunstancias destinadas a borrarse a menos que se inscriban en un contexto más amplio, el de una generación o una comunidad particular en un momento preciso del tiempo. De ahí el título: El tiempo es todavía (San Juan: Folium, 2024).
La poesía de Guillermo Rebollo-Gil aspira a capturar esos momentos fugaces, convertirlos en un diario afectivo destinado al futuro, al futuro del hijo que los desentrañará cuando sea adulto. Desentrañar implica captar la esencia de su objetivo al sentirlos mejor. Se trata de una operación simultánea que no atañe a una lectura especializada de la poesía, sino a una captación del sentido profundo de su sentimiento o de su amor. Ese lenguaje entonces tiene que sobreponerse al tiempo que afecta los modos en que se consume la poesía. Lo poético tiene que haberse conservado en un lenguaje otro que no sea meramente residual, ruina de lo que fue. Tropos y metáforas gastadas no sobreviven. Ya Nietzsche lo dijo en su ensayo sobre la verdad y la mentira, pero el epígrafe de Edna St. Vincent Millay lo explica mejor. “But the best is lost”. ¿A qué se refiere la poeta cuando dice que lo mejor se pierde? La rosa solo contiene los residuos de lo que estuvo lleno de valor en una sonrisa o en un intercambio de miradas; lo que pasó, los sucesos, las personas; lo que está destinado a la muerte. Es paradójicamente fácil comprender eso que no se pudo decir, pese al esfuerzo de decirlo; quizá sea esa lucidez sobre el proceso poético la entrada misma en el poema. Los mejores poemas, en mi opinión, tratan precisamente de eso que no se pudo capturar. El poema es solo su residuo. Quizás entonces el mejor poema de Rebollo Gil en este libro sea el que lo concluye (y a su vez lo inicia): “Hay una parte secreta/donde todo poema/ya no tiene nada más/ que decir.// O lo que tiene para decir/no lo dice y uno, al leer,/tiene que hacer como un lobito/y husmearlo.//Una teoría sobre la escritura/es que uno es capaz de escribir/lo que sea,//por el tiempo que sea/hasta llegar ahí. //”
En el ‘todavía’ del título se sugiere que ahí, en esa confluencia del espacio y del tiempo reposa lo que aún no llega, pero llegará. Se da una vuelta y lo que en otras ocasiones sería una negación, es un todavía lleno de posibilidad. En su dimensión más específica, cercana al libro, se sugiere, además de una meditación sobre la escritura, una teoría que gira alrededor de la lectura que hará el hijo. Así lo marcan las dedicatorias y las cartas enviadas al hijo-infante que atraviesa los dos libros que componen esta colección. Nosotros, como lectores indirectamente implicados, no somos el verdadero receptor de esa entrega, sino a través de las teorías de la recepción. Si no fuera el hijo el verdadero destinatario del ‘todavía’ y del libro en su totalidad, se perdería el sentido verdadero de la mirada y del amor, aquello de lo que hablaba la poeta de “Dirge without Music”. Coincidiendo con la misma Millay, reitera la poética de este libro que no le interesa la rosa, sino el intercambio de miradas, la luz que se asomaba entre los sucesivos amaneceres velando al hijo, aquello destinado a “perderse”.
El libro, entonces, es el sitio donde un padre espera a su hijo. Es una encrucijada donde dos tiempos genealógicos se encuentran y transforman; un lugar donde la teoría se convierte en amor. Este nuevo libro de Guillermo Rebollo-Gil enuncia varios encuentros y algunos desencuentros. Hablemos primero de los encuentros con el amor a un hijo, como en el Ismaelillo de Martí, con parecidas advertencias ante el mundo. Acá la principal es la perdurabilidad cifrada en un sitio, cualquiera, fuera y dentro de la página del libro, para cuando el niño aprenda a leer. Que lo primero de lo que sepa sea del amor paternal. En la dedicatoria del Ismaelillo dice José Martí: “Hijo, espantado de todo, me refugio en ti.” Lo mismo podría decirse de este libro de Rebollo. Podríamos decir que Lucas es su “príncipe enano”. Y formalmente es el apóstrofe o la interpelación lo que vincula el libro mientras el niño no puede replicar porque es un recién nacido que llora a cada minuto y por quien el hablante “moraría” todos los días de su vida. Pero en la interpelación se expresa el deseo paterno que prefigura algo del “¿Vivir impuro? No vivas hijo”, del Ismaelillo. Por eso prevé al hijo escogiendo la revolución que prefiera. Uniendo la poesía de Martí con la de Fernández Retamar da las posibilidades de su transformación, “con su camisa azul” con babas de recién nacido” o las martianas en “Que nadie me rompa a mi niño./ Que yo no rompa a mi niño./ Que mi niño no se rompa nunca.” (21) Y más, en un momento se pregunta con razón: “¿Mi hijo será hijo del desastre?” (19) pensando en las críticas circunstancias globales y nacionales adversas que rodean a todo nacimiento en nuestra era desastrosa.
Pero antes debí comentar la comunidad en familia que constituye el primer libro, La guerra contra las drogas. La banda War on Drugs, el cantante de la banda Adam Granduciel, las novelas gráficas de Jessica Jones y su relación con Luke Cage, el film The Hero donde actúa Krysten Ritter. Todo ello procura crear otra genealogía no necesariamente de sangre sino de afinidades líricas (poéticas y musicales) donde se entremezclan la realidad y la ficción. El marco lo proveen el poema de Edna St. Vincent Millay “Dirge without Music”, el álbum de Bob Dylan, Time Out of Mind, las canciones de Granduciel y un poeta lingüista medular del Berkeley Renaissance llamado Jack Spicer. Todo una madeja de referencias donde aparece implicada otra generación. Mediante ello confiesa en qué consiste la influencia en la obra poética: “Una influencia es como un poema -algo que sucede de madrugada/cuando no hay nadie mirando./ O durante las muchas horas/ o los muchos años después de haber leído La hora de la estrella.” (7) “Una influencia es como tener 14 ó 15 años y estar al borde de un abismo existencial y murmurar pedacitos de diálogo de una serie de televisión para sentirte menos solo, o para tener algo bien cabrón que decirle a la soledad cuando la sientes venir.” (11) Podríamos decir que es otra manera de abordar el tema de la “familia puertorriqueña”, las parejas estéticas, pero esta vez, la generación “miti miti” de un infante, el anhelo ético en torno a su crecimiento, la cultura a la que alude y la persona “dramática”, la persona poética que corresponde al nombre del autor del libro, la oscilación lúdica entre lo prosaico y lo poético. Está la persona y está la obra; la cultura en su relación con la poesía; y está la teoría poética: Alejandra Pizarnik, Dylan Thomas, Bob Dylan, y su poemario Tarantula, traducciones de Lorca, Nick Laird, Jack Spicer, St. Vincent, autora de “Masseduction”, Millay, Clarice Lispector, Tamara Kamenszain. Todos hallan cabida en su teoría de la escritura. Nunca se dice directamente, pero el volumen que el poeta comprará por Amazon en otra parte del libro es “La novela de la poesía”, de Kamenszain, reunida por Adriana Hidalgo editora en 2013.
En “la novela de la poesía” que Guillermo Rebollo-Gil escribe, es decir, La guerra de las drogas (plaquette del 2017-2018), las referencias a las parejas de Jessica Jones o de Granduciel repercuten sobre las vidas de Guillermo y su hijo Lucas. No solo por eso, sino porque hay referencias dentro de las referencias, creando una madeja de ecos y puestas en abismo que colocan al “poema-personita” al fondo del espejo barroco. Y sin embargo, el diálogo podría resultar prosaico para algunos, pero no es más que una simulación estética, un trabajo arduo. Allí aparece rodeado de sus contextos y quien lee ingresa a ese vórtice donde lo intertextual repica y dialoga entre bandas, canciones, poemas, películas y novelas gráficas. Esta primera parte es un tratado sobre las influencias, pero no hay ansiedad aquí. Se revelan y se ahilan al tramado de su propio discurso, entrecruzando las relaciones poético-musicales. Los temas producidos podrían ser la paternidad y el amor, pero también la muerte y el dolor. Edna St. Vincent Millay se lee en The Hero, película protagonizada por un vaquero que tiene una hija a quien hubiera querido querer más, y que resulta ser la pareja de Granduciel en la vida real. El nombre de Granduciel se mezcla con el nombre del personaje de la novela gráfica Jessica Jones. Todo esto repercute sobre Lucas, el hijo real del hablante poético. Pero éste es más que un hablante poético; es el padre atribulado porque en la vida futura su “niño no se rompa nunca”. La posibilidad de la elegía concluye esta parte, donde se escenifica la genealogía del “héroe” que no lo es. Tampoco se explican los motivos para que su vida se estimule con alcohol y sustancias controladas. Los poemas proveen una especie de oasis, una invitación al viaje en brazos de Edna St. Vincent Millay (1892-1950) y Jack Spicer (1925-65). Pero en el ámbito de la cultura de las novelas gráficas y las bandas musicales mezcladas con las poéticas de Millay y Spicer, Tamara Kamenszain provee el marco para insinuar que la prosa y la poesía se imbrican, que los versos largos se interrumpen y no necesariamente porque hay hemistiquios, especialmente cuando el próximo verso de la serie “no comienza con mayúsculas” como se estila en la poesía más formal. Acá abundan los nombres propios y las referencias al tiempo que vivimos, y nos sumergimos en una puesta en abismo donde la voz poética se advierte en el fondo, así como las referencias nominativas, la teoría de la poesía y lo meta-poético. No se nombra en vano a Pizarnik y Kamenszain; son figuras tutelares aquí. El sujeto poético se refleja continuamente en las referencias que hace a sus referencias; en la autobiografía colectiva que invoca a su paso. “Alejandra, Alejandra, en dónde estás Alejandra?” Y claro, los destinatarios, Lorca en Spicer y Lucas en Rebollo, hayan secuela en la segunda parte de aquella plaquette, incluida en esta colección, estructurada sobre el apóstrofe. Y Lorca no es Federico ni Lucas es Luke. En realidad, Lorca es un libro de Spicer y Lucas es el nombre de la materia de su amor.
En un artículo previo del 2009 (“Hipótesis sobre cuatro maneras de poetizar”, Revista Iberoamericana) destaco la obra de cuatro poetas boricuas posteriores al 2000 y aludo a la insistencia de Rebollo en teorizar sobre su poesía y contextualizarla mencionando nombres, sitios y objetos culturales: “Acaso no haya un poeta que deconstruya con mayor rigor que Rebollo el lugar del libro y del espectador-lector en la “sociedad del espectáculo”.” Hablaba entonces de su tercer poemario, Teoría de conspiración (2005), donde el poeta se ubica dentro de la clase mediera alta y en contextos urbanos particulares de urbanizaciones con control de acceso para crear ironía precisamente en torno a esos lugares, comenzando con su propia genealogía, la de su padre. Decía entonces que “la conspiración, vocablo proveniente del derecho penal, coloca en la mira a la sociedad puertorriqueña global que se contempla aquí. Un análisis semántico de gran parte de las metáforas recurrentes en el libro yuxtapone la zona de la genealogía familiar con el crimen de cuello blanco, modificando ahora la lectura que podamos hacer de este texto en el registro del delito que permanece impune. La metáfora de la enfermedad (el lupus) en el poeta Gallego halla correspondencia en la metáfora de la genealogía en Rebollo Gil. Este es el pie no forzado de una poética que parte de una deconstrucción de la familia.” En El tiempo es todavía se trata de otro padre que asume el cuidado de su familia centrando en su hijo la apuesta al porvenir y en una vena próxima a Martí (aunque el poeta indica que se halla más cerca de Maelo) escribe un cierto tipo de diario que rastrea los más mínimos movimientos de su hijo y de él mismo, su padre, describiendo las acciones y los afectos que sostienen esa paternidad.
Entonces, aquí se reúnen dos libros. El primero, dedicado a su hijo comienza con una larga cita, casi un relato, que invoca a una banda, una peli, un cantante, una novela gráfica, otra cantante y varios poetas. El nombre del autor figura en primera persona y se llama Guillermo y tiene un hijo que se llama Lucas a quien se dirige epistolarmente, lo apostrofa y es sujeto y objeto del diario donde describe sus primeros días como recién nacido. Se titula “La guerra contra las drogas”, pero realmente Rebollo alude a la banda “War on Drugs”. Las sustancias psicoactivas se relacionan estéticamente con ciertas prácticas de la cultura musical y poética que se van entrelazando a lo largo de los cincuenta (St. Vincent, Dylan Thomas), pasando por Jack Spicer (60), Bob Dylan y la banda (90). En esta primera parte la intertextualidad rezuma un aire de resistencia y activismo. La cronología se entremezcla cuando pensamos en el film antes mencionado dado el papel que la poesía de Edna St. Vincent, la paternidad y la muerte desempeñan allí. Cónsono con la alusión a esta película, hay un aire elegíaco que rodea esta primera sección donde prácticamente se esquematiza una novela en torno a los antecedentes del nombre del niño al considerar la cultura gráfica, musical y poética que forma el sustrato cultural de quien escribe. La segunda parte, El tiempo es todavía, es la negación de la elegía, la oportunidad de la continuación en el tiempo. Una de sus partes más estremecedoras es una lesión, digamos una herida, creada por falsas acusaciones a la figura poética y humana del escritor. Amparándose en las oportunidades que hoy las universidades de la catástrofe le ofrecen a ciertas “víctimas”, hay personas que abusan de los privilegios de los realmente lesionados para atacar a personas, específicamente a profesores y profesoras, que por alguna u otra razón resienten. Así es que se producen las falsas agresiones sexuales, las falsas acusaciones de racismo, las falsas persecuciones políticas. Quienes ocupan los puestos de custodios de la justicia y la igualdad en dichas universidades son los mismos burócratas que desconocen a fondo la situación, convirtiendo el sistema de “igualdad y equidad” en un sistema de abuso, persecución y desigualdad contra profesores y profesoras que le rinden un servicio de calidad a la universidad. Y todo, para evitar demandas a la institución. Los lesionados son acusados por un falso “tribunal” (un panel de adláteres conspiratorios) que no respeta el debido proceso legal (“due process”), asignando sanciones que son castigos, utilizando los medios y el rumor para divulgarlo en una suerte de conspiración sostenida por la mala fe. Apoyados sobre la mentira de acusadores institucionales e individuales, pretenden destruir la vida, la tranquilidad y la sensibilidad de quienes en un momento fueron sus empleados, en un caso, y sus mentores, en el otro. Pero fallan y pierden estrepitosamente ante el gran tribunal de la verdad. Rebollo alude a esa instancia autobiográfica en su poemario de manera magistral y contundente:
Los nombres de las personas que me llamaron
agresor en redes son también los nombres
de aquellos que alguna vez me llamaron
por mi nombre tiraron de mis brazos me
sacudieron fuerte fuerte los hombros me
agarraron por el cuello me dejaron
casi casi sin aire
al abrazarme (47)
Y repasando lo que leía Rebollo sobre las influencias y las menciones que hacía su poesía me di cuenta que el regalo de la escritura cuando una comenta a los poetas y dialoga con ellos es descubrir más poesía. Esta vez descubrí a Jack Spicer y escuché la banda War on Drugs, vi The hero, escuché por vez primera a la magnífica cantante St. Vincent. Y si no hubiera buscado estas referencias me hubiera perdido la música de esta banda con Granduciel viéndose tan bonito cuando se inspira. Gracias, Guillermo. Finalmente me quedo con esta definición de la poesía: “un poema no es superficie plena, sino que contiene muchas capas o niveles. Que los poemas son como personitas en el papel, solo que no hablan el mismo idioma que nosotros. Pero entonces la personita que soy comienza a temblar y comenta —”
28 de noviembre de 2024.