Tengo una bisabuela que es casi un fantasma. Nadie la menciona. De mis parientes vivxs, nadie la conoció. No hay fotos suyas y conseguir información de su historia, es casi una investigación detectivesca. Se llamó Francisca Esquilín Donis (1881-?). Era mi bisabuela materna, por parte de mi abuelo Fabián (1910-1973). Era lavandera, jefa de familia y mulata.
Ahí el detalle. Ser negra y pobre a principios del siglo XX en un barrio rural de Trujillo Alto, era sinónimo de invisibilidad. El racismo rampante que sigue dominando la sociedad boricua. Esta es una historia casi arqueológica de la familia. Contarla ha sido el resultado de ir destapando, insistentemente datos. Una reconstrucción que también ha ido haciendo mis primas Rivera-Ballester Karen y Rosana Rivera, desde Florida.
Lo escribo y duele. Lo escribo y siento que saco un trauma viejo del pecho. Por el color de su piel y su estatus social, mi abuelo y mis tíos no fueron reconocidos por Juan Manuel Díaz, padre biológico de sus 4 hijos. Mi bisabuelo nació en el 1864. Si poco sé de Francisca, menos sé de mi bisabuelo blanco.
Aparentemente me conecta con un primo lejano que admiro, el escritor trujillano Emilio Díaz Valcárcel (1929-2015) y la primera alcaldesa de Trujillo Alto, Isabel Díaz de Díaz (1906-1971). Pero eso es otra historia a hilvanar. Voy con Francisca.
Como Juan Manuel no reconoció a sus cuatro hijos, Carmen, Fabián, Martín y Ramón, toda la cepa fue bautizada con el apellido materno, Esquilín. Francisca no sabía leer ni escribir, pero levantó una familia. Fue trabajadora y limpia. Dos valores que mi abuelo Fabián siempre repitió.
Una de mis primas mayores, Judy Esquilín, recuerda que mi tío Martín le hablaba del hermoso pelo largo de su madre. Que era bella. Yo la imagino alta, flaca y de ojos buenos. Pero quiero saber más sobre ella, quiero encontrar una foto de Francisca. Verle los ojos. Publicarla, dibujarla, pintarla. Honrar a una mujer poderosa que levantó una familia desde el barrio Puto de Trujillo Alto. Así le llaman al sector, cerca de la represa Carraízo.
Como no he podido dar con su foto, hace unos meses, comencé a bordar un retrato textil de mi cara y me salió ella. Con un turbante y un sol violeta sobre su cabeza.
Sé que me mira desde algún punto y espera que cuente su historia. Aquí voy dando mis primeros pasos. Imagino sus manos limpias lavando en el río, su corazón valiente poniendo su apellido a una tribu de hijes saltarines. La veo caminar derecha por el barrio, con la cabeza alta, así como en mi retrato textil, con un sol violeta alumbrándole los pasos.La sigo.