Especial para En Rojo
0.
“Es perfectamente consistente con el espíritu del marxismo”, dice Fredric Jameson, “con el principio de que el pensamiento refleja la situación social concreta, el que haya diferentes marxismos en el mundo hoy día, cada uno respondiendo a las necesidades específicas de su propio sistema socioeconómico” (Marxism and form, p. xviii). Quizás por eso sea útil hacer referencia a la atmósfera intelectual en la que se inserta su obra.
1.
Cuando, en el 1971, publica Marxism and form, un libro de ensayos sobre distintos pensadores de la teoría literaria marxista, intencionado para el público y la academia estadounidense, se refiere en su prefacio a un ambiente que no ha permitido conocer las grandes obras de la teoría literaria marxista por el anticomunismo que ha caracterizado los intentos de difundir estas ideas y por “la ausencia de una cultura marxista genuina en los círculos académicos”. A eso se le añade, en el mundo anglosajón, una tradición filosófica y de pensamiento alejada de la dialéctica, dominada por “una mezcla de liberalismo político, empirismo y lógica positivista” (p. x). “Totalidad” era casi una palabra vulgar en ese contexto.
Quizás, por eso, el carácter tan obstinadamente hegeliano de Fredric Jameson. Probablemente desde György Lukács no surgía un marxista que insistiera continuamente y explícitamente en la lógica hegeliana para llevar a cabo sus aproximaciones marxistas a un fenómeno dado. Dicho en sus propias palabras: “He asumido la posición de que, en realidad, Marx incluye a Hegel” (Marxism and form p. xv). Y, quizás, haya algo que explique esta obstinación hegeliana en ambos pensadores: la necesidad de cada uno, en su propio contexto, de puntualizar la dialéctica como una exigencia del pensamiento, y, más todavía, del pensamiento marxista. En el caso de Lukács, ante el materialismo vulgar del marxismo de su época; en el caso de Jameson, ante el desconocimiento de la dialéctica, o incluso del ataque hacia la dialéctica, en los círculos académicos anglosajones. No hay marxismo sin dialéctica, sin método dialéctico, y en ella, diría Lukács, estriba la ortodoxia marxista.
Jameson insistirá en que “mayormente, y con particular fuerza en los Estados Unidos, el desarrollo del capitalismo monopólico posindustrial ha conllevado un ocultamiento en aumento de la estructura de clase a través de técnicas de mistificación practicadas por los medios y particularmente por la publicidad. En términos existenciales, esto quiere decir que nuestra experiencia ya no es plena [whole]…” (Marxism and form p. xvii). Por eso, la necesidad de desarrollar una práctica teórica marxista en la literatura. “De alguna forma, y es tarea de la teoría marxista determinarlo de manera más precisa, la literatura juega un papel central en el proceso dialéctico. Añado que el terreno cerrado de la literatura, la situación experimental o de laboratorio que presenta, con sus problemas característicos sobre la forma y el contenido y de la relación entre la superestructura e infraestructura, permite un microcosmos privilegiado en el que observar el pensamiento dialéctico” (p. xi).
Se trataba, como explica Terry Eagleton, de una tradición marxista “ideológica”, en el sentido en que analiza “la ideología de la forma”, es decir, “la apuesta de que es posible encontrar la historia material que produce una obra de arte” y de que esta historia material se encuentra “de alguna manera inscrita en el propio tejido y estructura [de la obra], en la forma de sus oraciones o sus juegos desde las perspectivas narrativas, en su selección de esquema métrico o sus prácticas retóricas” (Marxism Literary Theory, p. 10-11). O, siguiendo las palabras de Manuel Samaja, refiriéndose a Lukács, se trata de “la comprensión del arte como una forma de la autoconsciencia del ser social, como un modo del reflejo intelectual de la historia humana en el cual el ser humano se comprende a sí mismo, y por tanto como un momento ideal de su emancipación” (“Lukács, la alienación y los problemas de la sociedad capitalista”, Jacobin).
Por eso, su insistencia en el estilo, y su defensa de él: “cualquier descripción de un fenómeno literario o filosófico – si fuese a ser verdaderamente completa – tiene como obligación última lidiar con la forma de la oración independiente, dar cuenta de su origen y formación” (Marxism and form p. xii). Pues, para Jameson, la dificultad de cierta escritura, sobre todo aquella asociada con el método dialéctico, pudiera dar fe de la seriedad que se le debiera dar a pensar; por otro lado, la escritura fácil pudiese ser parte de una ideología, a su vez, fácil, en que cosas complejas se simplifican, de manera oportunista. “¿Y qué si, en un periodo de sobreproducción de material impreso y de proliferación de los métodos de lectura rápida, se quisiera que el lector leyera rápido a través de una oración de tal manera que saludara una idea prefabricada, sin esfuerzo alguno, sin sospechar que el verdadero pensamiento exige el descenso hacia la materialidad del lenguaje y un consentimiento con el tiempo mismo en la forma de una oración?”. La dificultad de la manera de escribir “pudiera ser una advertencia para el lector, sobre el precio a pagar para pensar genuinamente” (p. xiii).
“Siento”, dice, “que el método dialéctico se adquiere únicamente a través del trabajo concreto sobre el detalle, a través de una experiencia interna de construcción gradual de un sistema de acuerdo a su necesidad interna” (Marxism and form p. xiii). ¿Qué implica este posicionamiento en un contexto en el que la escritura académica y la exposición de ideas haya asumido como modelo el discurso científico-positivista? Uno de abierta confrontación.
“Parte de las tareas de la intelectualidad socialista”, dice Eagleton, “consiste en preservar preciadas tradiciones, que en gran medida es más un trabajo de reflexión que de acción” (Marxism Literary Theory p.12). Jameson desarrolló su pensamiento en un momento de reflujo del socialismo en los Estados Unidos, muy distinto a lo que ocurrió luego de la Revolución cubana en América Latina, luego del cisma que produjo el 1968 y que representó un resurgimiento del marxismo en Europa y luego de la victoria de Vietnam en Asia. Si bien se le ha criticado a Jameson su identificación abstracta del sujeto colectivo y revolucionario, también es cierto que su contexto, en el momento, no le daba mucha salida, más allá de apoyar esfuerzos externos, sobre todo en el llamado Tercer Mundo, y, por supuesto, pensar. “No es culpa de la izquierda”, dice Eagleton, “que se la haya desprovisto de un espacio político, y es preferible que ideas radicales sobrevivan en un sillón a que se entierren totalmente” (p. 12).
Si en este momento de depresión del pensamiento marxista y dialéctico en los Estados Unidos, Jameson se hubiese limitado a preservar esta tradición, igual habría tenido un espacio importante para la izquierda, pero nos encontramos lejos de eso. Desarrolló la teoría literaria marxista, primero, y luego la teoría cultural marxista, en general, en una producción de pensamiento que abarca más de cinco décadas de obras. Se hizo un pensador imprescindible, incluso en un contexto dominado, consciente o inconscientemente, por el anticomunismo, si bien la crisis mundial del capitalismo en el 2008 haya roto con el ensordecedor conservadurismo del fin de la historia.
2.
En dos escritos posteriores, abordaremos las aportaciones metodológicas de Jameson, en The Political Unconscious. Narrative as a Socially Symbolic Act, por un lado, y en su magno proyecto de múltiples volúmenes, The Poetics of Social Forms. Sin embargo, algunas palabras se deberían traer sobre la manera en la que Jameson, sin caer en eclecticismos, incluye en su metodología las aportaciones teóricas de otras tradiciones, proponiendo el marxismo como una totalidad dialéctica englobante y que a la vez las trasciende.
En The Political Unconscious, propone una aproximación teórica hacia la literatura que permite “medir el rendimiento y la densidad del acto interpretativo marxista a contrapelo con otros métodos interpretativos – el ético, el psicoanalítico, el mítico-crítico, el semiótico, el estructural, el teológico – contra quienes tiene que competir en el ‘pluralismo’ del mercado intelectual de hoy”. Sin embargo, el marxismo no es sencillamente una mercancía intelectual más, siguiendo su metáfora, sino una que, por su método, acoge las mejores aportaciones suyas y las trasciende. Una característica de Jameson es que nunca rechaza del todo manifestaciones teóricas o culturales, sino que busca entenderlas y rescatar lo mejor de ellas. Dice: “Yo argumento aquí la prioridad del marco interpretativo marxiano en términos de su riqueza semántica. El marxismo no puede defenderse como mero substituto de otros métodos, que entonces se consignarían de manera triunfal al cenicero de la historia; la autoridad de estos métodos surge de su consonancia fidedigna con esta o aquella ley local de una vida social fragmentada, este o aquel subsistema de una superestructura compleja. En el espíritu de una tradición más auténticamente dialéctica, el marxismo aquí se concibe como un ‘horizonte trascendental’ que subsume estas operaciones críticas aparentemente antagónicas e inconmensurables, asignándoles sin lugar a duda un valor sectorial en sí mismas, y a la vez cancelándolas y preservándolas” (10).
Más adelante, concluye, en modo similar, sobre otro cisma de los estudios literarios: “Estas dos tendencias – teoría e historia literaria – tan a menudo se han entendido en el pensamiento académico occidental como rigurosamente incompatibles que es importante recordarle al lector, en conclusión, de la existencia de una tercera posición que trasciende a ambas. Esa posición es, por supuesto, el marxismo, que, en la forma de la dialéctica, afirma una primacía de la teoría que es a la vez el reconocimiento de la primacía de la Historia misma” (14).
3.
Señalar el carácter específico de la atmósfera intelectual en la que Jameson se insertó, no por eso le resta “universalidad” a su trabajo teórico. Sobre todo sus aportaciones metodológica en los dos proyectos mencionados anteriormente (The Political Unconscious y The Poetics of Social Forms) han sido de una influencia decisiva en el campo cultural más allá del espacio anglosajón.
Sin embargo, hay que señalar que, por el desafortunado carácter mimético (colonizado) de una parte importante de la academia puertorriqueña, la obra de Jameson nos es más cercana de lo usual, pues fue, también, un arsenal contra ese propio pensamiento fragmentario y antidialéctico de Estados Unidos que se importó en nuestros círculos. Esto se evidenció de manera más clara en su crítica al postmodernismo, en Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism. Siguiendo la tradición hegeliania y marxista, Jameson busca hacer una crítica, no desde afuera, sino desde el interior de las propias producciones culturales postmodernas: decía Hegel en la Introducción a La fenomenología del espíritu que, para refutar un concepto, no se le ataca, sino se le expande en su propia lógica hasta que él mismo quiebre.
Lo que predominaba en la época en que redactó los ensayos que se incluyen en su libro publicado en el 1991 era el entendimiento de que una nueva era, llamada muchas veces “postindustrial”, implicaba una ruptura con la era “moderna” anterior. Jameson, sin embargo, hace, explícitamente, un ejercicio similar al que llevó a cabo Ernest Mandel en El capitalismo tardío. Mandel no niega las transformaciones ocurridas en la economía y en la sociedad en el siglo XX; sin embargo, las analizaba, más que como una ruptura con el capitalismo, como una nueva “fase”, la tercera fase de este sistema de producción, siguiendo a la fase del capitalismo de mercado y la del capitalismo monopólico (o imperialismo). A esta le llamaría, a falta de mejor nombre, “capitalismo tardío”. La lógica del capital, en lugar de perder vigencia, se hace todavía más pura en esta fase.
Lejos de la arrogancia que caracterizó el afán de los movimientos con etiquetas como “neo” o “post”, que presuponen una superación histórica y teórica de estructuras previas, Jameson señala que el postmodernismo es la lógica cultural del capitalismo tardío y, desde enfoque, puede analizarse, a pesar de su heterogeneidad. Así, la pérdida de historicidad, la absorción de la producción cultural al mercado y al híper fetichismo, el paso de la parodia al pastiche, la permanencia en lo superficial, más que rupturas, son la expresión de la profundización del capitalismo en nuestra sociedad. Por otro lado, no es el único camino, sino solo el que mejor se adecúa al sistema actual: “La concepción del postmodernismo que bosquejo aquí”, dirá Jameson, “es histórico más que estilístico”. En ese sentido, el postmodernismo “es un estilo entre muchos posibles, y uno que parece acoger la cultura dominante de la lógica del capitalismo tardío” (45,46). El marxismo, por tanto, no dejó de ser una herramienta para analizar las producciones culturales. Por el contrario: se hace más necesaria.
Como buen dialéctico que es, además, el estudio profundo de la producción cultural posmoderna implica, también, no un rechazo total, sino una búsqueda para trascenderla. La crítica moral, dice Jameson, no ayuda mucho – la celebración de lo que implica “es, seguramente, inaceptable”, dice (p. 46). Pero el capitalismo es un sistema económico moralmente deplorable, también, y es el creador de la zapata de donde pudiera producirse el socialismo. Así, hay que ver a la cultura posmoderna simultáneamente “de manera positiva y de manera negativa” (p. 47). Si es cierto que la cultura ha sido absorbida por completo por el mercado, ¿no querrá decir esto, también, que la cultura ahora atraviesa nuestra vida como nunca antes? ¿No abre una nueva manera de relacionar el arte con la pedagogía? Si bien tantea algunas propuestas culturales más bien abstractas, no deja de ser un pensamiento provocador, que nos fuerza, como mínimo, a pensar seriamente si fuésemos a refutarlo.
Jameson llegó a venir a Puerto Rico. Dio una conferencia en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, durante la década del 1990, posterior a la caída del Muro de Berlín y en el momento en el que el posmodernismo en la academia puertorriqueña estaba en su auge (las modas suelen llegar tarde acá). La conferencia, dicen, tenía que ver precisamente con la insistencia de Jameson en que el marxismo se enfrentara al posmodernismo y sus posiciones, en la medida en que se buscara entenderlas. En una sala abarrotada de personas, y con la intelectualidad de la ideología contraria presente, que arrojó al marxismo al zafacón de la historia, la conferencia, en lugar de abrir espacio al debate, fue respondida con la nada. Sencillamente, los portadores de las ideas que combatía Jameson mantuvieron silencio.
Poco después, Perry Anderson vendría a la isla. Su posición fue algo distinta a la de Jameson: el posmodernismo es una teoría muerta; ya en Europa, donde se originó, ha decaído, por lo que no vale la pena dedicarle tiempo y hay que seguir adelante. Cuál de las dos conferencias irritó más a la intelectualidad académica, difícil saber.
4.
A diferencia de muchxs, nunca conocí ni vi en persona a Jameson. Era muy joven para haber asistido a su conferencia en la UPR, y tuve la mala suerte de no poder coincidir con él cuando yo estudiaba en la Universidad de Chicago y fue a dar una conferencia sobre Pride and Prejudice de Jane Austen. Confieso, incluso, que ni me había dado cuenta de su legado en mí, hasta su muerte, el pasado 22 de septiembre. Resulta que Jameson, como fantasma que recorre la tradición intelectual y política a la que me adhiero, formaba parte ya de mi pensar, un tipo de inconsciente político con el que no tengo problemas para convivir. Ese domingo, mi mañana y mi tarde se paralizaron ante la noticia, y me ha conducido a regresar a sus páginas, tarea no concluida y que espero rendirá frutos en los escritos ya anunciados.
Solo un pensamiento me consuela: que no murió a destiempo. “¡Siempre historiza!”, mandató Jameson al inicio de The Political Unconscious, y eso mismo debemos, como él, hacer, sin mirada nostálgica ni moralizante. Por eso, el título de este artículo. Jameson fue una figura necesaria, urgente, en un momento de enorme refluida del pensamiento dialéctico, revolucionario, en el mundo anglosajón. La crisis mundial del 2008, por otro lado, ha provocado una ruptura en la hegemonía neoliberal, ha producido grandes polarizaciones. Si bien no ha habido, como en otras épocas de crisis, un resurgir del pensamiento marxista, la crisis en sí necesariamente le abre paso a este resurgir, en la medida en que el análisis marxista se hará cada vez más urgente, también, para enfrentar los grandes retos económicos (recesiones) y políticos (la nueva derecha y el ascenso del fascismo) de nuestra época histórica. La muerte de Jameson marca, sí, el fin de una época, pero también hace evidente la necesidad de nuevos pensadores, con praxis distintas pero partiendo de la misma tradición y con una misma insistencia en la viabilidad de las utopías y de la transformación social.