Hacia una estética arrabalera: Acercamiento a un libro de Edwin Quiles

 

 

Especial para En Rojo

Desde que llegó a mis manos sabía que era este un libro que tenía que leer con urgencia, pero con gran atención.  Y así fue: tan pronto terminé con un trabajo prometido y con fecha límite que me ocupaba, comencé a leer ¡Mi amor, tenemos casa! (San Juan, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2024) del arquitecto y planificador urbano Edwin Quiles Rodríguez.  Este libro estudia la formación de los llamados arrabales en San Juan, especialmente en Santurce.  Y su lectura me lleva a escribir estas páginas.

¿Por qué me atrevo a escribir sobre un libro que parece caer en un contexto intelectual al que supuestamente no tengo permiso de entrada?  ¿Qué tengo que decir sobre un libro que investiga el desarrollo urbano de San Juan, fijándose en lugares hoy emblemáticos como El Fanguito, Tras Talleres y Barrio Obrero?  Alguien que adopte una rígida demarcación en las áreas de investigación y en las disciplinas académicas dirá que no debo comentar el libro de Quiles porque no soy ni arquitecto ni planificador urbano.  “Zapatero a tu zapato” me dirán o, mejor, ya por otros supuestos comentarios míos, me han dicho.  Para esos vigilantes de las demarcaciones disciplinarias sólo puedo comentar un texto literario, nada más.  Pero siempre he creído que mis zapatos son los libros, no importa su tema.  ¡Soy lector y con orgullo lo declaro! Por supuesto, no creo que pueda comentar como especialista cualquier texto.  Pero Nilita Vientós Gastón me enseñó, en teoría y con su práctica, que uno se puede acercar a cualquier texto sencilla y honestamente como lector y que todo lo humano está abierto a quien se acerque a ello con curiosidad y honradez, sea lo que sea o lea lo que lea.  Así, pues, como mero lector y no como especialista en el campo del urbanismo y la arquitectura, me acerco a este libro.

Pero el libro se abre a cualquier lector porque el mismo adopta un acercamiento humanista y, a veces y sin quererlo, apunta a campos intelectuales y estéticos que les dan la bienvenida a lectores de otras disciplinas.  Es que este libro se presta a muchas lecturas; hasta invita e induce a ellas.  Así es porque, a pesar de las eruditas citas a historiadores, sociólogos y antropólogos y a las abundantes pruebas basadas en tablas de porcentajes sobre incrementos poblacionales u otros importantes cambios sociales, este es un libro que se abre a cualquier lector interesado porque esas pruebas y esas citas no sirven para negarle acceso a quien abra sus páginas.  Al contrario, invitan a la lectura y el comentario.  Además, el libro adopta un refrescante acercamiento que rompe con las rígidas fronteras de las parcelas académicas.  Este libro nos invita a entrar en él como lo hubiera hecho una hospitalaria vecina del arrabal, como una de las habitantes de las improvisadas y humildes casas construidas en Hoare, en Alto del Cabro o en el Gandul.

¡Mi amor, tenemos casa! – apunto de entrada que no me gusta el título, ya que no me parece apropiado para el contenido del libro – está escrito de manera amena; no nos enfrentamos a un pesado ladrillo académico.  No sólo Quiles cita a literatos consagrados – Neruda, García Márquez, Lloréns – para apoyar sus ideas, sino que él mismo emplea frecuentemente un lenguaje poético para describir el arrabal: “Las maderas de las pasarelas, las paredes, el techo y el piso dormían inquietos, retozando y crujiendo como si se tratara de los huesos de un cuerpo en crecimiento.” (Página 140)   Pero esas descripciones de tonos poéticos no niegan ni ocultan la dolorosa realidad de la vida en el arrabal donde reinaban “la fiebre amarilla, la anquilostomiasis, la mala nutrición y las enfermedades de la piel por bañarse en las aguas pútridas del Caño”.  (Página 140)   Además, al tono poético que marca muchos pasajes del libro hay que sumar las narraciones del propio autor u otras basadas en las múltiples entrevistas que les hizo a quienes habían sido moradores de los arrabales, narraciones que también le dan al libro un tono literario ya que se acerca al testimonio, género tan popular en nuestros días.

Son múltiples y muy diversos los acercamientos que este libro nos permite y hasta nos propone.  Por ejemplo, si nos fijamos en las citas a otros estudiosos del tema – Helen Safa, Jorge Duany, Rosa Vanessa Otero – se podría delinear con ellas una breve historia de los estudiosos que han investigado el tema.  O si nos fijamos en las referencias a las muestras de compromiso con los habitantes de los arrabales que manifestaron entonces los partidos de izquierda, especialmente el Partido Comunista Puertorriqueño, podríamos trazar otra distinta historia.  Así mismo, si nos fijamos en las referencias a la música, el cine y la literatura que ha tratado el tema del arrabal – curiosamente nunca se menciona el cuento arquetípico sobre el tema: “En el fondo del caño hay un negrito” de José Luis González, ni La carreta de René Marqués – podríamos construir otra línea, la del desarrollo del tema en las artes.  Curiosamente también están ausentes de esa posible línea los cuadros y grabados de Carlos Raquel Rivera, Rafael Tufiño y Myrna Báez quienes tan efectivamente retrataron ese mundo.

De todas las ramificaciones del tema que Quiles nos brinda me atrajo más que otras su definición de la estética que domina las contrucciones y la vida misma del arrabal, lo que podríamos llamar la estética arrabalera.  Parecerá a primera instancia contradictorio y hasta ofensivo pensar en tal corriente, pues la estética la asociamos  usualmente al refinado mundo de la llamada alta cultura.  Pero no es así y Quiles, con una aguda y penetrante mirada, descubre que en ese mundo de pobreza y de injusticia que imponen las circunstancias sociales a los habitantes del arrabal está presente una estética, a veces accidental y otras muy bien pensada.  Veamos un poco más detalladamente lo que al respecto Quiles nos dice y por qué postulo que se puede trazar esa línea sobre el pensamiento estético en el texto.

En el capítulo 4, titulado “La fundación de los arrabales: estrategias para la construcción clandestina”, hallamos las principales claves para el tema que me interesa, aunque todo el libro está salpicado de ideas al respecto.  En primer lugar, Quiles parte de que los humanos construimos nuestro ambiente con “deseos, sudor, encanto, dolor, frustración, […] alegrías, historias y marcas que dejamos…”. (Página 111)   No lo construimos únicamente con acero, mármol, cristal y cemento y, sobre todo, no importa si otros no consideran nuestra construcción como algo válido, de cuantía artística y digno de apreciarse.  Por ello el acto fortuito, la improvisación y la urgencia pueden reflejar esa estética arrabalera.  Esto lo lleva a una visión esperanzadora de este mundo que usualmente se ve como negativo:

El arrabal era un mundo entre haciéndose y deshaciéndose.  Un mundo cuya génesis era lo roto, obsoleto y destruido, sometido a la imaginación y la                                    capacidad de construcción de los alarifes de la precariedad.  (Página 112)

Los constructores del arrabal son alarifes o arquitectos que parten de lo precario, de lo hallado, de lo rescatado, de lo que otros descartan para crear su mundo, mundo que, a pesar de lo que otros digan, está basado en una estética propia.

La estética que aquí se describe tiene paralelismos con la que Carlos Monsiváis, a quien en varias ocasiones Quiles cita, halla en la Ciudad de México y con la que propone en muchos textos Luis Rafael Sánchez particularmente en su estética de lo soez.  A Sánchez Quiles nunca lo cita, pero, para evidenciar los paralelismos entre ambos, recordemos su brillante ensayo “Otra canción desesperada” (2004), donde a partir de un grafito que halla en una pared pública justo a la entrada del Caño de Martín Peña Sánchez demuestra que la poesía, la buena poesía, también se puede encontrar en el arrabal y esta puede rememorar y hasta reescribir un poema de Neruda.

Si se me permite una nota erudita, apunto que esta estética arrabalera es la que los teóricos franceses, especialmente el antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss, llaman “bricolage”.   Esta es una estética accidentada que se vale para crear de lo que se tiende a mano.  Para muchos el “bricolage” es una falta de principios estéticos, pero para observadores capaces de ver más allá de lo aceptado por la clase dominante, esta es una forma válida, efectiva y reivindicadora de crear.  Piensen, por ejemplo, en las piezas de Nick Quijano construidas con chancletas y otros objetos hallados en la playa de La Perla; eso es “bricolage”, aunque es la creación de un artista educado y consciente de los fundamentos estéticos de su obra.  El “bricolage” del arrabal es más espontáneo y hasta inconsciente.  Pero Quiles reconoce su valor y así lo establece, aunque nunca emplea el erudito término que tiene un fuerte y repelente – para algunos – tufillo académico.  Por ello establece muy claramente el carácter de esa estética que parece no caber dentro del campo de las artes: Por esa capacidad de juntar formas, texturas y colores, por tomar distintas referencias para crear su propio mestizaje, la arquitectura de los arrabales parece  asomarse, como dijo Alejo Carpentier, al barroquismo. (Página 114)

Quiles nos ofrece desde muy temprano en su libro una imagen abarcadora del arrabal desde esa perspectiva estética y por ello así lo define.  Para él, el arrabal es[j]unte de piezas diferentes desde donde se fragua una estética funcional y                                   barroca, producto de la mezcla y la combinación atrevida e inevitable de texturas,          superficies y geometrías muy cercanas a veces a la fantasía y el “desorden.  (Página 24)

Fantasía, desorden, compromiso social, cultura popular, “bricolage”, mestizaje, en fin, barroquismo: quien me conoce se dará cuenta de inmediato por qué me interesa este importante libro.

Pero que quede bien claro: esta exploración de la estética del arrabal no es una glorificación de la pobreza ni de la injusticia social.  Es, en cambio, un intento de hallar valores y fuerzas en lo que para otros es algo despreciable, sin valor, sin sentido estético.  Carpentier, Monsiváis, Sánchez y Quiles no tapan la injusticia social con una capa de erudición ni de juego intelectual, ni de falso refinamiento sino que hallan, en lo que otros descartan por inservible, rasgos que parecen paradójicos, contradictorios y que, en el fondo, sirven para redimir lo que la sociedad establecida desprecia.  Hallan en lo que otros descartan una obra con un fundamente estético, con un significado intelectual y con un propósito político.

Apunto aquí una línea de pensamiento y de argumentación que hallo en el libro de Quiles.  Ya decía que como lector me acerco a todo texto que leo desde una perspectiva personal.  Esto no quiere decir que crea que la mía sea la única manera de acercarse a cualquier libro o a este en particular.  Dado que el de Quiles es muy rico en información, en ideas y en propuestas, cada lector puede leer al mismo de una manera distinta, diversa a la que aquí propongo.

Esta es mi manera de entender, en gran medida, ¡Mi amor, tenemos casa!.  Mi acercamiento justifica que también pueda yo comentar un libro de un arquitecto y planificador urbano.  Toda lectura puede ser amplia, pero ninguna es ajena.  Así es especialmente cuando nos acercamos a un texto tan rico y sugerente como este de Edwin Quiles.

 

 

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