Especial para CLARIDAD
En su edición del 29 de septiembre de 1932 el periódico El Mundo ofreció una descripción inicial del impacto devastador del huracán San Ciprián en Puerto Rico. El rasgo distintivo de este meteoro fue la concentración de su efecto destructor a largo de la ladera norte de la Cordillera Central, así como en la costa de Fajardo a Aguadilla. El sur y el oeste del país apenas sufrieron daños. Mientras que los cultivos de café y frutas fueron arruinados por entero, la caña de azúcar, por estar concentrada en el sur, sufrió daños menores. El sistema de riego, por ejemplo, no experimentó problemas. De hecho, en 1932 el valor de las exportaciones de azúcares no refinados en la isla alcanzó un nivel extraordinario, sobrepasando los 55 millones de dólares. Pero las exportaciones de frutas y café cayeron estrepitosamente. El Gobierno federal se rehusó a ayudar. Las escuelas públicas se convirtieron en refugios para la población afectada. En Nueva York y Boston la diáspora organizó actos de recaudación de fondos de emergencia, casi siempre en la forma de conciertos. La Cruz Roja también prestó ayuda. Mientras tanto, los bancos extranjeros aceleraron la expropiación de hogares y las fincas pequeñas. El imperio buscó, en medio de la dificultad creada por San Ciprián, agudizar la penuria y dependencia de la población. Faltaban pocas semanas para las elecciones generales del 8 de noviembre de 1932.
El nacionalismo ante la crisis creada por el ciclón, Parte II, por Manuel Rivera Matos
En mi primer artículo comentaba la primera medida sugerida por el Partido Nacionalista para que la Legislatura en su sesión extraordinaria decrete una moratoria legal de la deuda pública, a fin de que el país destine ese dinero a su propia rehabilitación sin necesidad de recurrir a las limosnas imperiales. Hay que desistir del criterio de mendicidad que informa a nuestros políticos y remediar los infortunios colectivos de la patria con las fuerzas económicas que aún restan a la nacionalidad. Combatía, asimismo, la política de los empréstitos porque representa una nueva hipoteca sobre el país y recargaría el peso contributivo que hoy asfixia al contribuyente nativo. La idea del empréstito la apoya el gobierno interventor porque conviene a los financieros imperialistas de Estados Unidos ya que el dinero que prestan se reinvierte nuevamente a sus arcas, debido a que somos tributarios forzosos de su mercado.
La segunda medida rehabilitadora que propone el Nacionalismo al efecto es la siguiente: “Se impone el levantamiento inmediato de las restricciones aduaneras que imposibilitan la entrada de gasolina, maquinaria, productos alimenticios, medicinas, y materiales de construcción no procedentes de Estados Unidos de Norteamérica. Estas restricciones las ha impuesto el poder interventor norteamericano para monopolizar nuestro mercado, monopolio que le está costando la vida económica a Puerto Rico.”
La esclavitud económica la advierte un pueblo cuando sus aduanas son controladas por un poder extranjero. El imperio retiene siempre el poder arancelario que regula la vida económica de los pueblos para imponer sus mercaderías y suprimir la competencia internacional en el mercado de la nacionalidad oprimida. Tal es el caso trágico de Puerto Rico durante la presente intervención norteamericana. Cuando las tropas yanquis ocuparon el territorio nacional, Puerto Rico por virtud de la Carta Autonómica que le otorgara la Madre Patria podía legislar en materia de aranceles. Este derecho que define la soberanía de un pueblo le colocaba en condiciones de concertar tratados reciprocidad comercial con potencias extranjeras y abrir su mercado a la competencia del mundo. La primera obra humanitaria de Estados Unidos fue destruir ese privilegio al revocar la Carta Autonómica con el propósito imperialista de ejercer un monopolio exclusivo sobre nuestra vida económica y aislar nuestras relacionas comerciales con el resto del orbe, lo cual le ha costado al país una formidable suma de millones y es la causa matriz de su pobreza. Esta condición esclavista hace que el jíbaro nuestro que gana el jornal del hambre pague por los productos de primera necesidad los mismos precios que pagaría el millonario de Wall St.
Como somos compradores forzosos de sus mercaderías Puerto Rico se ha convertido en el zafacón del mercado norteamericano. Los productos de calidad procedentes de otras naciones adquieren en nuestro país un precio subido debido a la guerra arancelaria que le hace Estados Unidos en Puerto Rico. Y este aislamiento económico nos obliga a consumir por la fuerza muchas mercaderías que no tienen salida en ningún mercado.
Roto temporalmente él férreo grillete de las restricciones aduaneras ese depósito de cinco a seis millones que se destina para la amortización de la deuda pública duplicaría o triplicaría su valor adquisitivo. Comprando los alimentos, materiales de construcción y medicinas en los mercados más baratos se promovería la obra rehabilitadora del país con menos egresos para el sufrido pueblo de Puerto Rico.
El Nacionalismo quiere darle una oportunidad al poder norteamericano para demostrar su cacareada protección. Ellos tienen la obligación de “aflojar las amarras” como muy bien afirmó “El Imparcial” si realmente velan por nuestro bienestar. Sabemos de antemano que esa medida protectora no se otorgará, pero la Legislatura tiene la iniciativa de fijar responsabilidades y desatar el nudo gordiano de nuestra explotación económica. Otra medida de emergencia que contiene el trascendental documento del Partido Nacionalista es la siguiente:
“El hogar debe estar libre de ejecución por falta de pago por contribuciones, y debe ser nula toda contratación que permita la ejecución de deudas personales o hipotecarias. Esta exención debe extenderse a una cantidad que no exceda de cuatro mil dólares.”
“Puerto Rico está padeciendo un gobierno interventor, que es el único poder en la tierra que se atreve a poner en pública subasta el hogar de los ciudadanos que dice querer proteger.”
Proseguir la ejecución de hogares por razones contributivas es acentuar él nomadismo del pueblo portorriqueño que a la pérdida de las tierras no resiste la pérdida de los hogares. Antes del ciclón nos acongojaba la lista trágica de las viviendas puestas en ejecución por pequeñas sumas de dinero. Son muchos los hogares destruidos por esta catástrofe, y el gobierno no puede continuar la obra ciclónica del San Ciprián rematando hogares en pública subasta. Destruir el hogar es destruir la patria. Tolerancia gubernamental exige la angustiosa situación que padece nuestro pueblo hasta tanto las cosas tornen a su normalidad. Las contribuciones son excesivas, el trabajo escasea y no hay dinero en circulación. Actuar de otro modo sería acrecentar la legión de los desamparados que son la mayoría, los cuales no tendrían ni suelo para extraer su subsistencia, ni techo para amparar su desagracia.
La hora amarga que sufre el país reclama que el poder norteamericano haga una tregua cristiana en su obra demoledora, y garantice la protección de los débiles que no son culpables de su agonía.
*El Mundo, 17 de octubre de 1932, pp. 2 & 4. Los artículos reproducidos en esta serie son de la autoría de Manuel Rivera Matos, miembro de la Secretaría General del Partido Nacionalista de Puerto Rico.