Especial para CLARIDAD
La noche del 26 de septiembre de 1932 Puerto Rico fue azotado por el ciclón San Ciprián. El meteoro entró por el noreste de la isla, y siguió un curso “culebreado” por toda la costa norte, desde Fajardo hasta Aguadilla. Los daños económicos y humanos fueron considerables. Más de 10,000 hogares fueron destruidos, con lo cual 75,000 personas quedaron sin hogar. Las pérdidas materiales fueron calculadas en $40 millones sobre todo en los cultivos frutales y de café. Las muertes inmediatas pasaron de 300.
Ante la gravedad de la crisis, el gobernador Beverley solicitó del gobierno federal el envío a la isla de 5,000 tiendas de campaña, 30,000 catres y 30,000 mantas. El Departamento de Guerra se negó, pues el ejército estadounidense necesitaba esos suministros para enviarlos a “varios países de América del Sur, en que han estado desarrollándose en gran escala operaciones militares”. Alternativamente, se le ofreció a la Legislatura de Puerto Rico que pidiera un empréstito de $14,000,000 amortizable con un impuesto sobre la gasolina.
El Partido Nacionalista se opuso y sometió un memorial a la Legislatura con propuestas para solucionar la crisis sin endeudar más al país. Rafael Rivera Matos, de la dirección del partido, lo resumió en tres artículos que aparecieron en el periódico El Mundo los días 11, 17 y 19 de octubre de 1932.
El nacionalismo ante la crisis creada por el ciclón, Parte I, por Manuel Rivera Matos
Los partidos políticos han enmudecido ante la pavorosa crisis creada por el reciente ciclón, prosiguiendo con pasmosa indiferencia la mezquina campaña partidista que les asegure la merienda presupuesta en las elecciones venideras, sin detenerse a considerar la trágica agonía que abruma al pueblo de Puerto Rico. Ni tan siquiera ha surgido una opinión que haga luz en esta caótica situación de nuestro calvario colonial. Sólo el partido Nacionalista –centinela alerta sobre el dolor de la patria– ha levantado su voz admonitora ofreciendo a la opinión pública un plan completo para conjurar con carácter inmediato y permanente la crisis precipitada por esta adversidad de la naturaleza. El notable periodista don José Pérez Losada desde las columnas editoriales de «El Imparcial” ha opinado lo siguiente con referencia al documento nacionalista: “De entre las recomendaciones que se han venido exteriorizando desde que se produjo la catástrofe en orden a la habilitación de recursos con qué afrontar la situación espantosa que nos deprime y angustia, la más atendible, la más práctica, la más viable, la que está en nuestras manos aplicar es la que presenta el Directorio Nacionalista”.
Cada vez que Puerto Rico recibe el azote inclemente de los elementos, el país por consejo de sus directores políticos adopta una actitud de pordiosero pendiente de la limosna con que pueda obsequiarle Washington, la cual en esta ocasión ha brillado por su ausencia. El nacionalismo sostiene que esa conducta es desmoralizadora porque humilla nuestra dignidad colectiva y crea un sentido de impotencia en el pueblo para remediar su propia desgracia, cuando por el contrario ha dado ejemplo en esta como en otras ocasiones de su voluntad heroica para reparar los daños acumulados por las inclemencias de la naturaleza. Nunca olvidaré cómo en la trágica mañana del 27 de setiembre, hormigueaban los infelices sobre las techumbres de sus hogares en ruinas saludando al sol con el repique laborioso de los martillos. Sostiene además el movimiento nacionalista que el país debe reconstruirse con sus propios recursos, que los tiene, y recibir los socorros de afuera en calidad de recíproca, dispuestos como estamos siempre a devolver los favores del vecino cuando el infortunio lo maltrata. Pero no toleraremos que se especule con el dolor del pueblo tratando de hacerle grata la esclavitud con unas limosnas. Ejercer la filantropía a base de servidumbre a la nación norteamericana, cuyo despojo sistemático de nuestras riquezas representa 34 años de ciclón permanente, es realizar una obra abominable y antipatriótica.
La caridad en la forma que se ha venido ejerciendo es ineficaz y desmoralizadora porque fomenta la vagancia y humilla la dignidad personal. Esa procesión de hambrientos que hace fila todos los días para recibir una dádiva debe utilizarse para limpiar las calles, restablecer los servidos públicos suspendidos y reparar los hogares desmantelados de sus hermanos en desgracia que carecen de recursos para pagar la mano de obra. Así se sentirán obreros y no pordioseros, y muchos que ahora no hacen fila por decoro personal, no tendrían escrúpulos en alquilar honradamente sus brazos. Por otra parte, esa rehabilitación mitiga la situación del pueblo por unos días, pero luego vuelve el centinela de la miseria a asomar sus fauces amenazantes a la puerta de los hogares desamparados. Lo que pide el pueblo es trabajo permanente, un plan de rehabilitación económica que ocupe al obrero y al campesino agrícola y no les convierta en parásitos sociales.
La primera medida que propone el Partido Nacionalista a la próxima sesión extraordinaria de la legislatura es la siguiente: (a) Ante la terrible crisis económica imperante y en vista de que ya existe una moratoria forzosa, se decrete una moratoria legal general por el tiempo que se estime necesario; (b) Que se decrete la suspensión de pago intereses y capital sobre la deuda pública, ya sea municipal o insular. Este servicio representa actualmente una carga de unos seis millones de dólares anuales, y, para afrontar esa obligación se mantiene en el Tesoro público un fondo montante a más de seis millones de dólares. Este fondo debe dedicarse inmediatamente a levantar hogares para los que están a la intemperie y proveerlos de ropas, alimentos y medicinas. No se puede argüir que el crédito nacional con ese paso bajaría porque actualmente ningún comerciante, industrial o agricultor, obrero o profesional tiene crédito alguno, mientras que la utilización inmediata de esa reserva daría vida al obrero, al profesional, a todas las actividades agrícolas, industriales y comerciales. Raro es el portorriqueño que hoy no vive en plena o parcial moratoria. ¿Por qué no ha de adoptar idéntica actitud el Gobierno? Muchas naciones que no padecen la esclavitud política y económica de una intervención extranjera ni atraviesan por las circunstancias agravantes de Puerto Rico han suspendido la amortización de sus deudas exteriores hasta tanto se ha normalizado la vida económica nacional. Es natural, pues, que el país aplace a sus acreedores por un término razonable, y utilice esos recursos para reparar las averías apremiantes de la patria. No es humano que las raquíticas entradas del Tesoro Insular se fuguen para Estados Unidos, cuando acá hay compatriotas con hambre, desempleo crónico, campos desolados y hogares en ruinas. Nuestro pueblo necesita primero vivir, y luego atender a sus compromisos, y sería delito incalificable mantener sobre los cadáveres vivientes de un pueblo un crédito ficticio e inexistente que tarde o temprano ha de venirse abajo forzosamente.
Algunos políticos con ribetes de economistas han recurrido a la vieja fórmula de los empréstitos que han hipotecado al país. Para estos señores los empréstitos son el talismán milagroso para curar todos los males de la patria. Ya sabemos lo ruinosa que ha sido esa política para el pueblo de Puerto Rico fomentada por el imperialismo económico de Estados Unidos en las nacionalidades intervenidas como la nuestra. En la actualidad Puerto Rico debe cincuenta millones por concepto de su deuda pública y municipal. Un nuevo préstamo sería un paliativo que agravaría la situación del futuro, hipotecaría a las generaciones venideras y abrumaría con una nueva carga al contribuyente portorriqueño sobre quien gravita exclusivamente el peso contributivo del país. Empréstitos pudo hacerlos y no los hizo Puerto Rico cuando el San Ciriaco, que devastó la totalidad de la isla, porque según el informe del Gobernador al presidente McKinley ni los municipios ni el Gobierno Insular le debían un centavo a nadie. Pero hoy el remedio sería peor que la enfermedad. Esta realidad demuestra lo que les ha costado a los portorriqueños la intervención yanqui sobre su destino y pone al descubierto la pobreza creada por sus grandes intereses corporativos. No creemos que la legislatura vaya a proceder de acuerdo con las instrucciones del vigente mandatario de la Fortaleza. Esa conducta les convertiría en enemigos de su patria.
Otras sugerencias contienen este trascendental documento que comentaremos en sucesivos artículos. Pero antes solicitamos por lo menos la opinión de los directores políticos del país sobre estas medidas rehabilitadoras. “La hora de todos”, ha llamado EL MUNDO a esta situación porque es el momento en que hacemos tregua en nuestras hostilidades intestinas para hermanarnos en el dolor común.
El nacionalismo cree también que es la hora en que todos deben aprestar el concurso de sus opiniones y de su patriotismo para aliviar la angustiosa tragedia que gravita sobre la patria.
*EL Mundo, 11 de octubre de 1932, pp. 2 & 8.