Zahira M. Cruz / Especial para En Rojo
En el capítulo 6 del libro Mind, Searle discute varios aspectos sobre el yo y su relación con la identidad personal partiendo de la postura de que el dualismo cartesiano ha sido incapaz de dar cuenta suficiente sobre la mente o el yo, pues propone la existencia de una separación radical entre el cuerpo y la mente (alma), lo que propicia una concepción dualista del ser. Esta concepción dualista fue rebatida por David Hume, quien aseguraba que no existía tal cosa como un yo, sino una secuencia de experiencias psicológicas teniendo lugar en un cuerpo. Entiéndase que, para Hume solo había materia; un cuerpo teniendo experiencias empíricas y del cual no se podía predicar nada más. Entonces, Searle, quien afirma que en un momento dado simpatizó con esta postura humeana, decide que era necesario afirmar la existencia de algo además del cuerpo y sus experiencias; este algo más, sería “la noción formal del ser”. Ese ser o ese yo es un constructo, una creación de la mente que ha de acompañar todas nuestras representaciones, como diría Inmanuel Kant en Crítica de la razón pura (1781). De acuerdo a Searle, “la noción formal del ser” es producto de la capacidad que tenemos de razonar y actuar voluntaria, libre e intencionalmente de acuerdo a nuestros deseos. Ese yo se manifiesta a través de nuestra actividad mental y los actos volitivos, intencionales, que llevamos a cabo y que entendemos como nuestros porque la memoria nos da el sentido de continuidad que permite que sintamos ser uno y el mismo a lo largo del tiempo. Entonces, ese yo, esa subjetividad, lo conozco, lo experimento mediante la conciencia. Me doy cuenta de mi y de mi entorno porque tengo consciencia o momentos de conciencia; una consciencia que depende del proceso neuronal llevado a cabo en el cerebro y, de un sentido de individualidad, de cuerpo único. El fenómeno de la conciencia se constituye de unos atributos ligados entre sí y mediante los cuales podemos caracterizarla. Ramos nos señala que estos atributos son la discreción, la intencionalidad y lo momentáneo (206). De la discreción resulta que tengamos la sensación de que esos actos de conciencia pertenecen a un yo; poder decir que son míos. Esto significa tener autoconciencia, y decir que se tiene autoconciencia es decir que se da una reflexión de la conciencia mediante la cual uno se da cuenta de su propia actividad consciente. Este proceso se encuentra vinculado al lenguaje, pues, somos animales hablantes y esta reflexión la hacemos “en virtud de la articulación que el lenguaje lleva a cabo de ese aspecto de la actividad mental que le permite a la consciencia identificarse como sujeto hablante” (207). Podría decirse que esto es así porque pensamos en palabras. El segundo atributo destacado y definido por Ramos es la intencionalidad. Este atributo puede ser explicado como la “pulsión aprehensiva del deseo”; esto quiere decir que la consciencia responde al anhelo de aprehender lo que se desea, responde a nuestra condición humana, pues somos seres deseantes y la consciencia, por lo tanto, también se encuentra afectada por este hecho. La consciencia se dirige hacia aquello que anhelamos y en este sentido, dependerá de la individualidad de cada cual. Importante es recordar que eso que deseamos tiene una dimensión inconsciente. No siempre estamos conscientes de lo que deseamos.
Para explicar el proceso que es la consciencia, es necesario considerar y entender su tercer atributo; lo momentáneo que hay en ella. La consciencia es un fenómeno en fuga del que se dice podemos ser conscientes de las consecuencias de su aparecer y desaparecer (210). Como fenómeno en fuga, es un proceso que se da en fragmentos y que al igual que el yo se encuentra en constante regeneración. “La invención de sí mismo” es lo que permite, entonces, que los actos de conciencia se entiendan como un todo. Estar consciente de sí mismo es darse cuenta de un cuerpo singular y de lo que sucede en ese cuerpo a nivel de pensamiento. Los actos de consciencia se dan en ese cuerpo que, gracias a la invención de sí mismo, entiendo y experimento de acuerdo a mi particularidad.
Searle se acerca al fenómeno de la consciencia desde una postura “biológica naturalista”(78), enfatizando el carácter biológico de los estados mentales, a diferencia de Llinás que, parecería reducir estos procesos únicamente a su base neurobiológica. Los estados mentales tienen lugar en el cerebro, pero no es solamente cerebro lo que hay, sino que debemos considerar, además, la unión que existe entre el mundo externo y el interno, y que por lo tanto, los estados de consciencia se referirán tanto a objetos del mundo físico real como a imágenes psíquicas. En este sentido se puede decir que la conciencia es causal, puesto que es el resultado de un proceso neurobiológico de causa y efecto; tan pronto percibo por medio de las sensaciones, reacciono. En los capítulos 4 y 5 de su libro, Searle discute el problema de la consciencia en términos de los acercamientos reduccionistas del materialismo y el dualismo. El materialismo reduce los estados de consciencia al proceso neurobiológico alegando que la consciencia no es más que un proceso del cerebro. De esta forma dejan fuera el elemento de la experiencia consciente, el elemento subjetivo sin el que no se puede ofrecer una explicación completa sobre el fenómeno de la consciencia. Hablar de la conciencia únicamente en términos neuronales es eliminar la consideración necesaria de la experiencia subjetiva. Sin esa experiencia no daríamos cuenta real de la consciencia, pues, para ello hay que reconocer que existe porque la experimentamos, porque tiene una dimensión causal y cualitativa que se experimenta a través de nuestro cuerpo (81-82). Hablar de ella solo en términos neurobiológicos es reducirla a términos objetivos de tercera persona cuando realmente se debe explicar considerándola tanto a nivel subjetivo (primera persona), como a nivel objetivo, puesto que realmente no hablamos de dos cosas diferentes (89). La conciencia de acuerdo a Searle es un aspecto del cerebro compuesto de experiencias ontológicamente subjetivas. Se trata del mismo sistema a diferentes niveles. La postura dualista por su parte, tal como la explica Searle, afirma que existen dos niveles metafísico ontológicos, uno mental y otro físico. Pero para él esto es innecesario y conduce a dificultades puesto que se puede dar cuenta de los hechos de la primera persona tanto como los de la tercera persona sin la postulación de la existencia de los dos dominios.
El neurofisiólogo Rodolfo Llinás en su libro The I of the Vortex, ha querido explicar el proceso evolutivo de la conciencia en términos neurobiológicos, en donde el movimiento de los organismos es la condición de evolución del sistema nervioso y la conciencia. Esto es así porque considera que los procesos mentales son los encargados de realizar las predicciones de los resultados que tendrá cada movimiento realizado. La predicción, de acuerdo a Llinás, es la función última y más penetrante de todas las funciones del cerebro, y debido a su proceso, aquél en el que se interrelaciona el cerebro con el mundo exterior para establecer la predicción, es que surge el ser (“the self”). “El ser”, en este proceso, es el constructo que une los componentes fracturados de la realidad interna y externa como un uno. Queda “el ser” definido por Llinás entonces, como un evento temporal coherente que une la realidad interna con la externa (126). “It is a covenient and exceedingly useful invention on the part of the brain” (126). “It is just a particular mental state, a generated abstract entity we refer to as “I” or “self” (127). Ante estas afirmaciones, para efectos de lo discutido en clase, encontramos una objeción, y es que en ellas no se considera el hecho de que el cerebro es una estructura del organismo, pero no es todo el organismo. En este sentido, hace falta reconocer que, tanto el cerebro como el organismo son responsables de que se genere lo que llamamos mente, y que la mente a su vez, genera la idea del cuerpo. Entonces el ser, el sí mismo, es un individuo compuesto de mente y cuerpo (Nama-Rupa). Decir que el ser es una construcción del cerebro nada más, es una postura materialista, por lo tanto, reduccionista.
Recapitulando, debemos tener claro para acercarnos a la idea del yo y a la invención de sí mismo, que el cerebro está todo el tiempo autorregulándose, por eso no podemos identificar a un yo tangible en ninguna parte del cerebro, tampoco podemos hacerlo con la conciencia o la inconciencia. El yo es la imagen que cada cual se hace de sí mismo en función de un cuerpo, a diferencia del sí mismo, que es una invención hecha a partir de la singularidad o particularidad de cada cual. Importante es recordar también a Heráclito y su devenir, puesto que todo lo que ocurre, ocurre en medio del devenir; ese constante aparecer y desaparecer de todo lo que hay; lo que está siempre. Entonces, el devenir entendido de esta forma, tal como lo discutimos en clase, es la categoría ontológica que permitirá el surgir y el desaparecer de los fenómenos, tanto físicos (objetos) como mentales (imágenes), puesto que, son fugaces. Así mismo hay que entender la idea del yo como algo que está constantemente construyéndose por el cerebro; algo que surge, persiste y cesa.
Mediante nuestras experiencias, obtenemos percepciones que se van generando en el cerebro como imágenes, y a cada imagen le corresponde una idea creada por la mente. Esa idea va cargada de afectos, entendidos estos como una emoción o algo que nos mueve, una fuerza vital (Spinoza). A esta dimensión afectiva de la experiencia la conocemos por pathema. De acuerdo al psicoanálisis hay una dimensión del pensamiento de la que el yo no se percata, por eso se puede decir que hay una dimensión inconsciente del deseo. Dado el caso que para Spinoza el deseo (cupiditas) es la esencia del hombre, habría que añadir el hecho de que para Lacan, la esencia del deseo es el lenguaje. El lenguaje figura como un principio de organización afectiva ya que mediante él se orienta lo que sentimos, lo que queremos, las cualidades primarias de la experiencia (afectos) y que tienen como referente al deseo.
De acuerdo a El estadio del espejo, la formación del inconsciente dura hasta los 18 meses de edad, y es durante esa etapa denominada el estadio del espejo, que comienza a formarse la idea del yo y se desarrollará totalmente con el lenguaje. Con el desarrollo del lenguaje el infante se irá estructurando y desarrollando su sentido de identidad, y a su vez, la idea del yo y su relación con la realidad, puesto que el lenguaje atañe a todo lo que aparece, y la estructura ontológica del ser humano está vinculada a la posibilidad de nombrar lo que hago e imagino (lo que aparece o se me presenta).
Para concluir, debemos vincular esto a las enseñanzas de Buda, partiendo de lo que implica el pathema: los afectos. La dimensión de los afectos es parte de nuestra condición humana y lo propio de ella es la crisis. Se trata de una insatisfacción existencial cuya causa proviene de lo que ya dije: somos seres deseantes, y la ley del deseo es seguir deseando, aún cuando nunca se encontrará aquello que nos satisfaga completamente. Entonces surge la pregunta: ¿Qué hacer con lo que padecemos? ¿Cómo no quedar presos de nuestros deseos? Buda, mediante la constatación de lo real (la vida y la muerte) y en función de ello, propone la ética del óctuple sendero y una doctrina en dos dimensiones que pretende explicar lo que es un individuo y el por qué surgen las cosas. Destaca cinco agregados que constituyen al individuo y que en psicología nos conducen a hablar de personalidad: sensaciones, percepciones, consciencia, formaciones mentales y materia. El entramado de ellos hacen posible al individuo en general y al individuo en particular. De acuerdo a esto, el psicoanálisis, la neurociencia y el budismo, coinciden en que eso que llamamos yo, no tiene un referente real, ni material ni inmaterial, sino que es una construcción de la mente. El yo no tiene una realidad propia independiente del cuerpo y de la mente, sino que es una simple función del psiquismo. No existe una identidad personal permanente e idéntica a sí. Para el Buda lo que hay es el devenir: vivir, morir y renacer. No hay una entidad permanente en este proceso.
En esta nota reseño los capítulos 4, 5 y 6 del libro Mind (2004) de John R. Searle, el capítulo 6 del libro The I of the Vortex (2001) de Rodolfo Llinás y los fragmentos 2.73 al 2.97 del libro La invención de sí mismo (2008) de Francisco José Ramos. Si está un poco pesado, aguanten presión. Que no todo es liviano.