Lección de etimología

Ana Maria Fuster Lavin

 

«Larva en latín significa fantasma, espectro; palabra muy utilizada en el ocultismo medieval…», explica la profesora. Raquel asiente, levanta la mano y dice en voz alta “por eso es que necesito un exorcismus, estoy llena de…”. Interrumpe su alocución porque la profesora la ignora y prosigue impartiendo su clase sin escucharla: «¿Recuerdan que estudiamos el término exorcismo del griego  έξορκισμός (exorkismós)?, en un curso anterior le comentaba a una de mis más recordadas estudiantes, Raquelita, que necesitaría algún día un έξορκιστής (exorcista), para liberar los tres mil seres multilingües milenarios que la poseían». Los compañeros ríen, la profesora se seca una lágrima recordando a la estudiante más brillante que ha tenido. Al otro lado de la ventana ve caer el granizo, no es usual en San Juan, pero aquel último día que ella estuvo en su aula también granizó.

“¡Estoy aquí! Nunca falto a clases, profesora. ¿Está senilis o será su cinismo usual? Claro, cinismo viene del griego  κυνισμός, o cynosargo, que significa perro…”, se grita para sí misma. Le pica el cuerpo. Solicita ir al baño, pero la profesora no le contesta, tampoco le importa. Sencillamente se levanta y sale del aula, cosa que jamás se hubiese atrevido bajo otras circunstancias. En la escuela siempre recibió sus medallitas de buena conducta, en la universidad los catedráticos alaban sus buenos modales y disciplina. Aunque últimamente no la han procurado para nada. Todos se han puesto de acuerdo para no escucharla. Al principio le mortificaba que a la docente que siempre la destacó como la estudiante más prominente, e incluso fue su asistente de cátedra, ahora la invisibiliza. En especial desde aquel día, intenta recordar, pero paulatinamente le cuesta recordar en detalle. Mira la ventana, sigue granizando, como aquel día. No ha parado. Intenta escuchar más allá de las voces presentes, y sí… Persiste ese pitido y los pequeños bisbiseos. Tiene demasiados susurros recorriendo su cuerpo, que la impiden concentrarse. Pequeñas interferencias que carroñean  sus recuerdos. Su carne.

 Siente un extraño zigzagueo en la garganta. Intenta gritar, pero se muerde la lengua. Corre por los pasillos. Hasta impregnarse de pequeñas esperanzas que recorren sus entrañas. Ahora se siente pletórica, jubilosa…, a pesar de comenzar a recordar que su novio la había recriminado otra vez que especializarse en etimología es inútil y su obsesión por aprender idiomas, ridícula. Pasa frente a los baños del gimnasio, justo donde él se enojó con ella, al mostrarle la prueba de embarazo positiva: «Serías una madre horrible. No voy a ser padre sin graduarme. No me obligarás. Espero que aprendas tu lección, eres una pendeja nerda». Raquel no recordó más. Él la golpeó y pateó mientras vociferaba hasta que ella colapsó. El granizo…

¡Sí, señor agente, yo la maté! ¡Raquel me provocó! No pensé… me quería achacar su embarazo. Mi mente se nubló. 

Finalmente, ella despertó confundida. “¿Qué les dices Eugenio? ¡Estoy bien! ¡Mírame! Eres un bestia macharrán. Solo necesitas terapia, pero estoy viva. ¡Viva, aunque te joda! ¡Y voy a tener el bebé y me graduaré, pendejo!” Observó desconsolada mientras los agentes de la Policía se lo llevaban, y él les confesaba bajo juramento su delito e incrédula ante las autoridades que siquiera la interrogaron ni se preocuparon por su estado de salud. Para terminar de fastidiar su situación, desde ese día sus compañeros comenzaron a actuar como si no la vieran. La invisibilizaron. Todas, todos. Raquel lo sigue atribuyendo a lo popular que era Eugenio en la universidad y, por su culpa, ahora él está en la cárcel. 

“Él, Eugenio Santaella Toro, ¡en la cárcel!, porque la mojigata de su noviecita quiso ser mamá. Maldita ridícula, intentó ponerle un grillete umbilical…”.

 De seguro eso es lo que piensan ellos y ellas, sus amiguitos solidarios que se pasaban buleándome y criticándome por ser la mejor estudiante o porque era poquita cosa para él, y muchos se me acercaban para ganarse la amistad de Eugenio. Ahora, convenientemente, los que quedan de ellos hacen como si no me vieran; incluso, la profe de lingüística y etimologías… La administración por lo que está preocupada es por los cinco o seis estudiantes, que desde el caso Raquel y Eugenio, como le llama la rectora, que han ido abandonando la facultad. A los profesores no les importa mucho, porque eran problemáticos y aseguran que no se dieron de baja, solo se fueron, para poder cobrar de la beca los meses que quedan del curso académico. Y yo… Solĭtas, solĭtātis y mi cuerpo ēsurientis, arde, repleto de pequeñas hambres. 

 Menos mal que este será el último, José Manuel alias “Papote, el averiguao”. El graciosito que choteó cuando me vio comprando la prueba de embarazo o cuando nos mangó teniendo sexo oral en el baño. Él debió ser el primero, pero lo deje para cuando estuviéramos en término. Sé que pronto romperé fuente… Escucho aún el granizo. Debe ser un récord mundial en el trópico.

—“Posible asesino serial en la Universidad.  Escena dantesca en antiguo almacén de la Universidad… Hallan fragmentos de la osamenta, genitales e intestinos del joven José Manuel Padilla, identificado por las pruebas de ADN y placas dentales. Se cree que entre los escombros y cajas pueda encontrarse los huesos de otros cinco estudiantes desaparecidos en los últimos siete meses, desde la muerte de la estudiante Raquel Figueroa a manos de su pareja, quien ahora permanece en la Cárcel regional de Bayamón…”. —la profesora de etimología, apaga la aplicación de radio en su celular y termina de poner sus libros y objetos personales en una caja. —Definitivamente le hago caso a mi siquiatra y me internaré unos días. Es que veo a Raquel por los pasillos, en mi salón de clases, la escucho, veo su vientre cada vez más grande, he visto sangre en sus labios, pero nadie más la ve… ¡¿Cómo la van a ver?! Raquel está muerta. —la mujer entra a la oficina de la rectora y entrega temblorosa su carta de renuncia a la secretaria.

“¡Me ve! Sabía que tras su conducta, en apariencia prepotente, es muy sensible y me quiere. Y de muchas formas… Espero que le vaya bien en la vida, que encuentre la ayuda que necesita. Nunca me la hubiese comido. Es mi profesora favorita. Ahora mi único problema es que no tuve tiempo de devorarme completo a Papote. Además, sabía malo, el cabrón. Menos mal no me han mencionado como sospechosa. Mis hijas no han nacido todavía, y no sobrevivirían demasiado tiempo sin mí”. Raquel lame sus ensangrentadas manos, mientras termina de picar en trozos el cuerpo de otro joven que va colocando en un saco del gimnasio.  El granizo… del latín granum, grano, semilla.   

En realidad no le importa tanto. Si los demás la ignoran, mejor. No los necesita. Siente una inmensa felicidad que recorre entusiasmada su cuerpo. En realidad todos los que le hicieron daño están muertos… “Cómo podían ser tan malas personas y su carne tan sabrosa. Como, más bien devoro, semillas para mis hijas”. 

“Antropofagia, del griego νθρωποφαγία, sigo siendo la más dura en la lección de etimología…  La profe puede verme. ¡Y estoy viva! Mejor dicho…, ¡Estamos vivas!” Entra al baño. Frente al espejo, suspira: “¡Hola, hijas mías!”, quitándose su capucha y desabotonando su camisa y pegando un pedazo del cuerpo del compañero. Sonríe a las larvas que devoran su piel y carne. Se mira los muslos. Ha roto fuente. Un manantial cristalino libera cientos de sus amadas divinidades infernales, así las denominaban los etruscos. “Mis pequeñas lāruam, miren, soy su madre. ¡Soy mamá!” Raquel observa orgullosa a sus cientos de hijas, mientras repasa mentalmente sus lecciones de etimología. Se siente pletórica. Mira la ventana. Ha dejado de granizar.

“¡Aliméntense bien mis niñas! ¡Las amo! ¡Soy una gran mamá! No son simples carroñeras. Nos toca mudarnos. Después de terminar con este cuerpo no quedará comida aquí, ni en mí. Pronto crecerán, volarán libres y no serán fantasmas como los demás, sino pequeñas caníbales como su mamá. No me olviden”.

 

Ana María Fuster Lavín

Terapia

[confesiones no juramentadas]

inédito

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