En su reciente mensaje celebrando la vida de Juan Mari Brás, Rubén Berríos decía que la historia “ha sido injusta” con el patriota mayagüezano porque, entre otras cosas, no alcanzó a ver “el pavor y la renuencia del Congreso ante la posibilidad de la estadidad”. Juan siempre tuvo la convicción -igual que Rubén y la mayoría del independentismo- de que la fortaleza de la nacionalidad puertorriqueña sería la principal barrera frente a la anexión, pero es cierto que no alcanzó a ver en toda su magnitud cómo otros dos factores se unieron a la nacionalidad para levantar un muro que actualmente luce totalmente infranqueable. Curiosamente, los factores que han estado alimentando “el pavor y la renuencia” del Congreso a la estadidad, han sido creados por los propios anexionistas. Me refiero al virus de la dependencia económica, que en Estados Unidos se percibe como mendicidad y aprovechamiento, y a la bochornosa corrupción de los gobiernos del Partido Nuevo Progresista.
En 1976, el entonces candidato a la gobernación por el PNP, Carlos Romero Barceló, publicó un folleto titulado “La estadidad es para los pobres”. Allí planteaba que la incorporación como estado supondría una bonanza para los puertorriqueños pobres que eran y son la mayoría de la población. Aquella estrategia pareció funcionarles porque algunos boricuas todavía recordaban los programas de ayuda que el Nuevo Trato de Franklin Roosevelt extendió a Puerto Rico en los años ‘30 (la PRERA y la PRRA) y muchos ya se beneficiaban de los “cupones de alimentos” que llegaron al país durante la gobernación de Luis Ferré.
Esas experiencias le dieron credibilidad a la nueva consigna de Romero que tuvo el efecto de ampliar la base del PNP, facilitándole un triunfo cómodo en las elecciones del ’76. La única victoria anterior de ese partido, la de 1968, había sido el resultado de la división del PPD, cuando una porción de sus electores apoyó el Partido del Pueblo de Roberto Sánchez Vilella. En 1976 ganaron por ellos mismos, en parte, gracias a la nueva prédica de Romero. Para 1992, cuando volvieron al poder con la candidatura de Pedro Rosselló, ya el PNP había abandonado la consigna, pero su imagen como partido asociado a las ayudas federales estaba establecida.
La razón por la cual el PNP dejó de usar la consigna “la estadidad es para los pobres” fue el impacto negativo que esta tenía en Estados Unidos, sobre todo en el sector conservador vinculado al Partido Republicano. Ante ese grupo, la consigna reforzaba su creencia, nacida del prejuicio étnico y racial, de que un eventual estado representaba una carga económica para Estados Unidos. También definía al liderato anexionista como una partida de oportunistas, que avivaban la dependencia y se aprovechaban de la pobreza.
El PNP dejó de mencionar la consigna de Romero, pero siguió difundiendo el mismo mensaje con otras palabras. Aunque ahora mencionan con mayor frecuencia la “igualdad”, la oportunidad de acceder a nuevas ayudas sigue estado el centro de su prédica, alimentando en todo momento la dependencia. De hecho, la tan mentada “igualdad” que ahora enarbolan, está unida al planteamiento de que ampliaría el acceso a más dinero federal.
Tampoco el abandono de la consigna romerista y la nueva insistencia en la “igualdad”, cambió la percepción que hay en Estados Unidos, sobre todo entre los Republicanos, de que los anexionistas son buscones de la pobreza. Tan reciente como el pasado 17 de noviembre, el congresista republicano Jody Hice le espetó al gobernador Pedro Pierluisi que siempre va al Congreso “estirando la mano para pedir dinero”, demás de pedir la estadidad. Como era la verdad, Pierluisi no puedo responder ante la humillación que sufría.
Lo anterior resume con mucha nitidez la contradicción a la que se enfrenta el anexionismo criollo. Para ganar elecciones en Puerto Rico necesitan presentarse como los paladines de las ayudas para los pobres, pero esa prédica reduce aún más la exigua probabilidad de que las fuerzas políticas de Estados Unidos acepten la incorporación de Puerto Rico como estado.
El otro problema que enfrentan, como señalé al principio, es el de la corrupción. Desde hace 30 años, cuando se estaba a mitad del primer cuatrienio de Pedro Rosselló, se han producido decenas, tal vez centenares, de imputaciones de corrupción, la mayoría de ellas a figuras vinculadas al anexionismo. En casi todos los casos, el dinero escamoteado es de origen federal. Contra ese historial fue que giró Donald Trump cuando tachó a todos los gobiernos puertorriqueños de corruptos, percepción que prevalece entre la mayoría de los congresistas, tanto Republicanos como Demócratas. Cuando Pierluisi o cualquier otro líder del anexionismo se sienta ante ellos, solo ven a un corrupto que anda buscando la manera de lucrarse con el dinero de ellos.
Volviendo al planteamiento de Berríos, creo que Mari Brás, quien falleció en 2010 y siempre fue un observador agudo de la realidad nacional, tuvo tiempo de ver cómo la dependencia y la corrupción iban deshaciendo las aspiraciones anexionistas. Lo que no alcanzó a ver fue cómo el Congreso abandonó los eufemismos con que siempre adornaba la realidad colonial y nos impuso un supra gobierno en forma de Junta, al estilo de los viejos gobiernos militares. La colonia adornada que Juan fue a denunciar ante la ONU ya no tiene adornos y el desprecio del colonizador a sus alzacolas ya no se matiza.