“Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
Fidel Castro, 1961
En su estudio La narrativa cubana de la Revolución (1978), Symour Menton cita a Lisandro Otero como portavoz del incipiente gobierno revolucionario. Otero esboza una periodización de la narrativa a partir de 1959. Menciona cuatro etapas: el deslumbramiento, de 1959-1960, en la que los escritores alaban la Revolución por haber acabado con la dictadura de Batista; declaración Socialista de la Revolución, 1961-1962, en la que se limita la libertad de expresión artística, se intenta imponer el Realismo socialista, se desarrollan polémicas estéticas, surge la represión oficial y se crean organismos rectores de la cultura: UNEAC; de la poética de la Revolución, 1963-1965, en la que se publican novelas que exaltan la Revolución; de la polémica ideológica, 1966-1970, en la que se desarrolla una discusión sobre la función del escritor y la literatura en una sociedad revolucionaria (p.126-127).
Según Otero, la polémica en torno a la función del escritor en la sociedad revolucionaria alcanzaría su tono más alto durante los años comprendidos entre 1967 y 1970: “…desde 1967 en adelante, el gobierno comenzó a presionar a los escritores progresivamente. (p. 136)” Durante estos años surgen cruentas disputas entre los intelectuales y el Estado. Publicaciones como el libro de poemas Fuera del juego de Heberto Padilla y una obra dramática de Antón Arrufat, Los siete contra Tebas, minaron el terreno para lo que sucedería a partir de 1971.
Otero, sin embargo, parece obviar que fue Fidel Castro quien estableció la controversia ya desde 1961. Así lo reconoce el grupo de intelectuales que se reúne en 1969 con el fin de establecer un diálogo acerca de tal polémica. En la discusión, reunida luego en un texto titulado El intelectual y la sociedad (1969), varios escritores analizan la situación. A continuación, se reseñan algunas de estas ponencias.
El escritor salvadoreño radicado en Cuba, Roque Dalton, es el primero que expuso sus ideas. Alude inmediatamente a Castro y afirma que la situación entre los intelectuales y el gobierno ha evolucionado desde que el gobierno y los intelectuales se confrontaran en 1961:
Cada nueva etapa de la Revolución supone un nuevo abordaje del problema. En cada nueva etapa hay una nueva altura, por así decir, de la espiral en que nos volvemos a encontrar con el mismo problema, y nos encontramos con que el problema ya no es el mismo. Así pasó en 1961, cuando nos reunimos con Fidel en la Biblioteca Nacional… (p.7)
Dalton asegura en ese momento que el problema ha cambiado. Sin embargo, las interrogantes que se plantean en ese coloquio de intelectuales están basadas en los planteamientos de Fidel Castro en 1961:En estos momentos, cuando queremos plantearnos la relación entre el intelectual y la Revolución, este problema se nos presenta casi en la forma de una pregunta: ¿Es posible un intelectual fuera de la Revolución? ¿Es posible un intelectual no revolucionario? ¿Es posible pretender establecer normas del trabajo intelectual revolucionario fuera de la Revolución? … (p. 9)
Dalton discute con otros escritores las actitudes que debe tener un escritor para estar dentro de la Revolución, de la misma forma que enjuicia a quienes no se visualizan en ese contexto: “…la Revolución aquí propuso y propone a sus escritores el baño social…la falla ha surgido únicamente cuando el escritor o el artista le ha pedido a la Revolución que lo vea a él de manera excepcional, es decir, que la Revolución lo vea a él como él se ve a sí mismo… (p. 13)”
Sus palabras recuerdan las que escribió Virgilio Piñera, quien insistía en un reconocimiento de los intelectuales como clase. Las palabras de Fidel evolucionarían a través de los años hasta el momento en que estos escritores discuten que la declaración del carácter socialista, marxista-leninista, de la Revolución implicaba, al menos teóricamente, la desaparición de las clases sociales y los grupos con privilegios. Aunque aún a la altura de 1969, todos ellos se reconocían como intelectuales burgueses ajenos a la Revolución y en proceso de integración: “…es prudente enfrentarnos con la categoría de lo burgués que nos condiciona y nos motiva. (p.19)” Dalton va más allá y ve la necesidad de que el intelectual se integre al proceso revolucionario realizando otras tareas además de escribir, como sería unirse a la agricultura e incluso a los cuerpos armados.
Edmundo Desnoes, destacado narrador y ensayista, esboza también en el texto El intelectual y la sociedad una idea aún más controversial: el concepto de libertad. Su planteamiento busca justificar a los organismos rectores de la cultura y la represión oficial declarada contra aquellos intelectuales que, de acuerdo con este y otros criterios, atentan contra la estabilidad y la supervivencia de la Revolución. ÉL explica, desde su perspectiva, que el concepto libertad es y debe ser restringido:Yo creo que… muchos de nosotros hemos sido responsables de haber creado…la ilusión de que en Cuba existía una libertad absoluta para expresarse libremente…Esto es relativamente falso dentro de una revolución. La libertad está condicionada por la Revolución., no es una libertad individual, caprichosa, que obedece a los deseos de un individuo, sino a una realidad que nos abraza y en la cual participamos (p. 26).
Desnoes plantea la visión marxista de que en una sociedad sin clases no hay espacio para el individualismo, sino que se debe pensar y proceder, a partir de la colectividad. Pensar en singular es ser egoísta, yoísta, tal como lo promueve el capitalismo; y todo participante del proceso revolucionario debe pensar primero en el pueblo del que, a fin de cuentas, también es miembro.
Se expresa también acerca de la realidad de una revolución acosada desde sus comienzos. La paranoia de la plaza sitiada, justificada o no, condujo a las autoridades a reprimir a diversos grupos, incluyendo a los intelectuales. Tales circunstancias comenzarán a tornarse aún más complicadas debido a los procesos políticos atados a la Guerra Fría. En lo relacionado a los intelectuales, se comenzará una especie de ‘cacería de brujas’ que tendrá su momento culminante con el “Caso Padilla” y el denominado “Quinquenio gris”, en los años comprendidos entre 1970 y 1975. El primero se refiere al arresto y encarcelamiento del poeta Heberto Padilla. El suceso se desarrolló a partir de la publicación de su poemario Fuera del juego en 1968. Este fue premiado, pero casi a la misma vez condenado como contrarrevolucionario por su temática y su tono. La polémica se intensificó hasta que en 1971 Padilla fue arrestado. Luego de varios días preso, este hizo una declaración en la que se retractó públicamente por atacar la Revolución e incluso delató a amigos y familiares. El arresto y posterior declaración del poeta repercutió internacionalmente. Entre sus consecuencias figuran las medidas represivas que se tomarían contra los intelectuales, sobre todo a partir del Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971. A partir de ese momento, y durante aproximadamente cinco años el dirigismo cultural arreciaría en La Habana y sus alrededores. Ese lustro será denominado el “Quinquenio gris”.
Visto desde el presente en que se escribe, pareciera como si Dalton, Desnoes y los demás escritores que aparecen en el texto aludido estuvieran aún purgando el pecado original que señaló el Che en El socialismo y el hombre en Cuba (2007). Tal y como lo expresara Guevara, el sentido de culpa de actuar como una élite se percibe en cada uno de los escritos de estos intelectuales.
El escritor Ambrosio Fornet, crítico cubano, es elocuente en sus expresiones. Indica que los intelectuales no eran revolucionarios y que incluso en 1969 aún no se habían integrado al proceso. Solo que Fornet explica la situación desde el punto de vista de una confrontación entre escritores y un sector de políticos de línea dura, de un antagonismo entre dogmáticos y liberales, y que tal lucha hizo daño a la Revolución y a la política cultural de esta: “…era un terreno previamente abonado por los propios dogmáticos, que introdujeron la desconfianza en la vida cultural de un modo muy hábil: haciendo aparecer las diferencias de enfoque sobre los problemas culturales como diferencias políticas e ideológicas con la Revolución.(p. 51)”
La discusión de estos escritores se enfocará, entonces, en la función de la literatura en una sociedad revolucionaria. Se plantea si la literatura debe ser producida para el consumo de las masas, si se debe escribir para que el mayor número de personas comprenda y además se eduque.
Roberto Fernández Retamar aporta a la discusión y insiste en que la función del escritor y su obra no debe de ser ajena al pueblo y a su revolución. Retamar distingue entre los intelectuales tradicionales y los transformados, quienes, según él, son los “…realmente útiles”. (p. 78) Se reafirma en que la labor del intelectual no puede estar fuera del pueblo y que el escritor no tiene el albedrío para atacar impunemente el proceso revolucionario, además afirma que: “…La única crítica válida del intelectual revolucionario…es, pues, la autocrítica, como se ha dicho aquí, autocrítica colectiva”. (p. 89)
Tres palabras resumen el proceso: Revolución, optimismo y pesimismo. Los protagonistas de estos sucesos se vieron sumergidos en una dialéctica maniqueísta cuyos resultados aún se debaten, se cuantifican y se valoran.
El autor es profesor en la UPR en Carolina.