Especial para En Rojo
A Gustavo Rivera Santiago
“It is the responsibility of intellectuals to speak the truth and to expose lies. This, at least, may seem enough of a truism to pass over without comment. Not so, however. For the modern intellectual, it is not at all obvious”.
Noam Chomsky, “The Responsibility of Intellectuals” (1967)
(Lo siguiente son algunos fragmentos de un trabajo más extenso titulado “El asalto a la razón. La nueva derecha y el irracionalismo, el marxismo y la ilustración”.)
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Desde que J.D. Vance fue elegido por Donald Trump como compañero de papeleta para ocupar el puesto de la Vicepresidencia de los Estados Unidos, se han vuelto a circular en distintos foros y redes unas declaraciones suyas en la Conferencia del Conservadurismo Nacional (National Conservatism Conference) del 2021. J.D. Vance, invitado como orador para cerrar esta conferencia, inició su discurso de 30 minutos indicando que la agenda conservadora requiere que “se ataquen agresivamente y honestamente a las universidades”.
Las universidades “controlan”, según Vance, el pensamiento y la investigación, controlan lo que se considera verdadero y falso en la sociedad. “Vivimos en un mundo”, dice J. D. Vance, “hecho efectivamente por conocimiento universitario”, y que incluye “falsedades” como los derechos de la comunidad trans, la justicia ecológica y la teoría crítica de la raza. Por todo lo dicho, J.D. Vance concluye su discurso rescatando una frase Richard Nixon:
“Los profesores son el enemigo”.
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La nueva derecha es una respuesta a la agonía del capitalismo, al lento crecimiento de la economía mundial desde, por lo menos, el 2008. Los intentos desesperados por aumentar las tasas de ganancia adquieren en este periodo de agonía un carácter desesperado, irracional. Si, antes, una política económica “correcta”, “estudiada”, podría ayudar a elevar el tamaño de la economía capitalista, desde la Gran Recesión del 2008 todo intento de política pública ha resultado insuficiente. Y late, a la vuelta de la esquina, al final de cada trimestre, el peligro de una próxima recesión, de nuevas pérdidas, de nuevas quiebras. Por eso, el aumento en las ganancias se tiene que dar bajo cualquier medio que sea necesario. En lugar de ver al capitalismo y sus contradicciones inherentes como el problema actual de la economía y la sociedad, la defensa (a su vez, también irracional) del capitalismo traslada el problema a otras esferas: a la globalización (razón por la que hay que imponer aranceles para proteger la economía nacional, según la nueva derecha), a los impuestos progresivos (por lo que hay que eximir al gran capital de estos), a la crisis climática (que entorpece los negocios, por lo que buscará negarse). Si toda la ciencia, si el progreso del conocimiento, apuntan a lo contrario, habrá que deshacerse, también, de la ciencia y el conocimiento. Si no funciona para elevar las ganancias, si todo resulta un experimento que acelera la recesión, poco importa; los intentos previos, todavía dentro de la lógica del capital, tampoco lograron mucho.
El irracionalismo de la nueva derecha es, pues, una respuesta coherente desde la perspectiva del gran capital, es una locura cónsona con los problemas del capitalismo: la locura propia de la agonía del capitalismo.
Pero el irracionalismo no es servilmente aceptado, o no en su totalidad, y es resistido en distintos espacios. Por eso, y ante el carácter autoritario de la nueva derecha, que cree en un estado fuerte para aplastar la resistencia, el irracionalismo buscará no solo imponerse sino crear las condiciones para que no haya futura resistencia. En Estados Unidos, los efectos en política pública de esta agenda contra el oficio intelectual incluyen, bajo la nueva presidencia de Donald Trump, la eliminación del Departamento de Educación a nivel federal y una campaña de imponer altos impuestos a las universidades privadas de los Estados Unidos para crear una fraudulenta “American Academy” virtual, que reemplazaría la actual estructura de grados universitarios. En el proceso, a través de las nuevas políticas federales, se restringen los fondos para investigaciones que parecerían contradecir la política de la nueva derecha.
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Las acciones del gobierno de Donald Trump contra las universidades resultan escandalosas, violentas. Pero la afirmación de que el profesorado es el enemigo del programa conservador no debería conmovernos. Deberíamos reconocerlo y afirmarlo.
Todo parte del punto de enunciación. Quien nos considera “enemigos” no es un ente neutral, ni incluso uno que cree en la razón, sino un portador de la mentira, y representante de las fuerzas que la propagan. Estas transmiten y difunden “conocimiento”, pero “conocimiento” que no se sostiene ante la realidad. La creación de este falso conocimiento, de esta ideología en su sentido negativo, no se debe a la razón, al estudio, al experimento, sino al prejuicio, al oportunismo, al interés inmediato. No solo el fin justifica los medios, sino que la lógica irracional (fase superior de la lógica neoliberal) justifica el fin.
Cuando reconocen a los profesores y a las universidades como enemigos, se apunta a una diferencia entre ambas partes en su aproximación hacia lo real y hacia lo falso. La universidad es, no solo un centro de acopio del conocimiento logrado hasta el presente, sino también un centro de difusión de este conocimiento, y de su expansión y desarrollo: si bien coloquialmente se habla de la “creación” de conocimiento – y, en efecto, cada adelanto requiere un alto grado de creatividad -, lo que ocurre en la universidad es que el conocimiento avanza por vías de las múltiples manifestaciones de la razón. Esto incluye también el cuestionamiento continuo de lo que se pensaba conocido, un eterno retorno que siempre dice más.
Digamos que, si afirmamos que la docencia está en búsqueda de la verdad, hablamos de un oficio que tiene como meta explicar un fenómeno, o por lo menos entenderlo un poco mejor. Este oficio intelectual requiere cierta imparcialidad, cierta objetividad; los juicios previos no llevarán a desconocer el resultado si contradice tales juicios. Al decir de Fernando Savater, en su ensayo “Potenciar la razón”, “la razón busca verdades, opiniones más reales, más próximas a lo real, con más carga de realidad que otras. No está igualmente próxima a la realidad cualquier tipo de forma de ver, de entender, de operar. La razón es esa búsqueda de verdad, esa búsqueda de mayor realidad, con todo lo que el descubrimiento de la realidad comporta”.
A la verdad, por tanto, se le aproxima, en una búsqueda sin fin. Esto, sin embargo, no quiere decir que la razón sea una herramienta poco dada para alcanzar el conocimiento. Ante esto, vale recordar el adagio hegeliano, que afirma que todo lo real es racional y todo lo racional es real. “Ciertamente”, dice Savater, “la razón tiene unos límites. Lo que no hay es otras vías alternativas de conocimiento […] Debemos afirmar esto, a pesar del predominio que hay en nuestra época de entusiasmo por los milagros y las cosas paranormales”.
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El oficio intelectual, es decir, el apego a la verdad, o a la búsqueda cada vez más próxima a ella, requiere, por tanto, un posicionamiento estricto, riguroso. Si se practica el razonamiento, si se cree en el intento de aproximamiento continuo a la verdad, no puede negarse la realidad si esta nos indica algo contrario a lo que se esperaba, a lo creíamos, a lo que queríamos. La búsqueda continua del conocimiento requiere la honestidad brutal, implacable, que el propio ejercicio de razonamiento necesita. La razón, en ese sentido, no solo es método, es ética.
Esto presenta un problema, una contradicción, no solo ante el irracionalismo de la nueva derecha, sino ante los intereses del sistema capitalista en su totalidad. Los hallazgos científicos continuamente apuntan hacia el problema y la raíz de la crisis climática, hacia los problemas salubristas que surgen de la producción de energía sucia, de las ventajas de una producción agroecológica por encima de la producción agroindustrial. Si la razón requiere una ética, y el desarrollo del conocimiento indica, a cada paso que se avanza, que el sistema capitalista es uno fundamentado en toda una serie de contradicciones, ¿cómo responder ante estos hallazgos y ante la contradicción continua con la sociedad existente? El oficio intelectual requiere, categóricamente, que se pronuncie la verdad y se posicione junto a ella. (La posición anticapitalista no es un juicio previo, sino una conclusión a la que se llega con el avance de la razón. Pero eso, para un próximo escrito.)
El oficio intelectual, pues, carga con una ética que requiere, muchas veces, un posicionamiento. Y por eso las universidad y los profesores son vistos, correctamente, como fuerzas enemigas. “La educación”, dice Savater, “debe potenciar la razón y por lo tanto aprender a rebelarnos contra la sinrazón –porque naturalmente una de las dimensiones de la razón es la rebelión contra la sinrazón–, es decir, las personas racionales no lo son sólo porque se comportan racionalmente, sino porque luchan por vivir en una sociedad racional y razonable, porque luchan por que no predominen los dogmas irracionales, las supersticiones, los fanatismos, aquello que de alguna forma iría en contra de la razón. De modo que la razón es una muestra de convivencia, pero también una fuente de disidencia y de rebelión”.
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Que la nueva derecha, promotora del irracionalismo, nos considere enemigos, no tiene nada de extraño. Lo extraño, desafortunado, patético, es la respuesta de una parte importante de las gerencias universitarias ante el ataque frontal del gobierno de Donald Trump a las instituciones de educación superior. Ante la amenaza de recortar fondos, la gerencia universitaria ha cedido, o, dicho en términos coloquiales, se ha arrodillado.
Pero aquí también se ve la tragedia de la universidad moderna, pues incluso ella misma se ha alejado del oficio intelectual. En un artículo titulado “Who actually runs Columbia University?”, publicado en The Guardian, Arjun Appadurai y Sheldon Pollock, por un lado critican el que Columbia University dócilmente se haya prestado al chantaje del gobierno de Donald Trump y haya cerrado programas, despedido a personas y llevado a cabo una persecución política contra la propia comunidad universitaria, en particular de sus estudiantes; por otro lado, señalan que la gerencia universitaria es, no solo en Columbia University, sino en las universidades privadas y públicas del país, cada vez más, eso: una gerencia que administra la universidad como empresa, con una visión privada y privatizadora de lo que debería ser un fruto aprovechado por todos: el conocimiento. Las Juntas Directivas, los Presidentes, son más representativos de la clase capitalista que de la propia comunidad. Por eso, en todo este proyecto de neoliberalismo educativo, no han detenido el proceso de subordinar las investigaciones a fondos externos (es decir, a intereses externos), pues nada más cercano a la visión de la producción capitalista; no han retado la mercantilización de la educación a través de los escandalosos costos de la educación, ya que nada más obvio para la producción mercantil que ver a estudiantes como clientes.
En Puerto Rico, el caso no es distinto. La gerencia universitaria, subordinada a los intereses partidistas más anti universitarios, y además, coloniales, promueve una agenda que va contra el oficio intelectual. Esto, lamentablemente, incluye, no solo a las personas de la Junta de Gobierno, de facto alejadas de la comunidad universitaria. Antes, el desvío de la verdad ocurría casi exclusivamente en aquella docencia que, además de su vida universitaria, tenía una vida privada, en la que hacían investigaciones (de materia económica, digamos) en las que terminaban por decir lo que el cliente deseaba. El desvío de la verdad ahora se ha expandido, e incluye a docentes cuyos únicos ingresos provienen de la universidad. Sobre todo, incluye a aquellos miembros de la comunidad universitaria que ascienden a puestos gerenciales para propagar los intereses del partido en el poder y propagar la mentira. La mentira, sobre la posible pérdida de acreditación si se aprueba la reforma universitaria; la mentira, como decir que los programas académicos no se han revisado desde el 2017, razón por la que deberían dejar de aceptar estudiantes en la actualidad. El romper con la ética del oficio intelectual es romper con los principios universitarios, donde solo hay dos crímenes: el plagio y la falsedad. Han dejado de ser universitarios. En efecto, administran su desmantelamiento.
La resistencia, casi exclusivamente, se ha dado desde los sectores laborales y estudiantiles de la universidad, que, a diversos grados, sí mantienen una relación más directa con el oficio intelectual. Sindicatos docentes, agrupaciones estudiantiles, se posicionan y movilizan día a día, semana tras semana, en contra de la amenaza autoritaria de la nueva derecha.
Pero hay que señalar también que la actitud anti ética ante el oficio intelectual no es exclusiva de la nueva agenda conservadora, ni del republicanismo. En Estados Unidos, el irracionalismo que busca ocultar la verdad ha sido asumido, igualmente, por los sectores liberales en asuntos de escala internacional como el genocidio en Gaza impulsado por el estado de Israel con el apoyo financiero y militar de los Estados Unidos. La represión en Columbia University, en efecto, de una escala cualitativa mayor en la actualidad, inició previo al chantaje trumpista. En casos como el del conflicto palestino, sectores importantes de la universidad, de los medios de comunicación, han optado también por desviarse de la verdad, por ocultar la verdad. En la medida en que el irracionalismo está al interior de la defensa del capitalismo, o incluso de la ingenuidad ante ella, brota con facilidad para descartar el derecho a la expresión y a la asociación. Los sectores liberales, pues, sin formar parte de la nueva derecha, tampoco se han alejado del irracionalismo y su política represiva. Se requieren, pues, miradas radicales a la sociedad y a la universidad. Solo la crítica implacable hacia todo lo existente es compatible con el oficio intelectual.
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Durante esta reflexión, me he referido al “oficio intelectual”. Esto, con la intención de, por un lado, hacer referencia al propósito principal – o lo que debería ser el propósito principal – de la universidad. Pero, también, para poco a poco romper con la idea de que el ejercicio de la razón sea algo vinculado a un trabajo asalariado particular. La búsqueda del conocimiento no es exclusiva de la universidad. Todas las personas participamos de ella. No hay día en que no se requiera de la razón para la toma de decisiones.
El pensar que el oficio intelectual recae únicamente sobre “trabajadores intelectuales” es repetir, reificar, la división entre trabajo manual y trabajo intelectual surgida a partir de la división en clases de las sociedades humanas. Antonio Gramsci, en su artículo “La formación de los intelectuales”, correctamente rompe con esta noción, al afirmar que hay que distinguir entre quienes ejercen “la función de intelectual” de “el intelectual”. Aquellos que ejercen la función de intelectual lo hacen porque, en la división social del trabajo, recae sobre ellas esa labor, particularmente como asalariados. Sin embargo, todas las personas ejercen la búsqueda de la verdad. “Por consiguiente, podría decirse que todos los hombres son intelectuales, pero que no todos tienen en la sociedad la función de intelectual. […] Esto significa que si bien se puede hablar de intelectuales, no podemos referirnos a no intelectuales, porque el no intelectual no existe”.
La ética del oficio intelectual recae sobre cada uno de nosotros, en el momento en que es necesario usar la razón para la toma de decisiones, en la que es necesario escuchar, argumentar, debatir. Por lo tanto, la responsabilidad ante la razón, ante la verdad y la denuncia de las mentiras, recae sobre todas las personas.
Esto también deberá llevarnos a una reflexión lamentable, pero necesaria: ¿qué hacer si la agenda de la nueva derecha, en efecto, destruye el propósito de las universidades tal y como las conocemos? Aunque desafortunado, no es tampoco una situación de catástrofe total: el oficio intelectual deberá continuar ejerciéndose, desde espacios que necesitamos crear: apoyado por sindicatos todavía comprometidos con el oficio intelectual, centros culturales autónomos, desde espacios y medios independientes, que a principios de siglo XX llevaban el adjetivo “obrero” (y con razón) y que necesitan crearse ante la agresión conservadora irracional.
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¿El fin de la universidad? Tales proclamas solo pueden hacerse desde la pasividad, y la pasividad no es cónsona con el oficio intelectual. La defensa de lo mejor de estos proyectos educativos, con un gran “a pesar de”, está al centro de la agenda del día. Y no hay excusa disciplinaria que valga, pues, como seres sociales, nos debe preocupar e interesar todo lo que ocurre en ella, buscar la verdad, posicionarse con ella. Algunas escuelas filosóficas añadirían: buscar la verdad es buscar la belleza.
Cierro con unas palabras de Margot Arce de Vázquez. El 4 de noviembre de 1961, se celebró la primera Asamblea General de la Asociación Puertorriqueña de Profesores Universitarios. En esta, Margot Arce pronunció un discurso titulado “La responsabilidad del profesor universitario”, donde dice: “Un profesor universitario no puede encerrarse en su torre de marfil ni desentenderse de los problemas de su tiempo, de su país y de los del mundo. Ha de estar bien enterado, formarse una opinión y un juicio personal y tomar honradamente partido sobre ellos. Precisamente, la desaparición del maestro […] se debe en gran parte a esa neutralidad que se exige hoy en todas partes de los profesores […] que les impide pronunciarse, justamente sobre las cosas esenciales y que más nos importan: sobre la religión, sobre la filosofía, sobre la política” (Obras Completas, Volumen 3, p. 276).