Mirada al País: Sindicato y sociedad

 

Especial para CLARIDAD

El sindicalismo, como la sociedad a la que pertenece, se sostiene en un trípode compuesto por la organización, el diálogo y el bien común. La organización se ha concretizado en la formación de uniones de asalariados; el diálogo, aunque admite diversas formas, ha estado protagonizado por la negociación colectiva; y el bien común ha transitado entre las reivindicaciones en el taller y los intereses de clase que, por definición, resumen objetivos más inclusivos.

La fragua en la que se forjaron los sindicatos fue la Revolución Industrial. Con ella los antiguos talleres artesanales cedieron ante las grandes fábricas con colectivos de trabajadores. Se hizo evidente la asimetría en poder y la desigualdad material entre el poseedor del capital y el dueño de la fuerza de trabajo. Cobró fuerza la agenda de trascender el acuerdo o contrato individual para unirse y negociar colectivamente. Hubo algunos que pensaron que tales adelantos auguraban la conquista de una verdadera democracia obrera. Entre estos cabe destacar al economista clásico John Stuart Mill que en 1848 afirmó: “…si la humanidad continúa progresando, la forma de asociación que es de esperar predomine en definitiva no es la que puede existir entre un capitalista que actúa como jefe y un obrero que no tiene voz ni voto en la dirección, sino la asociación de los mismos trabajadores en condiciones de igualdad, poseyendo colectivamente el capital con el cual realizan sus operaciones y trabajando bajo la dirección de personas que ellos mismos nombren y destituyan”.

Dicha meta luce hoy tan distante como cuando se expresara hace ya 175 años. No obstante, hay que reconocer que a lo largo del siglo 20 no fueron pocas las conquistas sindicales sobre condiciones de trabajo y en torno a toda una serie de reivindicaciones relacionadas con licencias, vacaciones, compensaciones por accidentes, seguros médicos y jubilaciones, entre otras. Desafortunadamente, las buenas instituciones que muchos dan por sentado son frágiles. Aparte de que nunca han sido universales han estado constantemente asediadas. En tal asedio sobresale desde hace bastantes años el llamado neoliberalismo, doctrina que favorece al individualismo sobre la solidaridad, al espacio privado sobre el público y al dictamen del mercado sobre la búsqueda colectiva del bien común. Su alcance global ha incidido de manera generalizada en el debilitamiento de la gestión sindical y en la reducción de su densidad o por ciento de los trabajadores que están organizados.

Con el neoliberalismo han coincidido una serie de fenómenos – algunos tal vez no tan casuales – que han contribuido al debilitamiento sindical, sobre todo haciendo más difícil la función organizativa. Muchas innovaciones tecnológicas, por ejemplo, han hecho posible el trabajo a distancia, la descentralización y la organización de talleres más pequeños. La economía de plataformas se ha desarrollado a un ritmo extraordinario. A esto se suma la creciente sustitución del empleado regular por “contratistas independientes” o empleados por su cuenta.

Otro fenómeno es la multiplicación de identidades – raza, religión, partido político, etnia, género… — que, independientemente de la justicia que supone, puede significar el desplazamiento de la identidad de clase. Entonces los sindicatos pierden sus roles protagónicos y se ven obligados a desempeñarse, en el mejor de los casos, como actores de reparto.

Todo lo anterior, sobre todo las políticas neoliberales, se refleja en la ubicación de las plazas de trabajo: se reducen las públicas y aumenta el autoempleo.  Para el año 2008 el sector público en Puerto Rico sumaba alrededor de 300,000 empleos: 220,000 estatales (agencias y corporaciones públicas), 65,000 municipales y 15,000 federales. Al cierre del año 2022 los empleos públicos rondan los 200,000: aproximadamente 130,000 estatales, 50,000 municipales y 20,000 federales. El aumento de las plazas federales obedece básicamente al papel de FEMA luego de los huracanes y sismos.

El grueso del empleo, claro está, corresponde al sector privado. Pero no a las grandes empresas manufactureras ni a las grandes tiendas comerciales. De los cerca de 900,000 empleos que totaliza este sector más de 500,000 están ubicados en el heterogéneo conglomerado de microempresas y pequeñas y medianas empresas (PYMES). A estos se suman cerca de 200,000 clasificados como empleados por su cuenta. ¿Cómo organizarlos? Valga hacer constar que no se está tomando en cuenta al sector informal.

Para mucha gente el trabajo ha degenerado en instrumento más o menos precario para lograr cierta seguridad material. Compite con la adicción a la ayuda – única política económica de la presente administración gubernamental – sin que se advierta que la ayuda verdaderamente efectiva es la que, al traducirse en desarrollo sostenible, se hace innecesaria. Si cobra la forma de adicción refleja la debilidad del sistema y, como toda adicción, resulta debilitante.

Pero el trabajo no es meramente medio para acceder a “ropa, zapato, casa y comida”. Es fragua de identidades y de aprendizajes. Ayuda a estructurar la vida. Relaciona y une a  los seres humanos. Hace posible la profunda realización personal que nace de sentirse útil y de colaborar con otros en el servicio a la sociedad. Su dignificación, la superación de condiciones enajenantes, es tarea de todos, muy particularmente del sindicalismo.

Un sindicalismo fraccionado, dividido, circunscrito, como si fueran trincheras, a talleres cada vez más estrechos, no puede realizar tal tarea. Se requiere una verdadera fuerza unificadora, una legítima central reconocida por todos, con capacidad de organizar, formar y convocar. En su agenda podría destacar los elementos unificadores de toda la clase trabajadora – sectores público y privado, asalariados convencionales y empleados por su cuenta –, es decir, lo colectivo, lo universal, el bien común. Caben ejemplos como la necesidad de una educación pública, desde el nivel primario hasta el universitario, de calidad; la urgencia de un plan universal de salud; el imperativo de la regeneración ambiental y el creciente requerimiento de seguridad social inclusiva. ¿Difícil? Sí ¿Más fácil decirlo que hacerlo? Sí. Pero necesario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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