Monstruo

 

El miedo es una cosa rara.
Cuando era niña, me decían que los monstruos vivían debajo de la cama, en los oscuros rincones de la casa, en los callejones sin luz. Me decían que tuviera cuidado con los desconocidos, con los hombres de mirada torcida, con los que hablaban en susurros. Pero crecí y descubrí que el mundo tenía otros miedos.
Ahora me dicen que el monstruo soy yo. Yo, que apenas ocupo espacio en este mundo. Yo, que camino con la cabeza gacha, contando los pasos hasta mi casa, memorizando las calles seguras y los lugares donde no debo entrar. Yo, que hablo despacio, con la voz medida, con la ropa pensada al detalle, con la sonrisa siempre lista, no para ser amable, sino para no parecer una amenaza.
Una amenaza. Esa es la palabra que usan. Dicen que somos un peligro. Para la moral, para la infancia, para la familia, para la sociedad entera.
Yo, que tuve que aprender mi propio nombre dos veces.
Yo, que cargo un documento que no siempre dice quién soy.
Yo, que rezo para que mi voz no me delate en un mal momento.
Yo, que he aprendido a callar en el tren cuando alguien me insulta. Yo, que evito los baños públicos porque sé lo que pasa en ellos.
Yo, que reviso la lista de asesinatos cada mes, cada semana, cada día, preguntándome cuándo me tocará a mí.
Porque dicen que nosotros somos los peligrosos.
Nosotros, los que morimos antes de tiempo.
Nosotros, los que buscamos trabajo y nos cierran la puerta.
Nosotros, los que nos despojan del nombre, del rostro, del derecho a ser.
La ironía es demasiado grande. Los que gobiernan hacen leyes para protegerse de nosotros, como si fuéramos ejércitos armados marchando hacia su palacio. Nos pintan como monstruos, como si en las noches saliéramos a devorar niños y no a escondernos en nuestras habitaciones, esperando que nadie nos toque la puerta con odio en la boca y violencia en las manos.
Los que gritan en las iglesias dicen que somos un pecado. Nosotros, que solo queremos vivir.
Los que salen en televisión dicen que somos un problema. Nosotros, que lo único que pedimos es existir.
Los que nos miran con asco dicen que no somos reales.
Nosotros, que sentimos, que amamos, que lloramos, que tememos.
Camino por la calle, con el miedo pegado a los huesos, con la sombra de la duda en cada esquina. Y pienso: Si realmente fuéramos monstruos, el mundo no nos mataría con tanta facilidad.

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