Nemesio Canales en defensa del socialismo: Recuento de dos polémicas

por Rogelio Escudero Valentín / Especial para En Rojo

 

Al Lic. René Torres Platet,

sobrino- nieto de Nemesio Canales

Nemesio Canales emprende junto al argentino Julio R. Barcos una gira por América Latina en 1918 con el objetivo de publicar la revista Cuasimodo, órgano de difusión que defendía políticas de avanzada social,  orientadas por la naciente  Revolución Bolchevique. En su cruzada ‘’ bolivariana y leniniana”, como la bautizó, procuraba utilizar el periodismo literario como arma de combate contra la difusión de ideas contrarrevolucionarias por la región. (1)

Analizamos en este ensayo las respuestas de Canales a artículos periodísticos de Enrique Gómez Carrillo y Leopoldo Lugones, dos figuras relevantes del entorno intelectual  latinoamericano de aquel entonces.

1. “Gómez Carrillo y Trotsky”

  En su artículo “Gómez Carrillo y Trotsky” (sic)  publicado en Panamá en 1920, Canales hace una importante autocrítica. Se trata de una revaluación de la escritura de Enrique Gómez Carrillo a raíz de que este publicara el artículo “¿Cómo gobierna un apóstol?”, escrito en el que el periodista guatemalteco ataca sarcástica e ideológicamente a León Trotsky. Canales inicia su respuesta argumentativa en forma epistolar:

‘’Querido amigo Gómez Carrillo: Acepte este consejo de alguien que solía leerle a usted, allá en los buenos tiempos de edad del pavo, con verdadera delectación, embobado ante las salsitas parisianas con que usted aderezaba sus sensaciones de arte (de un arte por el arte frívolo y empalagoso que no pasaba de la epidermis)” (2)

Canales la emprende contra el estilo artificioso de Gómez Carrillo sobre todo porque con el mismo este  pretendía ridiculizar a León Trotsky, uno de los líderes históricos de la Revolución Bolchevique, proceso revolucionario que nuestro autor procuraba defender con la mejor fundamentación dialéctica. Tal formación, le sirve, precisamente, para destruir, con sagacidad, las ironías y los sarcasmos del periodista guatemalteco. Antes de entrar en el combate discursivo, le ofrece de buena fe un consejo al crítico de Trotsky:

“Puesto que usted, con sus salsitas de estilo y su estudiada y relamida gracia bulervadiera, se ha hecho de una reputación estupenda en España y América, no abandone esa senda florida para ponerse a desbarrar como lo hace sobre las cosas grandes y trascendentales en que está ocupada y concentrada la atención – y las ansias-de la humanidad, porque corre usted el peligro de perder en una semana lo que se tiene conquistado en tantos años de escanciador de ese vinillo dulce de la amenidad tan del gusto del desocupado, despreocupado y aburguesado lector”. (pág. 33)

En “Gómez Carrillo y Trotsky”,  Canales incluyó el artículo completo del ensayista guatemalteco antes de someterlo a análisis. Tal decisión marca un giro con respecto a la política editorial de su revista anterior Idearium, publicación puertorriqueña donde, como nos dice, quería “abrirle plaza aquí a todas las opiniones”, aunque no compartiese las mismas. (3) Así, por ejemplo, en una nota redactada al calce de la reproducción  de un artículo de Julio Cejador, publicado en Idearium, aclara que su inclusión en la revista no significaba que sus directores estuviesen “de acuerdo con Cejador, con este sabihondo, pero superficial Cejador”. Este criterio liberal de publicar artículos que le parecían superficiales o reaccionarios, solo por que estuviesen representados todos los puntos de vista, queda atrás en su nuevo proyecto, la revista panameña Cuasimodo.  Pretende ahora ser más exigente en su trabajo de editor, en función de sus nuevas inquietudes ideológicas.

La inclusión de artículos anti socialistas en su nueva revista respondía a dos circunstancias muy precisas. La primera se refería a traducciones de artículos de opinión que ofrecían, a pesar de su línea burguesa, información útil a los socialistas.  La otra circunstancia es la de publicación de artículos contrarios al socialismo producto de la pluma de escritores  hispanoamericanos. En este último caso, reproducía el texto completo, como parte de sus análisis discursivos. La disección cuidadosa que hacía de los mismos se debía, sin duda, a su interés de que no se divulgasen por América Latina escritos que, como el de Gómez Carrillo, mostraban “el grado de incomprensión a que han llegado, frente a los sucesos magnos de esta época, algunos de nuestros más encumbrados intelectuales.”.(4)

En su artículo cargadamente irónico y sarcástico, Gómez Carrillo utiliza el procedimiento de presentar supuestas decisiones tiránicas de Trotsky, para provocar la ira y el rechazo de receptores imaginarios (los socialistas madrileños). Así, por ejemplo, ante la información de que existía en Europa un país con un gobierno que había decretado once horas de trabajo para los obreros. Carrillo esperaba que los socialistas madrileños gritaran con enojo: “Hombre, eso es inicuo, eso hace pensar en los tiempos de Fernando VII… Decirnos, por Dios, los nombres de los miembros de ese gobierno para excomulgarlos”. (5)

Los socialistas de Madrid debían ser pacientes.  A su tiempo, Gómez Carrillo los complacería con el nombre del “falso apóstol”, sujeto de su escrito. Por ahora, decide aumentar la dosis, de su información vitriólica al recordarles que el dirigente todavía innombrado promulgó una ley que condenaba a muerte a los comerciantes que vendiesen a precios excesivos el carbón y la leña.  A este “atropello” debe añadirse que el malhadado gobernante mandó a pasar por las armas a un grupo de aventureros que incitaban a los soldados a revelarse. Para colmo de barbaridades, ese dirigente “bárbaro que así manda a fusilar a los obreros” (p.  33) cayó, en la gran contradicción de expedir un decreto que ordenaba:

“Someter el trabajo a la dirección de los técnicos educados en las antiguas escuelas burguesas. Ese decreto termina con las siguientes palabras: Castigaremos de la manera más despiadada todas las tentativas que se hagan en oposición a estas disposiciones, así como la propaganda sobre el asunto, realizada con estrechez de mira”… (P.   33)

Se daba por supuesto que ante esta información sobre el gobernante déspota, los socialistas madrileños,  habrían ido abriendo tanto la boca por la indignación que solo la cerrarían para gritar luego con fuerza:

“Es un retrógrado sanguinario ese hombre… De seguro es un general de sacristía, de esos que odian a los obreros y que quieren esclavizarnos como parias… Decidnos su nombre para sacarlo a la picota…”

Llegado a este punto, Gómez Carrillo decide no hacerlos esperar más: “¿Su nombre? … aquí lo tenéis: Trotsky “.  (p. 33)

Luego de calificar de chiquitas, tristes y pánfilas las ironías de Gómez Carrillo, Canales articula respuestas que se convierten en paradigmas dialécticos. Al argumento relativo a la condena a muerte de los  comerciantes de carbón y leña que vendían a precios excesivos responde, por ejemplo, con una pregunta retórica que denuncia el crimen de que se especule con el combustible en un país frío, y además bloqueado, como lo es Rusia. Añade en su disección:

“Si todos los países capitalistas, donde impera la clase de civilización deforme que a usted le enamora -cremitas y amenidades arriba; mugres y horrores infernales abajo-hicieran lo mismo contra los logreros de toda laya, ¿no cree usted que habría menos crema arriba pero también menos infierno abajo?” (p. 34)

La realidad es, continúa Canales, que los países capitalistas no castigan, más bien premian a los logreros que “cremitas arriba “trafican con las necesidades de la mayoría. De ahí que la decisión del gobierno de Trotsky, contrario a lo que cree Gómez Carrillo, hablase muy bien de la Rusia Soviética:

“¿Qué mejor elogio de Rusia que el hecho de que, mientras en los demás países el especular con los artículos de primera necesidad no sólo no se castiga, sino que es una profesión honrosa que conduce al millón, allá Rusia en Rusia esa clase de especulación no conduce a otra parte que al presidio o al cadalso, bajo el principio socialista de que vale más la vida de la comunidad que la barriga insondable de un salteador?”  (p.  34)

De aquí pasa Canales al análisis de otro sarcasmo, el que lanza Gómez Carrillo a Trotsky por la fuerte disciplina a que sometía al ejército rojo.  En torno a este punto, contesta que un ejército deja de ser tal cuando no responde a una disciplina fuerte.  Esto es así, sobre todo, en Rusia, “nación que tuvo que armar rápidamente un ejército para enfrentarse a la gran burguesía aliada, la que los llevó a guerrear, la que los obligó a pelear con unas y dientes, cuando se les echó encima por todos lados y con toda clase de formidables armamentos”.  (p. 34).  En ese momento de gran urgencia para Rusia, “los tiburones y panteras de la burguesía europea” (p. 34) acariciaban el deseo de ver la revolución pisoteada y al ejército rojo en desbandada.  Si no ocurrió así se debió, nos recuerda Canales, al “milagro” de un hombre que Gómez Carrillo describe en su artículo como “retrogrado y reaccionario”:

“Tenían muy a pesar que improvisar un gran ejército  capaz de defenderse contra todas las grandes potencias coligadas en su contra, y el milagro se hizo, y bajo la genial dirección de Trotzsy fueron cayendo como tras otro los Kolchacks, Denikines, Yudeniches los arcángeles del santo sistema del despojo…” (P. 34)

Cierra esta parte de su argumentación con un recordatorio de características que definen tanto a la burguesía como al sistema capitalista:

‘’ ¡Buena es la burguesía para andarse  con miramientos ante las ideas! Para la burguesía, para este conjunto monstruoso de ambiciones desapoderadas de mando y explotación que se llama el capitalismo, no hay otra razón que la de la fuerza: ni otro instrumento que la bayoneta y el tanque, y aspirar a hacerse oír de ella por medios no violentos sería el colmo de la idiotez.”

Finalmente, Canales refuta la postura de que el régimen soviético no debió utilizar técnicos de la burguesía. Ya antes en el artículo le había dicho a Gómez Carrillo, que si algo grande tenían los estrategas rusos era precisamente el “haber atemperado su acción a la realidad”.  (p. 34) Por eso, le parece insólito que Gómez Carrillo quisiera, amparándose en purismos revolucionarios, que “se prescindiese de los técnicos en la dirección de las industrias”. (p. 34) Como vemos, Canales demuestra que su defensa de Trotsky y de la revolución no obedecía a un entusiasmo forjado en simpatías de última hora.  Con gran capacidad reflexiva indica la diferencia que existe entre una táctica y una estrategia:

“¡Hombre!  Estaría bonito que por hacerle ascos al técnico burgués se quedase la harina sin moler, el algodón sin hilar y, sobre todo, las balas y cañones, tan necesitados en el frente, sin fundir. Pues no señor; en esto como en todo, los bolcheviques supieron bien pronto donde les apretaba el zapato.” (p. 34)

Si imaginamos como un leitmotiv la imagen de la boca abierta de los estupefactos lectores madrileños del texto de Gómez Carrillo, cabría pensar que este fue cerrando la suya ante la solidez argumentativa de Canales.. Esto último, sobre todo, cuando Canales concluye, al final de su artículo, que es de todo punto imposible comparar a Gómez Carrillo, el así llamado “Príncipe de los Cronistas”, con la grandeza histórica de  un Trotsky (o un Lenin):

“”cuya vida representa un esfuerzo perenne y heroico en la cruzada contra el brutal sistema de la competencia feroz y del parasitismo asqueroso – cremitas y amenidades arriba, mugres e infiernos abajo – con el que se avienen tan bien los individualismos, estetismos, bedonismos y dandysmos gomezcarrillescos.” (p.35)

2  ¡Alto ahí,
señor Lugones!

En su defensa del socialismo, Canales se enfrenta también a Leopoldo Lugones, figura central de la literatura hispanoamericana que gozaba entonces de un gran prestigio intelectual.  Esto significaba, obviamente, que sus posturas ideológicas tenían gran peso en América Latina. Canales lo entendía así y se apresta a refutar el escrito de Lugones titulado “Ante las hordas”, para evitar el efecto negativo que pudiese tener en la juventud latinoamericana. Desde la presentación del escritor argentino, establece claro este último punto:

‘’Leopoldo Lugones es otra de nuestras grandes, apabullantes reputaciones.  Sería, por consiguiente, un crimen el permitirle sin protesta que, usando el grandísimo prestigio de su nombre literario, influya en nuestra juventud intelectual con cosas tan desatinadas y falaces como las que nos endilga en este artículo.’’ (6)

En “Ante las hordas”, publicado en La Nación de Buenos Aires y reproducido por Canales en Cuasimodo, Lugones analiza la supuesta amenaza que representaba para Europa y América “el peligro amarillo”, es decir, la inclinación china hacia el socialismo. Esta simpatía se había hecho evidente, según Lugones, en la participación de chinos a favor del ejército ruso.  Tal simpatía de los chinos hacia el socialismo era peligrosa, insistía el crítico y poeta argentino, porque llevaba en su seno un gran potencial destructor. No había que olvidar, nos dice, que “Lenin define el maximalismo como un vasto programa de guerra civil; odio a las instituciones sociales cuya progresiva inadecuación las torna cada vez más tiránicas., infundiendo una especie de funesta simpatía por la conquista destructora”. (7) Lugones temía que aquella “funesta simpatía” china por el socialismo coadyuvase a la destrucción de la recién creada Liga de las Naciones así como con el tratado de paz de la Primera Guerra  Mundial.

En su argumentación insistía en que el “peligro” no aparecía únicamente en Rusia; Alemania estaba también ya en el círculo rojo.  A Lugones no le extrañaba la tendencia de este último país hacia el socialismo porque tampoco debía olvidarse que “el socialismo era un invento alemán” (p. 90-91).  Además, esa nación estaba destinada supuestamente a inclinarse hacia la dictadura bolchevique por su bagaje histórico de dictadura monárquica. Para Lugones, “el socialismo congenia más con la monarquía que con la democracia por “ser ambos (monarquía y socialismo) formas del colectivismo despótico”. (p. 91)

Tal propensión alemana hacia el socialismo ponía también a América en peligro por la anunciada emigración de aquel país hacia costas argentinas.  Aunque estos migrantes eran enemigos del incipiente gobierno socialista alemán de post guerra, la tendencia histórica de los alemanes a formar sociedades de corte militar los llevaría a crear, seguimos a Lugones, una nueva Alemania en América que terminaría por ser aliada de la socialista europea.  Así, esa nefasta fusión sellaría la muerte del panamericanismo que los Estados Unidos fomentaban para el “bienestar” de la América Nuestra.

Ante la “amenaza” que se cernía sobre América, Lugones pedía que las naciones latinoamericanas respaldaran decididamente los planes políticos mundiales de los Estados Unidos, país destinado, por la historia, a “salvar” los pueblos de Latinoamérica. Por eso, Lugones señala que nunca se cansaría de repetir que, según “el concepto rivadiano”, “la gran república del norte es quien “por su antigüedad, su civilización y capacidad preside la política del continente americano” (p. 92). Una manera, pues, de ser “políticamente americanista con Estados Unidos” (p. 92) era reglamentar la entrada de alemanes y apoyar el americanismo wilsoniano, que “aduna el más alto destino de América, y el resguardo de la civilización” (p. 91).

Con tal resguardo, se lograría atacar los graves problemas sociales consiguiendo así, entre otras cosas, “que el hombre, rey de la creación, no resulte, por siniestra paradoja esclavo del hombre, sino dueño como cualquiera y como todos y en consecuencia trabajador y usufructuario del bien común de la tierra” (p. 92).  Al esbozar el ideario de justicia que impulsaría y salvaguardaría el panamericanismo y también la Liga de las Naciones, Lugones aclara que el mismo no es un ideal comunista, sino una declaración legal formulada hace más de dos mil años por Tiberio Graco, caballero de Roma” (p. 92).

Canales procede en su contestación de la misma forma que con Gómez Carrillo: desmenuza una por una las contradicciones que subyacen en  el texto anti socialista sujeto a análisis. Al comenzar su réplica, le aclara a Lugones que la China no representa ningún peligro imperialista porque, para colmo de males, era víctima, en aquel momento histórico, del imperialismo japonés. Añade además que resultaba absurdo decir que la China, pueblo tan atrasado, amenazaba la paz del mundo.  Las guerras de conquista  de aquel presente, le recuerda al renombrado poeta argentino,  eran esencialmente guerras por la adquisición de mercados, empresa imposible para un pueblo sin flotas ni armamentos.  En realidad, aclara Canales, los que amenazaban tanto a China como a otros pueblos son los de la casa, los pueblos imperialistas de occidente:

“¿No sabe usted, amigo que… ya no matamos al por mayor sino cuando salimos a la conquista de mercados… por consiguiente, los pueblos que amenazan perpetuamente la paz del mundo no son sino aquellos en los que el industrialismo capitalista (que no puede ser sino guerrero) ha adquirido su más alto desarrollo?  ¿Y cuáles son los pueblos de expansión industrialista, esto es, salteadores matones de oficio, en el mundo de hoy? “(8)

Canales articula una respuesta a la pregunta anterior que demuestra su clara conciencia antiimperialista de entonces:

‘’Seguramente que en la lista de estos “avanzados” pueblos aguijoneados de la sed guerrera del capitalismo, no figura la China ¡qué ha de figurar, pero si figuramos nosotros los demócratas y desinteresados angelitos occidentales!” (p.18)

El periodista puertorriqueño le dice a Lugones que, en rigor, el supuesto peligro chino sólo se encuentra en su mentalidad de defensor indirecto del salvajismo militar.  Según Canales, la amenaza que denuncia Lugones es una lucubración propia de “militarotes  fanteseadores a quienes les conviene tener siempre escondido en el hueco de la manga un peligrito militar cualquiera-verde, amarillo o colorado para hacerse pasar por indispensables”. (p.17)

La defensa que hace Lugones del militarismo aliado, como respuesta al alemán, le parece a Canales insostenible porque pasada la primera guerra mundial debía tenerse claro que tan malo es uno como el otro.  La diferencia estriba, en todo caso, en que uno era “el monstruo tragado” y el otro es, ahora, el “monstruo tragador”. (p. 18)

Con respecto al planteamiento de que el socialismo  es un invento alemán, responde que siente la comezón de castigar a Lugones “al estilo hispanoamericano”, es decir, siente el deseo de convertirse en un erudito a la violeta para “soltarle a quemarropa una lista que le demuestre que lo que llama socialista tiene, en todo caso, más de francés que de alemán y más de inglés que de francés:

¡Un invento alemán el socialismo”? ¿Y Fourier?  ¿Y Babeuf? ¿Y Proudhon?  ¿Y Owen? ¿Y Beller? ¿Y tantísimos otros que cualquiera podría citar en un santiamén con sólo acudir a la primera enciclopedia buena o mala que haya a mano? (p. 19)

Le recuerda finalmente a Lugones que “el  origen de las ideas no le quita ni le añade nada a estas”.

Luego de fustigar al argentino por exigir que se castigase innecesariamente a Alemania, Canales pasa a la sección “Colectivismo y monarquismo”.  Señala en la misma que no puede entender el concepto que tiene Lugones del colectivismo dado que:

“Si la monarquía, que en su esencia es la voluntad de uno –del rey_ imperando sobre la de todos le parece colectivista, ¿qué forma de gobierno le parecerá bastante unipersonal para no merecerle el despectivo nombre de colectivismo?” (p. 20)

Cataloga tal mezcla conceptual como “una terrible ensaladilla”. Para eliminarla, rearma las piezas del discurso en forma de contrapunto con las expresiones “Por un lado”- “por otro lado”.

“Por un lado, nos habla mal del colectivismo socialista, y por otro lado nos habla peor del monarquismo que es su antítesis. Por un lado, nos dice “el hombre sólo por ser hombre es conciudadano de todos los demás hombres “y por otro lado llama traidores a los socialistas, precisamente porque, en obediencia a esas mismas ideas, tratan de echar abajo los muros y los trapos de color que separan a un pueblo de otro.” (p. 20)

Nuestro autor deja fuera de esta lista la contradicción mayor, “la más despatarrante de las contradicciones”,  la que se refiere a la dictadura del proletariado .En el apartado que analizamos, Canales hace una lúcida defensa del concepto de dictadura del proletariado. Para ilustrar a Lugones, le señala que la dictadura del proletariado es, en esencia, una eliminación del abuso social. Hilvana los porqués de esa negación  en preguntas retóricas que enlaza con la frase abogadil “es o no cierto”:

1. ¿Es o no cierto que, en una sociedad bien constituida a base de justicia, nadie debe vivir a expensas de los demás, consumiendo sin producir, a excepción de los incapacitados por la edad o invalidez corporal?

2. ¿Es o no cierto que la única ley que debe pesar igualmente sobre todos, para que no exprima o aplaste a los unos en beneficio de los otros, como sucede hoy, debe ser la del trabajo?

3. ¿Es o no cierto que, en una sociedad bien constituida a base de justicia, todos los capacitados hemos de poseer la condición de trabajadores? (p. 21),

Termina esta serie con una afirmación que es seguida a su vez por dos preguntas claves:

“Pues si hemos de ser trabajadores, decir dictadura de los trabajadores vale como decir dictadura de todos por todos. ¿Y qué es, a qué se reduce, en realidad, una dictadura de todos por todos? ¿Decir esto no es lo mismo que decir dictadura de nadie por nadie?” (p. 21).

Finalmente, Canales le sugiere al ilustre escritor argentino que no le tema a esa dictadura ya que sólo deben espantarse “los que sienten horror ante la mera posibilidad de que un día sus ilustres personas tengan que doblar el lomo al trabajo, pasando del estado deshonroso y corruptor de parásitos al estado honroso y regenerador de productores en bien de la comunidad”.  (p. 21).

Corolario final. Se desprende de las polémicas comentadas que Nemesio Canales cumplió una importante labor de divulgación de un pensamiento social progresista no solo en Puerto Rico, sino en amplios sectores de opinión de la América Nuestra. Su esclarecida visión de mundo le permitía captar contrasentidos en el juego ideológico del discurso imperialista, juego que, ayer como hoy, enmascara las ansias de hegemonía con el velo raído  de la democracia.

Bibliografía disponible.

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