No pocas interrogantes se abren con esta nueva presidencia de Donald Trump.

 

 

Esta nueva elección de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos es una reafirmación y una muestra de cuan polarizada está esa sociedad y de las fracturas al seno de su elite política.

Por muy extraño y abigarrado que nos resulte el discurso y la actuación impulsiva de Trump, su contundente victoria electoral refleja y resulta un espejo de las contradicciones e inseguridades que afectan a amplios estratos del pueblo estadounidense. A su vez, el respaldo obtenido por el presidente electo y a sus acciones revelan buena parte de la verdadera cara actual de Estados Unidos. Hay que entenderlo así para comprender algo de lo que se cierne sobre el futuro inmediato de ese país y su papel en el concierto de naciones.

El triunfo en las urnas para su reelección fue muy sólido y mucho más allá de lo esperado. Por vez primera obtuvo la mayoría del voto popular y ganó en todos los estados decisivos, habitualmente fluctuantes entre ambos partidos.  Con ello, en el determinante Colegio Electoral, Trump obtuvo una amplia mayoría de 312 votos de los 538 que se emiten en ese peculiar ente electivo.

A la par con ello los republicanos conquistaron la mayoría en el Senado, la retuvieron en la Cámara de Representantes y, con ello, Trump va a contar con el predominio en las tres ramas del gobierno – Ejecutivo, Legislativo y Judicial – dada la posición conservadora de seis de los nueve integrantes del Tribunal Supremo, varios de ellos nombrados por Trump durante su primer mandato. Sobre esa base, y sin descartar la ocurrencia de contradicciones, podría darse un ejercicio más sintonizado políticamente por parte del gobierno federal -al menos, en los próximos dos años. Tal situación sería, sin dudas, algo desventajoso para las fuerzas populares dentro de Estados Unidos, así como para quienes en el exterior enfrentan las presiones del imperio.

El ex presidente manejó con efectividad su retórica antiinmigrante, manipuló las preocupaciones populares acerca de la situación económica, y se benefició con los deseos de cambio del electorado y al enfrentar a una oponente que no logró legitimidad entre los votantes.

El triunfo de Trump se produjo pese a que el Partido Demócrata se ha movido más hacia la derecha – o quizás porque debido a ello ese partido enajenó sus bases. Asimismo, el ex presidente se impuso a pesar de los muchos procesos judiciales que enfrenta, que en buena medida fueron instrumentalizados contra él bajo la presidencia de Biden.

Por otra parte, algún peso tuvo el error de cálculo de los demócratas al basar su campaña en la creencia de que tendría lugar nuevamente – y que les bastaría para imponerse -, la ocurrencia de un rechazo popular mayoritario a la figura de Trump, similar al que sirvió de base para el triunfo electoral de Biden hacia solo cuatro años. De ahí la insistencia del actual mandatario y sus partidarios en demonizar e inyectar temores respecto a Trump, y de que éste, de triunfar, pondría en peligro los cimientos de la democracia estadounidense.

En alguna medida lo ocurrido en los últimos años desdice bastante de la imagen hollywoodense que muchos tienen de Estados Unidos. La idea de un país inspirador, de formas civilizadas, tolerante ante la diversidad. Trump, y todo lo que tiene detrás su triunfo, rompe con esa imagen.

El papel y la irrupción de Donald J. Trump en la política estadounidense en los últimos diez años puede analizarse tomando como centro, bien su figura, su personalidad, o bien considerando el momento que vive el país, sus muy serias fracturas sociales y políticas, así como, en general, el contexto y búsqueda – por parte de la elite dominante – de una salida a los desafíos y la paulatina declinación de la primacía estadounidense.

El Presidente electo es como la personificación de un proyecto de elite alternativa al modelo que está en quiebra hoy en día. Se ha afirmado que viene a ser la representación burda del ocaso del imperio.

Aunque cuenta, por supuesto, con importantes apoyos oligárquicos. Trump vuelve a la presidencia sin haber sido el preferido para una buena parte de la elite del poder. Entre los nuevos factores oligárquicos se encuentran multimillonarios crecientemente activos de manera directa en la política del país, como es el caso de Elon Musk, de 53 años, catalogado el hombre más rico del mundo y a quien Trump ha designado para que dirija el nuevo “Ministerio de Eficiencia Gubernamental” encaminado a encabezar un intento de reducir el gobierno y desmantelar la burocracia.

En varios aspectos importantes, el nuevo mandato de Trump también introduce ruidos en la continuidad de la política exterior y en su sistema de alianzas. Parte de sus dichos han generado temores entre sus llamados aliados transatlánticos y podrían materializarse en políticas que generen una peor y más tensa relación.

No obstante, está claro que esas posiciones medio heréticas de Trump no alteran el consenso esencial de la clase política yanqui en temas de política exterior.

Está aún por verse cuanto de desafío a las fuerzas afines al poderoso Complejo Militar-Industrial lleguen a significar los pasos del gobierno Trump para cumplir sus promesas de terminar con celeridad la guerra en Ucrania y de reducir su apoyo a la OTAN.

Al propio tiempo, no hay que desconocer que varias de las grandes empresas productoras de equipos bélicos cuentan con divisiones o son parte de conglomerados con vertientes de negocio y experiencia que les permiten sacar frutos, también, en proyectos para la reconstrucción de los países destruidos por las guerras, como es y será el caso de Ucrania.  Es decir, sectores del Complejo Militar-Industrial y otros grupos financieros estadounidenses, incluso aquellos menos beneficiados por la proyección bélica en Ucrania, estarán prestos y con la capacidad de lucrar después del conflicto, incluyendo hacerse a bajo costo con importantes activos y recursos de los entes locales que resultan fuertemente endeudadas como resultado del esfuerzo bélico.

Todavía faltan dos meses para la toma de posesión. Un elemento importante en la gestión de Trump en su nuevo mandato estará, sin dudas, en la esfera económica, en la utilización agresiva de sus recursos de poder e influencia económica.

Trump avanzó con facilidad en su campaña sin tener un plan claro para la batalla del año próximo sobre los impuestos, pero pronto tendrá que enfrentarse a la realidad. Los recortes de impuestos por valor de miles de millones de dólares aplicados en su primer mandato expirarán a fines de 2025.  En su campaña el ahora presidente electo se había comprometido a hacer permanentes esos recortes de impuestos, al mismo tiempo que propone nuevos recortes de gran alcance. Esas exenciones afectan principalmente a los contribuyentes individuales, y los impuestos de casi todos aumentarían si se permite que caduquen a fines del año próximo.

En ese campo, como en muchos otros de sus planes de gestión de gobierno, estará guiado por su concepto de priorizar el interés de Estados Unidos por sobre todo lo demás, y en el propósito de Hacer Grandioso de Nuevo a Estados Unidos (MAGA: Make America Great Again), lo que no quiere decir que vaya a adoptar una clásica política aislacionista.

Trump quiere financiar los recortes de impuestos a la renta con fuertes aumentos de aranceles a las importaciones (que serían extremadamente altos para los productos de China). Está por verse como compensarían el gran impacto inflacionario que ello conllevará.

Por otra parte, como sabemos, el presidente electo se ha movido rápido en la selección y anuncio de quienes ocuparán muchos de los más altos cargos en su administración. A primera vista se observan grandes diferencias entre ellos, según su trayectoria y posiciones políticas, lo que hace pensar en la probabilidad de que se acentúen luego las contradicciones internas en el gobierno. Se destacan los casos de Robert F. Kennedy Jr. y de Tulsi Gabbard, ex demócratas que le dieron un muy sonado apoyo a Trump, pero con abiertas posiciones contrarias a los excesos militares del país. Llama la atención que la Gabbard esté siendo nominada como Directora de Inteligencia Nacional.

Por otra parte, entre los nombramientos, uno muy diferente a los antes mencionados, y de los más polémicos, es el del Senador de origen cubano Marco Rubio como Secretario de Estado. Éste, su antiguo contrincante, ha expresado ya su agradecimiento y lealtad a Trump, aunque es claro que Rubio tiene definida una agenda propia de línea dura, y ha expresado que trabajará “por la paz a través de la fuerza”.

No parece que esta designación sea algo que, en general, le aporte mucho al propio Trump, aunque al haberlo escogido denotaría una intención también por parte del presidente electo, de abordar con agresividad la política hacia Cuba, Venezuela y en otros asuntos y países de la región., mientras que generará vaivenes en las siempre complicadas relaciones con China, entre otros.

Estas son nominaciones de Trump que estarán a la espera de obtener aprobación en el Congreso después de su toma de posesión.

Mientras tanto las reacciones favorables a la nominación de Rubio incluyen, entre otros, saludos de connotadas personalidades reaccionarias como Jair Bolsonaro, del presidente paraguayo, y María Corina Machado, mientras que fue catalogado como una pésima noticia y con expresiones de preocupación por voceros chinos, latinoamericanos y otros. Asimismo, algunos consideran que puede conducir a cierta falta de diálogo político con algunas contrapartes, incluso moderadas, como los gobiernos de Brasil y Colombia, que han sido objeto de ataques por parte del Senador Rubio.

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