Pascua en el mundo y en lo más profundo de cada ser.

Especial para En Rojo

Llegamos a la celebración de la Pascua. Las comunidades judías han empezado la Peshah  este sábado. Desde este domingo, los cristianos viven esto que llaman Semana Santa. En este momento de pandemia, la orientación justa es celebrar en casa y unirnos a nuestra comunidad por televisión o internet. En este contexto, la mejor celebración de la Pascua será la resistencia y solidaridad a todos, pero principalmente, a las personas más frágiles.

Jesús celebró la Pascua como todo judío practicante. En su época, la Pascua propuesta por el libro bíblico del Éxodo se había convertido en gran fiesta comercial, centralizada en el templo. Por eso, Jesús quiso dar a la Pascua un significado nuevo que recogiera la espiritualidad liberadora del Éxodo y la extendiera a toda humanidad.

Celebrar la Pascua es mirar fuera de las Iglesias la cruz que sigue ocurriendo cada día en el mundo. Todo dolor humano merece solidaridad. Sin embargo, la cruz de Jesús se actualiza en los sufrimientos resultantes de la misión de transformar el mundo. Al igual que un artista esculpe o dibuja una cruz en una pared, podemos ver levantados en la cruz a pueblos enteros que desde los años 80, el mártir Ignacio Ellacuría llamó «pueblos crucificados». En casi toda la América Latina y Caribe, se cuentan por miles las víctimas del sistema que, para mantener el privilegio de una pequeña élite, causa dolor y muerte a millones de seres humanos. Este dolor y muerte de la cruz se propaga como pandemia. En muchos países, cada día desaparecen personas, víctimas de milicias policiales y grupos de narcotraficantes. Mujeres son víctimas del feminicidio y de la violencia machista. Pueblos nativos ven amenazada su supervivencia física y sus culturas. En Brasil, aumenta diariamente el número de jóvenes negros asesinados en las periferias. Si celebráramos la memoria de la cruz de Jesús indiferentes a estas crucifixiones actuales, nuestra celebración no sería más que un cínico ejercicio de hipocresía religiosa. En medio del agravamiento de esta pandemia, sintiendo diariamente la fragilidad de la vida, esta Pascua debe ser una profecía que nos dé fuerza de resistencia y claridad sobre nuestra misión en la realidad de hoy. La espiritualidad liberadora nos enseña que nuestra fe será pascual si podemos ver en la propia cruz, e incluso en la muerte de Cristo y del pueblo, los signos del poder divino que vence a la muerte y señala la resurrección como victoria de la vida.

El autor es monje benedictino y ha escrito más de 40 libros.

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