Poemas de Fabricio Estrada

KINSHASA MEMORIES

Vuelvo a Kinshasa, mi amor,

dulce paranoia que repito

en cada vuelo que regresa desde el sueño al día.

En pleno goce del clima

percuto sobre el tambor del verano

y clavo en las paredes, con lanzas,

mi colección de pájaros humana.

Supura el sol, enfermo,

la aldea crece y se consume a sí misma,

nada desconocida a mis ojos,

Babel de termitas o estatus de polvo,

pero feliz la mirada por volver a vos,

oh, abandonada.

Tu pelo revuelto y medusa

envenenándolo todo,

el asedio del incendio

y el pánico del amante presa del deseo

inocultable en los parques calcinados,

en los hoteles destruidos,

en el delirio de la ceniza que hace las veces de nieve.

Estoy de vuelta amor mío,

amaestrado en tu aro de fuego,

como el dulce paquidermo de la amnesia

te saludo, oh Kinshasa,

Serenísima,

Capital Augusta de la África Central.

II

En Kinshasa no queda lluvia.

La tribu perfora los cerros y busca los odres

—que dicen— yacen repletos bajo el suelo.

Así, pierden las manos y el sueño,

abren enormes surcos,

señalizan con huesos y mascan raíces

hasta dejarlas resecas.

Un constante zumbido es la palabra

y la aldea crece en octágonos incontenibles,

en un andamiaje feroz

donde guardan las breve historia de su tiempo.

No pasa nube en Kinshasa,

tan sólo, un interminable temporal de langostas

que se encarga de arrastrar las techumbres

y a las precarias flores

que todos dan por llamar esperanzas.

POEMA EN ONDA CORTA

Con la radio venía la revolución.

Por las noches,

cuando mi abuela dejaba la estación católica

la radio quedaba a la deriva

en la curiosidad del niño:

¿Quiénes eran los santos furibundos

y quiénes los mansos pecadores?

“Condenamos

la grave orientación de la revolución vietnamita

y el leve alzamiento de la revolución filipina.

Condenamos

la lejanía que advertimos en la revolución Sandinista

y el tímido apoyo de los afganos a los tanques soviéticos.

Condenamos

el marasmo en que camina la revolución en Polinesia

y la interpretación vaticana a la furia del italiano.

Condenamos

la pésima interpretación de los comandantes búlgaros

y la casa de caracol donde duermen

los comandantes albanos.

No hay duda que la doctrina jamás será superada,

así, que también

condenamos

el enfriamiento de la pasión

en los camaradas moscovitas

y el calentamiento prematuro

de los Panteras Negras en Louisiana.”

Con la abuela, llegaba el fin de la revolución.

Siempre me atrapaba trasnochando,

cambiaba el dial y me reprendía.

Con tres padres nuestros olvidaba,

—según ella—

aquel evangelio prohibido

que ya comenzaba a filtrarse en mis sueños.

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